Por Silvina Palmiero
Hay ciertas nociones que atraviesan el mundo de Tim Burton y que alcanzaron su manifestación más acabada en El gran pez (2003). Una de ellas es la figura del padre como definitoria de la identidad del hijo y de sus posibilidades de crecimiento e inserción social. Otra es la existencia de un universo fantástico que ordena, explica y completa la realidad, reservado sólo a aquéllos capaces de ver a través del denso entramado de lo cotidiano. De esto se trata, una vez más, Charlie y la fábrica de chocolate. De esto, y de contar un cuento.
Charlie es muy pobre, vive en una casa casi destruida y subsiste en base a sopa de repollo, ilusiones y una familia que lo ama. Simple de corazón, el niño se conforma con juguetes construidos con tapitas de pasta dental, mientras sueña con el chocolate que le regalarán en su cumpleaños, con la fábrica de golosinas en la que solía trabajar su abuelo y con el excéntrico chocolatero Willy Wonka. Un buen día, el famoso magnate decide invitar a cinco niños a visitar su emporio dulce, al cual nadie ha ingresado en años, y por puro azar Charlie gana uno de los boletos disponibles. Así, él y otros cuatro afortunados se internan en un sendero de delicias, ríos de chocolate y árboles de caramelo hechos por pequeños duendes provenientes de lugares improbables, a sabiendas de que sólo uno de ellos obtendrá el gran premio al final del recorrido.
Lo más atractivo de Charlie y la fábrica de chocolate es el modo en que Burton utiliza el cine, sus recursos y su historia para articular un clásico relato infantil. Un elemento clave para lograr que la fábula del golosinero funcione es el punto de vista: pese a la presencia de un narrador en off -a propósito, es divertido descubrir como el narrador es parte de lo sobrenatural del film-, la mirada que recorre la película es siempre la de su pequeño protagonista. Charlie accede inicialmente a Willy Wonka a través de los recuerdos de su abuelo, que dice haberlo conocido: tamizado a través de esas historias, el niño observa al chocolatero con la fascinación y el embrujo que provocan los cuentos.
Gracias a ese chico que conserva el asombro y comprende las máximas arbitrarias de la fantasía, el personaje andrógino, oscuro y deliciosamente cruel que Johnny Depp encarna a la perfección, adquiere una dimensión humana. No en vano son las preguntas simples de Charlie las que le tienden un cable a tierra para conectarse con su pasado a través de la memoria. Al igual que su lejano pariente Eduardo Manos de Tijera, la condición de freak de Willy se explica desde la relación con su padre.
Ambos quedaron incompletos por obra de sus progenitores -sin manos el uno y sin golosinas (entendidas como la parte más dulce de la infancia) el otro-, y sus respectivas carencias les imposibilitan relacionarse sanamente con el mundo. Como si la relación de los dos films y sus personajes no fuera evidente, el director cita explícitamente a su película de 1990 en una de las primeras escenas, mediante un plano en el cual la tijera que corta la cinta inaugural de la fábrica aparece como una prolongación de la mano de Wonka.
Como buen cuento que se precie de tal, Charlie y la fábrica de chocolate no ahorra en estereotipos ni en previsibilidad. Los chicos que acompañan a Charlie en la aventura encarnan algunos de los vicios más desagradables de la sociedad moderna. De hecho, cada uno de ellos es un ejemplo exagerado de lo que no se debe ser ni hacer, y no es demasiado complicado adivinar lo poco feliz que será el final que les espera.
La ambigüedad y lo tenebroso del mundo de Willy Wonka se pone de manifiesto desde el cuadro musical de bienvenida a la fábrica, en el cual la sincronía del baile se ve fracturada por un incendio inesperado que transforma a los muñecos en monigotes deformes. Es que ese universo de colores saturados e inventos fabulosos es a la vez un terreno traicionero e implacable. Pero al fin y al cabo ¿qué son los bosques y los caminos de los cuentos sino una prueba para los virtuosos? ¿Y qué les espera a los malos, sino probar de su propia medicina, recibir un escarmiento y ser deportados del mundo maravilloso? Todo se cumple puntualmente en la fábrica, y la imprescindible moraleja de cada historia se enuncia mediante números musicales, de la misma manera que el musical clásico utilizaba las canciones y la danza para exteriorizar los sentimientos y emociones de los personajes.
Claro que en este caso, lejos de morigerar la crueldad de los castigos, las brillantes coreografías los tornan más negros todavía.
Charlie Bucket y Willy Wonka son, pues, dos opuestos que se completan en tanto la carencia de uno es la abundancia del otro, y viceversa. Lo interesante de la idea, que así expuesta suena a obviedad, es -una vez más- la manera en que está traducida en imágenes. La fábrica con sus altísimas chimeneas blancas contrasta con la casa gris de Charlie y sus líneas ostensiblemente inclinadas, pero a la vez estas son las dos únicas construcciones que se diferencian de la ciudad chata y lineal.
En el mismo sentido, la fábrica blindada se opone y a la vez dialoga con la casa sin llaves y abierta hasta por los agujeros del techo; y la falta de humanidad en la morada Wonka lo hace con la superpoblación en la casa Bucket. Parecidos en las diferencias y distintos al mundo, ambos son habitantes de universos particulares que terminan por amalgamarse. Al producirse esa reunión, Charlie y Willy llegan al mismo conocimiento que Eduardo y su amada Kim, Ichabod Crane, Edward y Will Bloom e incluso la versión burtoniana de Ed Wood: la fantasía no puede suplir a la realidad, pero esta última está irremediablemente incompleta sin su profundo y auténtico trasfondo mágico.
Título: Charlie y la fábrica de chocolate.
Título original: Charlie and the chocolate factory.
Director: Tim Burton.
Intérpretes: Johnny Depp, Freddie Highmore, Helena Bonham Carter, David Kelly, Noah Taylor y James Fox.
Calificación: Apta para todo público.
Género: Aventuras, Basado en libro, Comedia, Familia, Remake.
Duración: 115 minutos.
Origen: Estados Unidos/ Reino Unido.
Año de realización: 2005.
Distribuidora: Buena Vista Internacional.
Fecha de estreno: 04/08/2005.
Puntaje 9 (nueve)