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jueves, 21 noviembre 2024
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El mercader de Venecia: Deuda de sangre

Por Pablo E. Arahuete

Mucho se ha debatido en el púlpito del cine sobre la fidelidad o la libre interpretación a la hora de adaptar una obra literaria a la pantalla grande. Salvo contadas experiencias como podría ser el ejemplo de La naranja mecánica de Stanley Kubrick sobre la novela de Anthony Burgess donde el film es superior al texto o la ingeniosa traspolación de Las relaciones peligrosas que tuvo, entre otras, sus versiones cinematográficas con Milos Forman y hasta su versión MTV con Juegos sexuales, por lo general la copia resulta infinitamente menor al original y el espíritu literario de la obra se reduce a la enumeración o ilustración de las acciones centrales.

De este modo, las adaptaciones cinematográficas sufren el tránsito de pasar de un código, cuyo fuerte es la palabra que evoca en la imaginación del lector una imagen, a otro, diametralmente opuesto, donde es la imagen el nexo capaz de habilitar el sentido de la palabra. El conflicto, lejos de resolverse, se expande hacia otros niveles cuando al divorcio entre los códigos se le agrega un tercero en discordia: el teatro.

Ése es el caso, entre miles, del pasaje de la obra del dramaturgo William Shakespeare al cine porque no sólo significa un desafío no descuidar su vastísima riqueza literaria y narrativa, sino que su carácter teatral genera una disposición espacial muy particular que para el cine más que beneficiosa resulta problemática. “El mercader de Venecia”, dentro de la extensa obra del autor de “Hamlet”, es considerada por los eruditos literatos una pieza inclasificable en materia de género. Se sostiene esta argumentación a partir del modo en que se la lea. Tal como siempre ocurre con cualquier texto del escritor inglés existe un intertexto más interesante que el propio relato. Ese intertexto remarca la presencia de lo trágico a la par de la ironía y la parodia de las contradicciones humanas, donde subyace la crítica social del entorno. Con esta obra teatral, la mayor ironía se la lleva el villano Shylock, a quien el autor isabelino le reservó el último acto para que su monólogo desplace a los otros parlamentos, incluso al de Antonio, el mercader protagonista. ¿Comedia devenida en tragedia o al revés?, “El mercader…” siempre despertó suspicacias a la hora de clasificarla y ante ese grado de ambigüedad estuvieron sometidos sus personajes: el usurero judío que para vengarse del desprecio de los católicos, quienes lo degradan, exige el pago de una deuda con una libra de carne humana perteneciente a su deudor. La decisión extrema del prestamista judío lo convertía de inmediato en el malo de la historia y a su antagonista, el mercader despechado, en la víctima. De ahí la impronta antisemita que algunos eruditos descubrieron y muchos otros pretendieron minimizar, además de una sutil relación homosexual entre Antonio y Bassanio. Dos elementos demasiado controversiales que mantuvieron a esta pieza teatral en las sombras y por ende lejos del cine. Si bien hubo intentos de traspolarla a la pantalla siempre fueron a través del cine mudo.

Por eso resultaba alentador el trabajo que Michael Radford pudiera entregar a partir de su adaptación del texto original como ya lo había demostrado con 1984 de George Orwell. Y la operación quedó a medio camino, no tanto por sus defectos que son mínimos, sino por su excesiva mesura y academicismo para resolver cada escena y detalle narrativo que van uniendo una trama rica en subtramas y diálogos filosos. Aunque a veces no logra vencer la inercia teatral desde la puesta de cámara, el film nunca se aquieta y fluye. Esa fluidez dramática es generada desde el inicio al introducir los personajes y sus conflictos, como así también, por mérito del director, el contexto histórico de la obra.

En la Venecia del siglo 16, los judíos estaban confinados en un gueto y su única manera de sustento económico consistía en los préstamos financieros. A grandes rasgos, el realizador abre el juego con tres historias, cuyo eje dramático es el amor al que se le interponen las pasiones humanas como la ambición, el deseo y el resentimiento. Antonio (Jeremy Irons) decide probarle su amor secreto al joven aristócrata en decadencia, Bassanio (Joseph Fiennes), quien sabiendo de su debilidad acude en su ayuda para solicitarle dinero. El joven mozuelo necesita 3000 ducados, para lograr la dote necesaria y así poder pedir la mano de Portia (Lynn Collins). Para ello deberá elegir el cofre indicado que preserva la soltería de la mujer como si fuera un tesoro. Al no contar con semejante suma de dinero, Antonio solicita un préstamo a su enemigo, el orgulloso Shylock (Al Pacino), quien le propone el trato de la libra de carne. Todo se precipitará cuando el usurero reclame su deuda. Michael Radford sale airoso en esta empresa difícil gracias a las buenas actuaciones con que el film cuenta.

No obstante, su falta de inventiva se compensa con un guion bien estructurado que rescata el valor literario sin resultar ampuloso, sumado a un relato conciso, riguroso y prolijo que permite el lucimiento de sus intérpretes.

Título: El mercader de Venecia.
Título Original: The Merchant of Venice.
Dirección: Michael Radford.
Intérpretes: Al Pacino, Jeremy Irons, Joseph Fiennes, Lynn Collins, Zuleikha Robinson, Kris Marshall, Charlie Cox, Mackenzie Crook, John Sessions, Heather Goldenhersh, Gregor Fisher, Ron Cook y Allan Corduner.
Género: Basada en obra de Sir William Shakespeare, Drama de época.
Clasificación: Apta mayores de 13 años.
Duración: 131 minutos.
Origen: EE.UU./ Reino Unido/ Italia/ Luxemburgo.
Año de realización: 2004.
Distribuidora: CDI Films.
Fecha de Estreno: 24/11/2005.

Puntaje: 7 (siete)

 

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