Por Pablo Arahuete
En sintonía con los tópicos desarrollados en su primera obra, la nueva propuesta de la realizadora retoma el universo de la infancia y los conflictos de la adolescencia en un ambiente agobiante donde prevalece el estancamiento social y el desencanto es moneda corriente.
Resulta imposible no trazar un puente entre La ciénaga, ópera prima de Lucrecia Martel, y su nuevo proyecto La niña santa; esta vez con el nombre de Pedro Almodóvar en los créditos de producción. Los puntos de contacto entre ambos films delinean los rasgos de un cine de autor: relato fraccionado, preponderancia de los planos sonoros, atmósfera opresiva, definición de espacios con carácter simbólico.
En sintonía con los tópicos desarrollados en su primera obra, la nueva propuesta de la realizadora retoma el universo de la infancia y los conflictos de la adolescencia en un ambiente agobiante donde prevalece el estancamiento social y el desencanto es moneda corriente. En el comienzo se encarga de sembrar la información justa y retrata con admirable sencillez personajes, conflictos y espacios con un elemento preponderante: el aire y la falta del mismo.
Amelia (María Alché) y Josefina (Julieta Zylberberg) se burlan de su profesora (Mía Maestro) mientras esta entona una melodía litúrgica y su largo fraseo se interrumpe al quedarse sin aire. Las dos adolescentes forman parte de un grupo de niñas en un colegio confesional. Josefina cuchichea con Amelia que en realidad la falta de oxígeno en el cerebro obedece a los besos de lengua que la profesora se da con un hombre a escondidas. Amelia vive con su madre Helena (Mercedes Morán) y su tío Freddy (Alejandro Urdapilleta) en un hotel de Salta. Ambos son dueños del lugar y alquilan los cuartos a un grupo de de doctores que permanecerán allí durante las jornadas de un congreso de medicina. Entre los asistentes se encuentra el Dr. Jano (Carlos Belloso), especialista en patologías del oído, introvertido y poco comunicativo. Su timidez lo presenta en la pantalla como un hombre que reprime sus deseos y emociones.
El clima opresivo de las habitaciones del hotel, la oscuridad de los interiores y la sordidez del pueblo chico es lo que en definitiva termina por quitar el aire. En ese sentido la presencia de mucamas con sus aerosoles purificadores o la permanente limpieza en las habitaciones destacan el aire viciado intangible que rodea a los adultos. Y si de purezas se trata, la más importante es la del alma? Martel abre el juego y cuestiona con inteligencia la rigidez de la enseñanza católica, donde las adolescentes se preparan para recibir el llamado de Dios y deben descubrir su vocación. Sin embargo, en el cine de la directora nada es diáfano, inocente o puro, y menos aún en una etapa de descubrimientos y exploraciones de lo prohibido como la adolescencia.
El despertar sexual de Amelia y Josefina irrumpe en el supuesto camino de la pureza y subvierte el orden de las cosas. Amelia se deleita junto a un grupo de gente fascinada por el milagro de escuchar las melodías que un hombre extrae del aire cuando es manoseada por el Dr. Jano, quien se ampara en el anonimato y en la discreción de ella. Amelia lo descubre en su juego y lejos de abandonarlo intenta acercarse porque es un pecador. Así cree haber descubierto su vocación.
Al igual que en La ciénaga, este film guarda un estrecho vínculo con la esfera de los sentidos. Sonidos monocordes como los rezos para ahuyentar los deseos, conversaciones apenas perceptibles reveladoras de secretos, el silencio de la pileta y el murmullo constante en el comedor del hotel, se filtran con los rostros encimados al plano.
Menos sorprendente que La Ciénaga pero tan ambigua y deslumbrante como el mundo de Lucrecia Martel.
Título: La mujer sin cabeza
Dirección: Lucrecia Martel
Intérpretes: María Alché, Julieta Zylberberg, Mía Maestro, Mercedes Morán, Alejandro Urdapilleta
Calificación: Apta para mayores de 13 años
Género: Cine de autor, Drama
Duración: 103 minutos
Origen: Argentina
Año de realización: 2004
Fecha de estreno: 06/05/2004
Puntaje 8 (ocho)