Por Omar Tubio
Justamente en estos días se dirime la suerte de uno de los principales exponentes de la música pop en los Estados Unidos, en un juicio que tiene mucho de circo mediático y muy poco de rigor jurídico, y en el que se ponen en juego su credibilidad y toda su carrera ante los cargos de pedofilia que pesan sobre él. En contraposición, este pequeño pero gran film, aborda ese tema tan espinoso y tan poco tratado por el cine en general con un rigor y una seriedad digna de ser remarcada.
El abuso de menores es uno de los delitos más abominables y uno de los que más rechazo producen en una sociedad civilizada. A pesar de no conllevar la muerte se lo considera como una aberración imposible de comprender y más difícil de perdonar. La debutante directora Nicole Kassell ofrece una mirada que dista mucho de ser conciliadora pero que tampoco se encarga de condenar. Lo que hace es abrir un montón de interrogantes pero sin dar demasiadas respuestas. Y allí radica una de las principales virtudes de la película, obligando al espectador a bucear en lo más íntimo de sus convicciones y a replantearse en forma sincera sobre todo lo visto y oído.
Walter sale de la cárcel de manera condicional tras cumplir doce años de prisión efectiva. Un trabajo como obrero en una pequeña fábrica (en donde nadie sabe los motivos que ocasionaron su condena salvo su jefe inmediato) y un humilde departamento (paradójicamente frente a una escuela) en un barrio apartado son la base para tratar de empezar una nueva vida. ¿Pero puede un hombre que se sabe un monstruo reinsentarse en una sociedad que lo rechaza? ¿Se puede hacer borrón y cuenta nueva con semejante bagaje de culpa?
Walter -o lo que quedó de él- es un ser retraído y de pocas palabras. Cumple a diario con su tarea y evita todo contacto humano que lo pueda comprometer, pero una compañera laboral se siente atraída hacia él y provoca el acercamiento. Toda la coraza armada a su alrededor comienza a tambalear y con ello se acrecienta su conflicto interno. ¿Cuándo seré normal?… le pregunta constantemente a su terapeuta, como si eso dependiera de una fórmula mágica. Walter se prueba a sí mismo para tantear su instinto criminal siguiendo a una jovencita en un shopping. Pareciera querer afirmar su tesis sobre la imposibilidad del acto voluntario y la, en general, reincidencia en este tipo de inclinación. Como la famosa fábula del escorpión: “no lo puedo evitar, está en mi propia esencia”.
El guión, preciso e inteligente y siempre alejado de cualquier sensacionalismo, va abriendo surcos por donde el atormentado protagonista va a ir encontrando posibles salidas del infierno. Su sinceramiento con la única persona que le abre su corazón (¿Qué es lo peor que has hecho en tu vida?), las humillantes visitas del policía encargado de vigilarlo de cerca, el cachetazo constante de una familia que se niega a verlo o a tenderle una mano y sobre todo, el encuentro crucial con una niña en un parque (soberbia la escena del segundo encuentro) y el espejo en el que se ve reflejado cuando descubre a un abusador que comete sus atracos frente a su ventana. No es necesario tener una manual de psicología a mano para entender el quiebre que se produce en Walter ante determinados acontecimientos.
Kevin Bacon confirma lo que ya había demostrado en Río Místico, ser un actor de raza y capaz de resolver con maestría un personaje tan complejo como este, sin caer en estereotipos ni caricaturas.
Una película dura y para nada complaciente que retrata un tema de candente actualidad con altura y con respeto. Cine independiente del mejor.
Título: El hombre del bosque.
Título Original: The Woodsman.
Dirección: Nicole Kassell.
Intérpretes: Kevin Bacon, David Alan Grier, Eve, Kyra Sedgwick, Benjamin Bratt, Carlos Leon, Michael Shannon, Kevin Rice, Mos Def, Hannah Pilkes y Jessica Nagle.
Género: Drama.
Clasificación: Apta mayores de 16 años.
Duración: 87 minutos.
Origen: EE.UU.
Año de realización: 2004.
Distribuidora: Telexcel.
Fecha de Estreno: 09/06/2005.
Puntaje: 9 (nueve)