A casi una década de estrenada vuelve a la cartelera local una de las más queridas obras maestras de la factoría Pixar. Sin dudas, Buscando a Nemo seguirá atrapando a grandes y chicos con su excelente humor y sus brillantes personajes. El 3D no es de los mejores pero vale como excusa.
De los estudios Pixar mucho se ha escrito desde el estreno de Toy Story, su primer largometraje, en 1995. Pionero de la animación generada por computadora, el equipo de John Lasseter, fundador y cerebro principal de la empresa, ha recibido incesantes alabanzas de la más variopinta procedencia con cada nuevo film estrenado.
Y, nobleza obliga, no se puede negar que es un justo reconocimiento para un grupo de artistas que se sigue superando en su afán por entregar el mejor producto posible, respetando la inteligencia del espectador infantil y, por sobre todo, la del adulto, que nunca es soslayado en estos relatos minuciosamente elaborados desde todo punto de vista: temática, narrativa, estética y comercialmente.
En menos de diez años lograron convertirse en una garantía absoluta de calidad para la familia. Ya nadie se extraña al oír un comentario como: ¿Vamos a ver la última de Pixar? Con seriedad, talento, rigor, se ganaron la confianza del público que le ha firmado un cheque en blanco a Lasseter y compañía. Lo único que le pide a cambio es que lo siga sorprendiendo como hasta ahora.
Pues bien, el más reciente esfuerzo de esta verdadera usina creativa no defraudará a sus fieles seguidores, porque Buscando a Nemo es en muchos momentos una aventura acuática de eficacia demoledora.
El complejo guión del film de Andrew Stanton & Lee Unkrich está pautado por una fórmula rendidora, inagotable, que no es otra que aquella utilizada por George Lucas en Star Wars, y a la cual la escritora estadounidense Linda Seger denominó como “el camino del héroe” en su soberbio libro “Making a good script great” (una Biblia para la industria hollywoodense). Esta técnica se relaciona con los mitos, con el viaje iniciático que toda persona encara en su vida y funciona de manera subconciente.
El proceso de identificación del espectador es directamente proporcional al arco de transformación del héroe, que en un comienzo no lo es tal pero que por las circunstancias debe asumir ese rol para cumplir determinada misión. Esta puede ser el rescate de una princesa (como en Shrek), la búsqueda de una gran riqueza (como en la aún fresca El planeta del tesoro) o la de un hijo perdido (como en la historia que nos atañe). Según Linda Seger son diez pasos los que articulan un argumento de estas características.
Los enumero sucintamente: en el primero se presenta al protagonista en su hábitat natural, se lo describe como un individuo del montón, no se le observa ningún rasgo de heroicidad; en el segundo se produce la situación desencadenante, el hecho que arrancará al personaje de su rutina para arrastrarlo a la aventura (en este caso, un buzo se lleva a Nemo para adornar su pecera); en el tercero se nos cuenta cómo, a pesar del miedo a lo desconocido, el futuro héroe abandona su hogar para enfrentar el desafío más importante de su existencia; en el cuarto el aventurero recibe -a la fuerza- una ayuda externa, que en los cuentos tradicionales puede ser un hada, una anciana, una bruja, un mago, etc (en la película de Pixar es la lunática pececita Dory, a la que la voz de Ellen DeGeneres dota de un delirio impagable); en el quinto empieza la transformación del personaje, que se entera de los obstáculos a sortear para lograr su cometido, y donde normalmente se lleva a cabo el primer punto de giro de la trama (Marlin, el desesperado padre, descubre que Nemo está en un lugar llamado Sydney); en el sexto aparecen las pruebas a superar y la travesía se vuelve episódica, en tanto las dificultades se van sumando y espesando cada vez más; en el séptimo, el héroe cree haber fracasado en su misión y pierde totalmente las esperanzas.
Según Seger, es una “experiencia de muerte” que lo lleva a una especie de renacimiento (cuando el lector vea Buscando a Nemo reconocerá inmediatamente esa instancia), y antecede al segundo punto de giro; en el octavo, el héroe toma el control de la situación, su liderazgo ya asumido, aunque el viaje no esté todavía terminado; en el noveno, el camino de regreso al hogar es interrumpido por el obstáculo más grande de todos, que deja en evidencia lo aprendido y se da la confrontación final entre los buenos y malos de turno; en el décimo ya vemos al protagonista completamente transformado, es una persona radicalmente distinta a la del primer punto, generalmente se casa con la princesa y/o es nombrado rey, o simplemente se reintegra a su lugar de origen con todos los laureles. Esta estructura es acatada obsesivamente en Buscando a Nemo con sensacionales resultados.
Hay múltiples aciertos para analizar en el guión de Andrew Stanton, Bob Peterson y David Reynolds. Uno de ellos es la asombrosa facilidad con la que sacan de la galera decenas de personajes antológicos, nítidamente caracterizados, siempre humanizados de algún modo para favorecer la identificación de los chicos.
Buscando a Nemo cuenta con los caracteres más brillantes que hayan surgido de la animación en los últimos años: son ingeniosos, divertidos, queribles… El tiburón Bruce es un ejemplo de cómo crear un villano ambivalente, decididamente delicioso en su maleable imprevisibilidad. Las escenas cómicas se destacan por su perfecto timing en la resolución del gag -ya sea visual o de diálogo- y las de acción cumplen con el objetivo de emocionar apelando a una espectacularidad deslumbrante (no en balde el presupuesto se estiró hasta los 94 millones de dólares).
Para el final, me encargo de revelar el secreto del éxito de Buscando a Nemo: la amplitud de su target. Muy pocos dibujos infantiles se proponen incorporar a los adultos más allá de su inevitable presencia en las salas acompañando a sus hijos.
Pixar siempre lo hace recurriendo a guiones que son escritos en varios niveles. En esta oportunidad la consigna parece ser la de sacarle el jugo a la cinefilia de los grandes. Pasajes que remiten a El Resplandor, nombres como el del título o el del tiburón son guiños cómplices que apuntan a la platea adulta, que agradece la atención con carcajadas y en ocasiones hasta con aplausos (la función para prensa fue coronada por una ovación interminable).
Sólo hay un detalle que lamentar: el paupérrimo doblaje al español realizado en México por actores ignotos que empalidecen al compararlos con los originales. Albert Brooks, la ya elogiada Ellen DeGeneres, Alexander Gould, el magnífico Willem Dafoe, Geoffrey Rush y Eric Bana, entre otros, efectúan labores impecables y a ellos se debe atribuir buena parte de la magia que irradia este viaje circunscripto a una receta antiquísima, pero rediviva por obra y gracia de un trabajo en equipo inspiradísimo. Buscando a Nemo es un clásico instantáneo.
Título: Buscando a Nemo.
Título original: Finding Nemo.
Directores: Andrew Stanton & Lee Unkrich.
Voces en inglés: Albert Brooks, Ellen DeGeneres, Alexander Gould, Willem Dafoe, Brad Garrett, Allison Janney, Austin Pendleton, Geoffrey Rush y Elizabeth Perkins.
Género: Animada, Infantil.
Calificación: Apta para todo público.
Duración: 109 minutos.
Origen: Estados Unidos.
Año de realización: 2003.
Fecha de estreno: 03/07/2003.
Fecha del reestreno en 3D: 20/09/2012.
Distribuidora: Buena Vista.
Puntaje: 9 (nueve)