Código 46 vuelve a sacar a la luz la preocupación mundial sobre la manipulación genética y los conflictos morales que su desarrollo conlleva. La tecnología actual ya dispone de los suficientes medios para aplicarla con resultados sorprendentes. La pregunta sería si es ético hacerlo o no. Porque la madre natura tiene reservado un destino para cada uno de los nonatos. Modificar de manera artificial lo que heredamos genéticamente de nuestros padres puede, quizás, eliminar esas imperfecciones que nos recuerdan lo vulnerables que somos como seres humanos y elevar a un status de semi-dioses a los científicos capaces de hacerlo. De ser así, eventualmente el mundo estaría habitado por una inmensa masa físicamente saludable pero ¿qué cosas se perderían en el camino? Si no existen las enfermedades, el temor a la muerte se disipa y como consecuencia, se me ocurre, existiría una disminución alarmante de la fe religiosa. La creencia en un Ser Superior se origina muchas veces en el dolor físico. Casos como esos refuerzan la idea de que una fuerza única, omnisciente, nos arrastra por caminos penosos que son el preámbulo para una vida espiritual en la que esos trances adversos no tienen cabida. ¿Y si el gobierno nos garantizara que jamás pasaremos por una agonía como el cáncer, el SIDA o cualquier otro mal? Bueno, un poco sobre esto trata el filme inglés de Michael Winterbottom con un pequeño detalle negativo: el amor está condicionado al famoso código 46 que dictamina según un patrón comparativo de cromosomas con quién puede la gente relacionarse. Todo queda supeditado a una tabla de compatibilidad genética que no se discute. Es eso o vivir miserablemente en la marginalidad más absoluta lejos de los centros urbanos. No suena muy democrático que digamos, ¿no?
La trama de Código 46 presenta un conflicto clásico, típico, que se desprende de lo enunciado en el párrafo anterior. William (un tieso Tim Robbins) trabaja como investigador para una corporación gracias a un don especial: puede leer la mente de las personas. Por ese motivo es enviado a Shanghái para detectar al empleado que está robando pases inter-zonas para venderlos en su propio beneficio. Es así como William entrevista amistosamente a una serie de individuos hasta que le llega su turno a María (Samantha Morton, que a diferencia de Robbins por lo menos demuestra cierta vitalidad) por la que siente una atracción inmediata. Y aunque se da cuenta que es la responsable de los robos decide cubrirla inculpando a otro compañero (William está casado y tiene un hijo pero como ya se sabe que esa particularidad responde más a un convenio legal que a una unión legítima el autor justifica su proceder sin muchos escrúpulos). María tampoco puede ocultar lo que siente por William y antes de que se pronuncie la palabra OBVIO los dos terminan en la cama transgrediendo el código pues no son compatibles para estar juntos. De aquí en más hay un aburridísimo desarrollo donde William y María son separados por la fuerza aunque él hará lo imposible para encontrarla. Un acierto, de los escasos que puedo mencionar, es el lenguaje que utilizan los personajes en los que mezclan el inglés con el castellano, entre otros idiomas. No deja de ser un toque pintoresco y al mismo tiempo revelador sobre la integración racial y social de este mundo no tan perfecto.
Fría como Blade Runner, con muchos puntos en común con Gattaca pero sin su solidez argumental, el filme del prolífico Winterbottom (Jude, Bienvenidos a Sarajevo, Wonderland) se pierde en su propio laberinto sin lograr distinguir cuál es su propósito como producto. Para ser un ensayo moroso sobre las relaciones humanas en un futuro no muy lejano le falta profundidad y para ser un thriller de intriga con toques existenciales carece por completo de dinámica y suspenso. Entre tanta hibridez, lo único que queda claro es cuán fallida debe estar esta propuesta para minimizar sus virtudes cinematográficas. En esta oportunidad, la belleza plástica del film y todos los cuidados estéticos que se tomaron los técnicos para recrear con brillantez visual los componentes futuristas del relato simplemente no sirven para nada. Es como admirar un cuadro vacío por el acabado de su marco: una pérdida de tiempo.
Título: Código 46.
Título Original: Code 46.
Dirección: Michael Winterbottom.
Intérpretes: Tim Robbins, Samantha Morton, Om Puri, Jeanne Balibar, Togo Igawa, Essie Davis, Nina Fogg, Bruno Lastra, Emil Marwa, Nabil Massad, Taro Sherabayani, Christopher Simpson, Benedict Wong.
Género: Ciencia-ficción, Romance, Drama.
Clasificación: No disponible.
Duración: 93 minutos.
Origen: Reino Unido/ EE.UU.
Año de realización: 2003.
Distribuidora: Compañía General de la Imagen (CGI).
Fecha de Estreno: 20/10/2005.
Puntaje: 3 (tres)