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sábado, 23 noviembre 2024
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El Aviador: Citizen Hughes

Por Juan Blanco

Lamento odiar El Aviador. Lamento odiarla como sólo se puede odiar a uno de esos megaproyectos que predisponen a esperar algo grande y maravilloso, y que después no cumplen eso que prometían con tanta convicción. La odio con tristeza por ser patrimonio de Martin Scorsese, un director demasiado sabio como para promover una auto-derrota como artista con un film tan ambicioso, aún para él. La odio como un crítico no debería odiar a ninguna película, puesto que la profesión supone una posición de rigor académico, un criterio que se basa en el objetivismo y no en los gustos. Aun así, odio El Aviador y me resiento contra Scorsese por haberla hecho, por haber empujado a su película a ser inútilmente pomposa -de seguro más de lo que necesitaba mostrarse-, sutilmente cobarde en materia ideológica, y por buscar su propia grandeza como realizador (algo ya sabido por casi todo el mundo) a través de estatuillas de bronce que no tienen demasiado sentido a la hora de la verdad.

Se trata de un biopic más, de esos que tratan que el público viva con intensidad una vida que fue real y se supone lo suficientemente pintoresca como para ameritar una recreación ficticia. Ahora el turno le llega a Howard Hughes, el director y productor de cine que devino en aviador; el joven con el desorden obsesivo/compulsivo que devino en loco de atar y que acabó solo y exiliado entre sus fetichismos aéreos y frases repetidas cual tic de Max Headroom. De repente me vino a la cabeza la perfecta Cazador Blanco Corazón Negro de Eastwood sobre John Huston, otro director de cine obsesionado con la temática de uno de sus filmes (La Reina Africana), y mi tristeza por Scorsese subió un grado…, pero de alguna manera me nivela pensar en la reciente Alexander de Oliver Stone; otro gran artista superado por un mega-ultra-archi-proyecto biográfico que al menos me deja repartir un poco mi angustia entre ambos.

En El Aviador no se ve morir a Hughes, para Scorsese no hacía falta llegar hasta ese punto. Vivió 70 años, pero la película termina cuando H.H. era apenas un cuarentón perdido que ya no habría de ofrecer “supuestamente” nuevas anécdotas dignas del celuloide (o acetato). Esto último, cabe decirlo, según la hipócrita intención de glorificarlo como un héroe luchador, ya que había mucho más para contar a partir de entonces; episodios que lo harían acreedor de algunos malos adjetivos. Pero entre Hell’s Angels (el primero de sus dos trabajos como director -el segundo fue El Proscripto-) y sus cuarenta años (período que comprende desde fines de la década del 20 a fines de la del 40), Hughes experimentó lo suficiente como para justificar la película que se concentra sutil y convenientemente (¿tendrá algo que ver con el Oscar?) en su costado más inofensivo (uno que omite, entre otras cosas, su participación en la Caza de brujas de Hollywood en los 50’s, una supuesta vinculación con el nazismo, y más…). En los años que cubre El Aviador, H.H. se lució como un glamoroso director y productor de cine, mantuvo romances con estrellas de Hollywood (Katharine Hepburn y Ava Gardner son en las que Scorsese hace foco), construyó aviones imposibles para la época, retó en los negocios a los más grandes magnates de la industria aeronáutica, despilfarró millones de dólares (propios y del gobierno) en sus locos proyectos aéreos, y hasta desafió a la muerte en un accidente de avión que le costó unas cuantas fracturas y casi el 80% de la piel entre el fuego que le quemó hasta el apellido. Fue considerado el hombre más adinerado de su época, uno de los más excéntricos -y hasta polémicos- de la historia del cine y el más chiflado del mundo de la aviación.

Quizás con semejante prontuario sea razonable considerar que una película biográfica era lo mínimo que cabía esperar para Howard Hughes (de hecho, esta no es la primera). Pero el problema no reside en la necesidad de la existencia de El Aviador, sino en sus imprecisiones y omisiones, en su falta de emoción y, en última instancia, en las implicancias de que tal proyecto exista como la última –y más conservadora e impersonal- carta a jugar por Scorsese para ganar el Oscar que la Academia le viene negando desde las épocas de Taxi Driver o Toro Salvaje. El Aviador apesta a premios, a superproducción épica empachada de trivialidades entre las que el realizador acaba perdido.

