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domingo, 24 noviembre 2024
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Nicholas Nickleby: David Lean, el regreso

Por Luis Pietragala

Charles Dickens escribió Nicholas Nickleby en 1837, a los 25 años. Obra de gran complejidad narrativa y representativa de la novela decimonónica, retrató una época de gran convulsión y cambio: la primera Revolución Industrial, como ocurre en muchas otras novelas de ese autor. La que nos ocupa es su segunda transposición cinematográfica; la anterior, también inglesa, es de 1946, y fue dirigida en aquella inmediata posguerra por el vanguardista y documentalista brasileño Alberto Cavalcanti, en un periodo en que filmó varias películas de ficción.

¿Podría hablarse de un nexo entre el momento de la escritura literaria y sus dos versiones cinematográficas? Quizá el trazo de unión se encontraría en la voluntad de poner algún orden en momentos de vacilación (“Cuando el cambio sobreviene en el mundo, la época de la tranquila sobriedad y la paciente sumisión es destruida, porque la revolución es el vacilar de las cosas”, dice G. F. Hegel en Fenomenología del espíritu, citado por Juan José Sebreli en la apertura de su libro El vacilar de las cosas, Sudamericana, Buenos Aires, 1994). Tanto aquel despertar industrial como el fin de la Segunda Guerra Mundial y nuestro tiempo son momentos de profundos cambios donde las personas buscan asirse a lo que les dé más sensación de seguridad, sea en el registro real o en el simbólico, sea en los comportamientos o en las estructuras, sea en los valores vigentes o en los del pasado.

Y si en las estructuras de los registros simbólicos (y en los otros) vienen dándose inseguridades, rupturas, quiebres, hegemonías, prepotencias, es probable que surja una reacción donde se manifieste el deseo de volver a algo sólido, éticamente valioso y transparente, y mejor aún si tiene como referente una época convulsionada pero con valores aparentemente más firmes.

Hoy, ¿un relato clásico se haría desear?

Tal vez sí, ya que ahora asombran poco las rupturas de las vanguardias de comienzos del siglo XX, puestas en práctica hasta en las telenovelas, o incluso los relatos sin conflicto (sin “argumento”, como suele decirse), que se mezclan en las multisalas con las imposiciones del modelo Hollywood, que los asimiló a su modo. Este modelo se autoproclama como único formato narrativo audiovisual posible, en detrimento de los realmente clásicos, olvidando como antecedente al teatro griego, por ejemplo. Pero en sus productos tipo, la repetición de estructuras narrativas y estereotipos combinados con la “droguita” de los efectos especiales empieza de a poco a producir fatiga. Es por eso que hoy parecerían ser necesarios y deseados aquellos relatos donde personajes realmente humanos estén dentro de un mundo posible en el que poner las cosas en orden sea también realmente posible.

De eso se trata la última versión de Nicholas Nickleby, una película de “argumento”, donde se cuenta cómo poner las cosas en su lugar lleva su tiempo, donde los valores están y se defienden, donde no todo está mal, donde es posible restablecer un orden más armónico en tanto haya equilibrio entre conducta y respeto por el otro en el que lo diferente coexista (es el caso de la compañía teatral, donde ambiguos y travestidos personajes pueden convivir con los protagonistas de la historia). No se trata ya del ingenio de los personajes superhéroes de Los increíbles, donde su humanización mezclada con sus superpoderes (brillante idea del guionista-realizador Brad Bird) no borra que se nos dice que este mundo necesita de héroes (“Pobres los pueblos que necesitan héroes”, le hace decir Beltold Brecht a Galileo Galilei). Nicholas, a diferencia de Mr. Increíble, no se ve a sí mismo ni es visto como héroe por los otros personajes, ni tampoco se intenta dar esa imagen al espectador; él, su hermana, su amigo rengo y otros (como unos empresarios mellizos, limítrofes entre lo real y el cuento de hadas) simplemente hacen lo que creen mejor para los demás y para ellos.

Parecería decirnos esta película que también hay gente así, que hay gamas de gris. Allí es donde gana esta versión, de la mano del guionista-director McGrath: cada personaje tiene sus aspectos de acción, emoción y pensamiento, es decir, son humanos; así es evitada la tendencia a la dicotomía malos-buenos. Esto no quita que haya quienes procedan con más bondad o con más maldad, tal como en la vida real; pero como en ella hay causas y matices.

Es la vuelta del cine clásico (inglés, en este caso). Es el rigor narrativo de un David Lean (responsable de otras versiones de Dickens como Grandes esperanzas, 1946, y Oliver Twist, 1948; director al que Noel Coward permitió llevar a cabo las adaptaciones de varias de sus novelas, entre ellas, Lo que no fue o Breve encuentro, 1945; responsable también de El puente sobre el río Kwai, 1957, y Lawrence de Arabia, filme que en 1962 marcó un quiebre en las superproducciones épicas de su tiempo al humanizar y dotar de carnadura a sus personajes). Es también la vuelta del deseo de creer en un mundo más transparente, en el que sea posible discriminar el bien del mal, en el que las cosas sean tan claras que eviten las confusiones. A ese mundo responde un tipo de estructura dramática, a un mundo donde el saber ordenar propio del artista haga efectiva su misión como tal. Pero algo nos dice también NN: tal vez todo no sea tan transparente como su trama muestra y se trate sólo de un buen artificio; honesto, eso sí. Los títulos iniciales sobre esas figuras de cartón de un teatro de juguete prefigurará la sólida ilusión que el espectador vivirá a partir de ese momento; pero de ninguna manera será engañado, ya que se tratará de hechos imaginarios y no de mentiras.

Interesante mixtura la de Dickens/McGrath: logran ordenar el mundo para mostrárnoslo comprensible; pueden haber “buenos y malos” sin quitarles ni matices ni profundidad, obteniendo así verosimilitud; bordean el melodrama pero evitan sus estereotipos; hacen queribles u odiables a sus personajes sin que unos y otros dejen de tener su lado oscuro (o claro), como los estallidos de furia de Nicholas y cierta dignidad final del tío Ralph (un brillante Christopher Plummer).

Pero, ciertamente, no es otro que el director de esta versión para cine quien no empleó un montaje fragmentado y tuvo la eficaz humildad de pasar desapercibido con sus puestas de cámara que, pese a los constantes movimientos de giro y de elevación o descenso, no se hacen presentes como virtuosismos, sino que son funcionales al relato, al cual sirven. Y tal vez en esto radique el verdadero espíritu clásico del filme: la humildad del artista que oculta sus herramientas en favor de la misma obra. Y la honestidad.

Título: Nicholas Nickleby.
Título Original: Idem.
Dirección: Douglas McGrath.
Intérpretes: Charlie Hunnam, Jamie Bell, Nathan Lane, Christopher Plummer, Jim Broadbent, Tom Courtenay, Anne Hathaway, Alan Cumming, Edward Fox, Timothy Spall, Romola Garai, Juliet Stevenson, Hugh Mitchell.
Género: Basado en novela, Drama de época, Romance.
Clasificación: Apta todo público.
Duración: 132 minutos.
Origen: Reino Unido/ EE.UU.
Año de realización: 2002.
Distribuidora: Compañía General de la Imagen (CGI).
Fecha de Estreno: 16/12/2004.

Puntaje: 9 (nueve)

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