Por Juan Blanco
Million Dollar Baby (2004) son dos películas en una por cuestiones estructurales, pero que al tiempo resulta un mismo viaje (otro de los tantos para Eastwood) a ese costado desencantado y sombrío del corazón del hombre. Otra asombrosa película del siempre enérgico veterano de Hollywood…
Million Dollar Baby, el vigésimo quinto trabajo de Clint Eastwood como director, son dos películas condensadas en una misma anécdota. La primera tiene que ver con el deporte, más precisamente con el boxeo, y se lleva a cabo dentro del ring. La otra, la que se narra fuera del cuadrilátero, es una que tiene más que ver con toda la gama de emociones que encierra el ser humano en lo más profundo.
Claro está que tal diferenciación puede llevar a suponer que una película quizás no merece a la otra, o bien que la dramática debería, por cuestiones paradigmáticamente trascendentales, ser más importante o compleja que la deportiva. Aunque todo aquel que recuerde las dos primeras Rocky (no las siguientes) sabe que semejante prejuicio no podría estar más errado. De hecho, en Million Dollar Baby ambos mundos se necesitan para darse sentido entre si; se justifican entre ellos, creando para el deporte un valor más allá de la competencia y para el drama una motivación que nace del sueño de triunfar, de ser el mejor en algo.
Para Maggie (Hillary Swank), una pobretona boxeadora amateur que pasa rozando los treinta, el sueño de triunfar en el mundo del boxeo la llevará a conocer a Frankie (Clint Eastwood), un veterano entrenador que regentea un gimnasio en semi-ruinas. Hace ya un tiempo que las vidas de ambos transitan por una misma y solitaria carretera, sólo que en direcciones opuestas. Mientras que Maggie anhela con crecer y ser la más grande en la disciplina, Frankie viene por la senda de regreso y con las luces apagadas por la frustración de no haber podido ser jamás alguien en el ambiente del box.
Al momento de cruzarse con Maggie, Frankie acababa de perder a su único cliente fuerte, un joven que prometía una pelea segura por el título, mientras que la muchacha, bueno, no tenía mucho que perder, excepto la chance de ser entrenada por Frank, quien en un principio no dudaría en rechazarla por ser mujer. Pero como en los mundos generalmente crudos y austeros de Clint Eastwood las cosas no suceden por arte de magia, habrá un tercero que posibilitará que estas dos personas se junten, se conozcan y aprendan a necesitarse.
Ese tercero será Scrap (Morgan Freeman), un viejo amigo de Frankie que trabaja como cuidador y encargado de mantenimiento del gimnasio. Ahora, lo que surgirá entre estos tres solitarios una vez encontrados sus caminos será definitivamente magia; esa que no suele existir en las ficciones de Eastwood ni salvar el día, pero que este viejo guerrero del cine hace posible con cada nueva obra, siendo esta última su mejor propuesta como realizador desde Los Imperdonables y Los Puentes de Madison.
Una vez más, Eastwood le apuesta a la sencillez narrativa, al relato pausado (que por momentos se vuelca a un controlado vigor para las batallas en el cuadrilátero), a esos códigos clásicos que hacen creer en la posibilidad de que sus historias tienen vida más allá del marco de la pantalla. Pero esto no lo logra solo, sino con las precisas colaboraciones de Hillary Swank, una actriz que vuelve a demostrar que tiene el don de la transformación tanto externa como interna, y de Morgan Freeman, un actor del que ya no se puede decir mucho sin redundar en elogios.
Y para completar este gran equipo, dentro del mismo plantel de actores también se tiene al mismo Eastwood en lo que podría definirse como su mejor actuación desde Los Puentes de Madison. Considerando que el monofacético Clint no suele arriesgarse a cambios en el -único- perfil de sus papeles, su composición en Million Dollar Baby resulta por demás loable (es una verdadera lástima que para este año haya un candidato al Oscar tan fuerte ?y merecido, por supuesto- como lo es Jamie Foxx por Ray, y que le quita al veterano toda posibilidad de competir al menos).
Como se aclaró al principio, Million Dollar Baby son dos películas en una por cuestiones estructurales, pero que al tiempo resulta un mismo viaje (otro de los tantos para Eastwood) a ese costado desencantado y sombrío del corazón del hombre. Es una historia donde todos los personajes, sin tutía, buscan a contrapelo de las circunstancias una oportunidad de ser algo en la vida sin importar el costo de tal búsqueda.
Una chance -para algunos la segunda o tercera- de realizarse como personas, de ser felices y de poder encontrarse a si mismos en paz. Es una película que, más allá de cortar en diagonal el mundo del deporte, pone en crisis las reglas del comportamiento ético y moral del ser humano, así como también a la religión católica; habla sobre correr riesgos, sobre la voluntad humana -tanto de sus excesos y carencias-, y también de la redención y el castigo.
El riesgo de cada desafío en la ficción también se traslada al propio trabajo de Eastwood como coreógrafo general del relato. Million… resulta un film tan esperanzador como desalentador, tan jovial como trágico, y en ciertos tramos tan convencional como sorpresivo y extremo, sobre todo en la segunda mitad. Lo que se mantiene siempre constante es el sentimiento y el respeto de Eastwood por los personajes, así como también hacia el espectador, y su contundencia en el tratamiento sobre los varios temas que vulneran a la anécdota; una con instancias muy ásperas que no estará exenta de polémicas.
Título: Million dollar baby
Dirección: Clint Eastwood
Intérpretes: Clint Eastwood, Hillary Swank, Morgan Freeman, Jay Baruchel, Margo Martindale, Michael Peña
Género: Deportes, Drama
Duración: 132 minutos
Origen: Estados Unidos
Año de realización: 2004
Distribuidora: Warner Bros.
Fecha de estreno: 10/02/2005
Puntaje 9 (nueve)