Por Omar Tubio
A cinco años de su último estreno (Martín Hache) regresa a la cartelera porteña Adolfo Aristarain, uno de los cineastas más respetados de nuestro país. Y la verdad es que se lo extrañaba. Pocos como él pueden exhibir una trayectoria tan clara y coherente en su obra. Tanto en lo temático como en lo ideológico.
Con la recordada Un lugar en el mundo, el director inicia una etapa introspectiva y casi auto-referencial donde su alter ego y actor fetiche Federico Luppi juega un papel fundamental, formando una dupla simbiótica difícil de hallar en nuestra cinematografía.
Lugares comunes vendría a ser algo así como la contracara de Martín (Hache) por la perspectiva del relato y no por su mensaje. De alguna manera se complementan perfectamente. En las dos hay una relación conflictiva padre-hijo, pero en ésta no es lo central y aquí no se trata de un adolescente sino de alguien perteneciente a la castigada y devastada generación de los 60, que asume un “triunfo” ficticio sin darse cuenta que ha sido deglutido por el sistema. El profesor de literatura que encarna Luppi bien podría haber sido aquel desgastado padre en crisis. Los dos son militantes de la vida y ambos luchan contra molinos de viento. Uno mordía su bronca en el exilio y éste lo hace en su propio país, un país que lo segrega y lo manda a guardar sin previo aviso. Quizás la principal diferencia esté en su entorno afectivo. Aquí hay una pareja de hierro, que lo contiene y lo alienta, que lo acompaña y lo reprende. Una figura siempre presente, que nivela su aparente hosquedad y malhumor y que es su principal sostén.
Cuando a Fernando le llegue el aviso de su jubilación anticipada se le vendrá el mundo abajo. Amante acérrimo de su vocación no podrá ocultar su desazón ni siquiera durante un viaje que emprende junto a su mujer Lili, para visitar a su hijo que vive en España y que ya tenían programado. A su regreso y luego de agrias disputas con éste por diferencias ideológicas, Fernando deberá enfrentar un futuro económico incierto y pocas posibilidades para sobrevivir. Gracias a la ayuda de un amigo, Pedro (Puig) venderán el departamento en el que vivían y emigrarán a una chacra en las Sierras de Córdoba para recomenzar desde cero. ¿Es esto posible pasados los sesenta?
Esto es lo que parece preguntarse la película centralmente, pero hay tantos y tan ricos interrogantes sobrevolando la historia que se hace difícil detenerse en alguno. Aristarain afirma que su intención no es “bajar línea” sino exponer una realidad y que cada cual saque sus propias conclusiones, pero es indudable que la balanza se inclina para un lado solo y que habrá mucho espectador incomodo ante lo que se le presenta. No está mal que así sea mientras que se lo haga con buenas armas, y en este caso son las mejores.
Finalmente lo que queda como sensación es que en el fondo es una gran historia de amor entre dos seres maduros. Una lección de vida, pero para nada moralizante, sin golpes bajos, inteligente y que si bien deja un sabor amargo, también da lugar a la esperanza.
Una película como esta necesita actores de raza ya que se apoya firmemente en ellos. En este sentido Aristarain vuelve a demostrar su sabiduría a la hora de sacar lo mejor de cada uno. Luppi nunca está mejor que cuando él lo dirige. Aquí su estatura actoral está en su máximo nivel. La española Mercedes Sampietro (Lili) es una luz en la oscuridad, es un ejemplo de contención y de cómo transmitir algo con solo una mirada. Definitivamente es el alma de la película. Y Arturo Puig no desentona otorgando a su personaje una calidez sorprendente. Pero todos los secundarios se sacan chispas y en este sentido es de destacar a Claudio Rissi (Demedio) que en sus charlas con Luppi sobre los derechos de los trabajadores está impagable.
Queda claro que este film no se inscribe en el denominado “nuevo cine argentino”, ya que su estilo sigue siendo de lo más clásico, en el mejor sentido de la palabra. Y también seguramente algún sector de la crítica seguirá acusando a este director de declamatorio y discursivo, cuestión a discutir y que de todas formas no invalida sus aciertos, pero lo que nadie puede negar es que se trata de un film narrado como los dioses y con un guión sólido y preciso como una roca, y eso hoy en día no es precisamente lo que abunda.
Título: Lugares comunes.
Título Original: Idem.
Dirección: Adolfo Aristarain.
Intérpretes: Federico Luppi, Mercedes Sampietro, Arturo Puig, Claudio Rissi, Pepe Soriano, Carlos Santamaría, Yael Bamatán, Valentina Bassi, Graciela Tenenbaum, María Fiorentino, Osvaldo Santoro y José Luis Alfonzo.
Género: Drama.
Clasificación: Apta para todo público.
Duración: 108 minutos.
Origen: Argentina/ España.
Año de realización: 2002.
Distribuidora: Distribution Company.
Fecha de Estreno: 12/09/2002.
Puntaje: 9 (nueve)