Detenerse a estas alturas a reafirmar que el responsable de Buenos Muchachos sabe filmar sería una falta de respeto al lector. Quiero decir, que si vamos a hablar de correcciones técnico- formales, El Aviador es una película que está, digamos, “bien hecha”. Pero no obstante, hay muchas cosas en este último trabajo de M.S. que irritan sobremanera. En materia estética, a pesar de la belleza de muchas imágenes cada plano por separado intenta ser más impecable y soberbio que el anterior, sin llegar a constituirse luego en una narración verdaderamente fluida o atractiva. Cada secuencia trata de superar en complejidad de puesta en escena (o más bien de dirección de arte) a la que la precedió. Y al cabo de las casi tres horas de metraje que componen a El Aviador, Scorsese acaba sepultado bajo los sets, los vestuarios, los equipos multimillonarios y toda la falsedad de la típica película de época que no pasa de la mímica fechada e inverosímil (hay de a ratos una marcación de actores “a la Casablanca” que mata) y el cartón pintado; elementos superfluos que lo ayudaron a reconstruir el Hollywood clásico al milímetro y a narrar parte de las “aventuras” de uno de los hombres más exóticos y poderosos jamás vistos, pero que no lo llevaron a captar el espíritu del personaje en cuestión. No posibilitaron que Howard Hughes nos importara (eso es a los espectadores, entre los cuales me incluyo) más allá de algunas de sus hazañas y anécdotas de color. El Aviador tiene mucha plata en producción, toda la que acostumbra tener Scorsese en sus proyectos, pero no termina de ser honesta y carece de sentimiento.

Hay varias escenas en las que Leonardo DiCaprio (por cierto, un actor extraordinario que hizo el mejor Hughes que pudo) habla a mil por hora con uno o varios personajes a la vez (según el caso) sobre cine, aviones, riesgos económicos y política mientras camina y recorre a modo de planos secuencia los amplios escenarios. Ahora, desafío a que alguien me diga si en alguno de estos momentos su atención no se desvió por completo, o al menos en parte, hacia algún sector de la sala donde no se estaba proyectando la película. Este último despropósito de Scorsese logra -y no pocas veces en los 170 minutos de cinta- justamente eso: aburrir, hacer perder la atención del público en la periferia de la pantalla. Y no importan los cuidados estéticos, el rigor histórico, ni siquiera las probablemente geniales actuaciones de casi todos los involucrados (Blanchett como la Hepburn está tanto bien como dientuda…).

El Aviador es decididamente un bodoque Oscar que nubló la visión de su creador al punto de no dejarlo concentrarse en lo que importaba. En este caso era el hombre, Howard Hughes, tanto el héroe visionario en su juventud como el bastardo en su adultez; un hombre enfrentado a un mundo excesivo que lo quebró como ser humano y lo llevó a su posterior auto-traición y decadencia. La humanidad del personaje es un detalle que a duras penas logra asomar en momentos aislados de una película que se pierde en la burocracia del artificio cinematográfico, y que no existe más que para que Scorsese se convenza de ser un artista magno y merecedor de galardones. Tanto es así que la imagen de Howard Hughes podría -en parte- compararse con la de Randolph “Citizen Kane” Hearst y Scorsese mismo reposar vanaglorioso en los respectivos paralelos con Orson Welles. Que El Aviador de golpe tenga –o busque tener- posibilidades de ser comparada con una de las películas más importantes de todos los tiempos, que es El Ciudadano, ¿no será un poco mucho Marty? Apenas si puede uno animarse a enfrentarla con el Tucker de Coppola.

Título: El Aviador.
Título Original: The Aviator.
Dirección: Martin Scorsese.
Intérpretes: Leonardo DiCaprio, Cate Blanchett, Kate Beckinsale, Alec Baldwin, Willem Dafoe, Jude Law, Alan Alda, John C. Reilly, Gwen Stefani, Ian Holm, Brent Spiner.
Género: Biopic, Drama.
Clasificación: Apta mayores de 13 años.
Duración: 170 minutos.
Origen: EE.UU. / Alemania.
Año de realización: 2004.
Distribuidora: Warner Bros.
Fecha de Estreno: 24/02/2005.

Puntaje: 5 (cinco)

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