Por Pablo Arahuete
Cuando uno piensa en el cine como una herramienta artística poderosa capaz de transmitir ideas, pensamientos y emociones, casi inmediatamente aparece asociada al fenómeno la palabra Memoria. Cabe preguntarse entonces si más allá de la función comunicadora del cine, de ese vínculo semi-mágico entre los espectadores y aquello que se muestra en la pantalla, no es el cine un vehículo de la memoria que nos compromete con lo más superficial y lo más profundo de nosotros mismos, desde el primer instante en que se apagan las luces y nos sumergimos en un universo de sensaciones, que aunque se confunden con la ficción, su verosimilitud nos reproduce pedazos de verdad.
El Pianista, último trabajo de Roman Polanski, galardonado con la Palma de oro en el Festival de Cannes el año pasado, es una obra maestra que encierra desde su aspecto conceptual las ideas que esbocé al comienzo de esta nota. Desde el primer fotograma hasta el último (les recomiendo quedarse hasta que se enciendan las luces de la sala), la historia del pianista polaco Wladek Szpilman (Adrien Brody) es un crudo retrato del horror y de la resistencia de la condición humana, con todos los matices posibles que separan este abismo.
La historia comienza en Polonia en 1939. Los delicados dedos del pianista Wladek recorren con absoluta parsimonia el teclado y ejecutan con virtuosismo las notas de una melodía sublime en el estudio de radio. Los suaves acordes de la sonata repentinamente se comienzan a mezclar con el seco estallido de vidrios que se rompen y bombas que caen afuera. Desde la cabina de operaciones le hacen señas al pianista para que abandone el lugar, pero éste desiste y continúa interpretando con mayor vigor la pieza, hasta que una descarga impacta en el edificio de la radio y lo separa para siempre de su piano, convirtiéndolo en testigo directo del horror que se avecina.
Esta contundente y magistral escena del comienzo se presenta ante nuestros ojos como una brillante alegoría de la vida de Szpilman, uno de los tantos sobrevivientes del ghetto de Varsovia, víctima de la locura de unos hombres que intentaron despojarlo de su condición humana pero que no pudieron vencer su voluntad. Esa es la idea que prevalece en los 150 minutos del film, cuyo eje es la historia y reconstrucción del holocausto judío a partir de los acontecimientos acaecidos en Polonia entre 1939 y 1945.
El relato puede estructurarse en 5 partes perfectamente identificables que guardan una estrecha relación con los movimientos de una sonata clásica de Beethoven o Chopin, cuyas piezas musicales integran la banda sonora y operan no sólo como un recurso expresivo para acompañar las escenas, sino como enlaces narrativos y descriptivos que marcan los tiempos de cada secuencia, donde muchas veces el acierto reside en la ausencia total de música.
Es imposible saber si Polanski tuvo una intención manifiesta al estructurar el relato como una sonata, pero le pido permiso para que me deje tomar esta licencia. La fuerza del comienzo del film responde al Allegro, es decir, la suave armonía se sacude con la irrupción trágica de los acordes bajos. Estos marcan la transición al Andante, cuyo rasgo es lo descriptivo. En El Pianista, la ocupación nazi sobre Polonia y la transformación vivida por la familia de Szpilman, que de la noche a la mañana pasan de ser ciudadanos polacos a judíos perseguidos, constituyen la introducción del conflicto sin ningún agregado dramático, y que no cae en la tentación de la voz en off.
El desarrollo de la construcción del ghetto, la persecución, el hambre, la humillación y la muerte reflejan a partir de una puesta en escena apocalíptica la cotidianeidad de la miseria y la recurrente pesadilla de vivir sojuzgado. Estos rasgos visibles durante el transcurso de la travesía por la supervivencia del protagonista, se relacionan con el movimiento del Adagio con expresiones de la composición musical. Aquí el realizador despliega todos los recursos cinematográficos a su alcance como la fotografía, la luz y el sonido ambiente para reconstruir la época. Resalta la poesía de la degradación y enaltece el espíritu humano, valiéndose de la expresividad de su actor Adrien Brody. La capitulación del ejército nazi como consecuencia de la llegada de los rusos y el encuentro con la música remarcan el Allegro molto vivace. Wladek renace y con él la esperanza del cambio, al encontrarse con un piano, su transformación obedece a un proceso de evolución interna y externa que da paso a lo que en la sonata se denomina Presto y que corresponde al cierre o final. Así Roman Polanski condensa de forma admirable esta partitura, digitando con el mismo virtuosismo del pianista polaco los planos que configuran los acordes de esta pieza magistral.
Seguramente El Pianista no reciba el Oscar de la Academia y su director tampoco sea galardonado, aunque por lejos se lo merezca. Sin embargo, el premio ya fue otorgado por el destino, que quiso que un tal Roman Polanski, sobreviviente del holocausto, filme este alegato contra la humillación a la condición humana.
Título: El pianista.
Título Original: The pianist.
Dirección: Roman Polanski.
Intérpretes: Adrien Brody, Thomas Kretschmann, Maureen Lipman, Ed Stoppard, Emilia Fox, Frank Finlay, Julia Rayner y Jessica Kate Meyer.
Género: Drama, Biografía, 2da. Guerra Mundial.
Clasificación: Apta mayores de 13 años.
Duración: 150 minutos.
Origen: Reino Unido/ Francia/ Polonia/ Alemania.
Año de realización: 2002.
Distribuidora: Alfa Films.
Fecha de Estreno: 06/03/2003.
Puntaje: 9 (nueve)