Por Juan Blanco
Cuando uno habla de la “perspectiva Billiken” de las cosas suele hacer referencia a una versión suavizada de una situación determinada. Incluso hasta ya se tiene una impresión colectiva de que la sola mención de la revista infantil supone una utilidad insultante. Nadie habla de Billiken si no quiere hacer una broma sobre algo o alguien; eso es un hecho. Bueno, algo parecido está pasando lamentablemente con Disney y su cada vez más grande y estúpida convicción de que el cine sirve –o debería servir- para “educar” (generalmente –aunque no siempre- a los más chicos).
Por supuesto, hay Disneys y Disneys, pero lo cierto es que cuando el estudio fundado por el viejo Walt no se encuentra acertadamente experimentando con los ilimitados recursos estéticos del séptimo arte (como se dejó bien claro con La bella y la bestia, Las locuras del emperador o El planeta del tesoro, por mencionar algunas magnificencias de la firma), de seguro le está pifiando con alguna bobada didáctica en busca de algún tipo de trascendencia y aprobación social… o algo parecido.
Tierra de Osos es un ejemplo capital de lo anterior. Bien se sabe que Disney siempre le apuntó a la enseñanza o que siempre procura algún tipo de legado cultural hacia el receptor, pero sus películas también demostraron con el correr del tiempo poder trascender tal trivial propósito y ofrecer estilo, ingenio y múltiples técnicas cinematográficas en el camino. Pero en Tierra de Osos los responsables se olvidaron por completo de todo lo último, y lo que quedó de oferta no es más que un Billiken (o un lugar común Disney) sobre la igualdad de razas, el amor al prójimo y algunas otras buenas intenciones más.
La película concreta es una suerte de capítulo de La Dimensión Desconocida pero en versión Disney; o sea, un lavado con shampoo Johnson & Johnson. Incluso hasta se estrenó hace poco, en la última generación de la serie bizarra transmitida por Fox, un episodio en el que sucedía algo similar a lo que acontece en Tierra de Osos. En dicho capítulo, un hombre –caucásico- que se negaba a hacer un acto de bien por otro individuo –de color- terminaba con las facciones de este último y atravesando sus mismas penas a modo de castigo “divino”. En el film de Disney el protagonista, un joven aborigen, mata a un oso por vengar a su hermano (muerto accidentalmente a garras del mismo) y a consecuencia de esto acaba convertido en uno de ellos para aprender una lección que, a diferencia de los desenlaces de cualquier Twilight Zone, podría augurarle un final feliz y altamente instructivo.
Tierra de Osos, en definitiva, es una experiencia aburrida y ramplona, plagada de lugares comunes y de emociones predigitadas de manera un poco tosca. Pero por sobre todas las cosas, este último Disney es culpable de una técnica austera y haragana, incapaz de asombrar a la vista con el ingenio con que bien se sabe que el estudio puede deslumbrar si así lo desea. Lo único aceptable o digno de una defensa es el humor de algunos de los personajes secundarios, en especial de esos dos alces que ya se vislumbraban insoportables desde los avances y que, por fortuna, resultaron dos grandes y gratas sorpresas. La música de Phil Collins tampoco está mal, pero se lo escuchó mucho más elaborado en Tarzán.
Título: Tierra de Osos.
Título Original: Brother Bear.
Dirección: Aaron Blaise, Bob Walker.
Voces: Joaquin Phoenix, Rick Moranis, Jason Raise, Jeremy Suarez y Michael Clarke Duncan.
Género: Animación, Aventura, Comedia.
Clasificación: Apta todo público.
Duración: 85 minutos.
Origen: EE.UU.
Año de realización: 2003.
Distribuidora: Buena Vista.
Fecha de Estreno: 24/10/2003.
Puntaje: 4 (cuatro)