Por Juan Blanco
Es difícil hablar de Brian De Palma sin hacerlo de Hitchcock, así como también resulta dificultoso trabajar sobre una de sus películas sin hacer obvios apuntes sobre sus dotes como director, así como de sus constantes y estilo. Por eso, por más que me gustaría hacer un par de omisiones al respecto, sobre todo en lo que haría a la mecánica enumeración de sus operaciones como realizador y sobre el bastardeado asunto de Hitch y los homenajes, no creo que pueda; es más, no pienso hacerlo.
Lo más importante a destacar sobre De Palma es que ahora se encuentra exiliado de Hollywood, y en eso radica la libertad creativa que se pone de manifiesto en su última película, Femme Fatale (o bien Mujer fatal). Resulta que Brian siempre fue un director artificioso, para el cual las películas rara vez fueron historias con intenciones persuasivas hacia el espectador, sino más bien soportes mecánicos para reflexionar sobre el séptimo arte, y un espacio para el juego y la creación a partir de la misma representación cinematográfica. Hoy no puede más que reconocerse un estilo canónico del que Brian es amo y señor, a pesar de que gran parte de su cine –o más bien de sus códigos- se nutran de préstamos confesos de toda una tradición de cine (¿vieron que no iba a poder?… qué lo parió).
Hoy De Palma es un autor (lo es hace tiempo), y ahora que está albergado en Francia y lejos de la burocracia de los estudios americanos es libre como una vez –hace mucho- lo fuera en Hollywood, lo cual resulta para su carrera tan beneficioso como peligroso. Tal contradicción se da porque la rienda suelta para De Palma significa la exhibición más arbitraria y jovial de sus dotes como cuentista (cosa ciertamente a favor), pero al punto de ya no saber si lo que se ve en pantalla es cine puro, o puros manierismos de un cineasta que se vive copiando compulsivamente a sí mismo (cosa ya no tan favorable). Lo que sí se sabe fácil es que en sus intenciones hay nobleza gaucha, y que si cuenta como cuenta lo hace porque le gusta jugar con sus formas, probar modos “nuevos” para contar “lo mismo”, y no porque pretenda re-escribir la historia del cine -o más bien su futuro- ni engañar a nadie. Se nota que le gusta filmar, independientemente de la historia que haya de excusar al film que lo ocupe.
En Mujer Fatal, como en el 95% de las películas de De Palma, hay un artificio ostensible desde los primeros minutos de metraje (cita cinéfila con Barbara Stanwyck de por medio) hasta la última imagen (una panorámica montada con múltiples fotos en superposición). No importa realmente el “qué”, sino el “cómo”. Por eso la anécdota de Femme Fatale habrá de albergar tantas incoherencias narrativas como arbitrariedades de guión; todo para que Brian toque una vez más su canción sin las restricciones lógicas que condicionan al cine de género estándar (en este caso sería el film noir, o cine negro francés). Ahora, si eso es una virtud o un mero despropósito, es algo que tendrá que decidir cada miembro del público según sea un cinéfilo voyeurista 100% depalmiano con gusto por las formas, o un simple espectador que espera del cine más convenciones que riesgos locos y rupturas.
Mujer Fatal es en apariencia una película sencilla: todo comienza con un robo de joyas en plena alfombra roja del festival de Cannes 2001, y con una traición de uno de los miembros del equipo de ladrones (esa sería Rebecca Romijn-Stamos en pos de Femme Fatale) hacia el resto del grupo. Luego de una casualidad y la aparición de una doble de cuerpo con quien confunden convenientemente a la protagonista, lo que sigue es una elipsis de siete años y una serie de circunstancias más que aleatorias que involucrarán a un fotógrafo periodista (Antonio Banderas) al acecho de la mujer fatal del título, y a un adinerado empresario (para entonces esposo de la Femme) a punto de ser estafado; todo mientras se gesta el plan de vendetta hacia la lady perversa por parte de sus ex-compañeros de trabajo, ya fuera de la cárcel y “rehabilitados” (bueno, en realidad sólo uno de ellos cayó en cana). Ahora, cómo todo esto habrá de cuajar, es cosa surrealista de De Palma y de nadie más.
Y lo gracioso es que a duras penas si lo hace (cuajar digo). Si el cine no descansara sobre supuestos tan ilimitados, Mujer Fatal no tendría sentido ni razón de ser alguna. Pero de Palma sabe manejar al aparato tan bien que todo encuentra su cause de las formas más manipuladoramente divertidas que puede concebirse dentro de un cine de género gastado. La película es un grandes éxitos de BDP, forzado, confuso, increíble, tramposo, por momentos tan desconcertado y digresivo como preciso a su manera. Pero eso si: siempre cautiva a la vista e incita a seguir mirando travieso cual espía no invitado a una fiesta imperdible. De Palma es un anfitrión de la hostia, y el que no sepa reconocerlo que devuelva los binoculares y se dedique a la playstation, o a algún otro entretenimiento pasatista.
Título: Mujer fatal.
Título original: Femme fatale.
Dirección: Brian De Palma.
Intérpretes: Rebecca Romijn-Stamos, Antonio Banderas, Peter Coyote, Gregg Henry, Eriq Ebouaney, Edouard Montoute y Thierry Frémont.
Género: Thriller, Crimen.
Calificación: Apta mayores de 13 años.
Duración: 114 minutos.
Origen: Francia/ Suiza / EE.UU.
Año de realización: 2002.
Distribuidora: Líder Films.
Fecha de estreno: 23/10/2003.
Puntaje: 9 (nueve)