Por Luis Pietragala
Con la estructura de los típicos tres actos hollywoodenses, este testimonio político -que ha tomado la forma de relato policial- se desliza entre convenciones del género y la novedad de su contenido específico (esto es, que una película española trate sobre la ETA y se permita reflexionar sobre ella). Este filme daría respuesta a dos grandes preguntas nunca respondidas oficialmente: ¿por qué la ETA no terminó su accionar cuando llegó la democracia? y ¿cuánto le conviene al gobierno español (cualquiera que fuese) que ese grupo siga existiendo? El mayor mérito de El Lobo sería dar alguna respuesta a ambos interrogantes, lo que no implica que sea “la respuesta” y que ésta necesariamente se considere verdadera, aunque sí verosímil.
Prestando atención a quién está atrás de la producción del filme, se advierte que es el diario El Mundo (dato que aparece tanto en los afiches como en los créditos), órgano de cierta neo-derecha, corriente que aspira a diferenciarse de aquella más tradicional y autoritaria, como la dictadura conservadora franquista. Parecería aquí ver renacida la teoría de los dos demonios, muy en boga en los años ochenta, cuya conclusión sería la necesidad que ambos (demonios) necesitan del otro para poder permanecer.
Los climas y efectos visuales manejados hábilmente por el director Miguel Courtois recubren una trama de pura acción y poca profundidad, tanto política como psicológica. La aparentemente loable intención de documentar lo que piensa la ETA o el estado español franquista (y el actual), emplea como medio la verbalización carente de segunda lectura, donde los perfiles psicológicos están poco presentes y no se incursiona en la profundización política.
Surgen entonces dudas, preguntas, que El Lobo no responde, pero tampoco plantea: ¿qué hace que el Lobo o los etarras o los miembros de los servicios españoles sean lo que son?, ¿qué los lleva a actuar así?, ¿por qué España, como Rusia con Chechenia, no da independencia al País Vasco?, ¿es legítimo el nacionalismo o simplemente está mal entendido por un grupo violento?, ¿tiene sentido la existencia de un estado español o vasco o chechenio en la era donde las fronteras empezarían a disolverse? Son preguntas para el debate, para las que tal vez no haya una sola respuesta, pero que incitan a la reflexión.
Es aplicable aquí la comparación que hace Ignacio Ramonet (“La tiranía de la comunicación”, 1998) al diferenciar periodismo de investigación (reflexivo y de documentos escritos) con el periodismo de revelación (emocional y de imágenes audiovisuales). La posibilidad de mezclar adecuadamente ambos potenciales lo prueba la obra de Costa-Gavras y Francesco Rosi, sin olvidar a Coppola, Lina Wertmüller, Marquand, los españoles Duarte y Erice, Kubrick, los chilenos Caiozzi o Littin, algún Solanas y cierto Olivera, y tantos otros. Claramente diferenciada de esas obras con profundidad política, como Estado de sitio de Costa-Gavras (État de siège, Francia, 1972) o Saqueo a la ciudad de Francesco Rosi (Le mani sulla città, Italia, 1962), El Lobo prefiere la hiper-emoción (citando a Ramonet) a la reflexión. Es aceptablemente entretenida, como La intérprete o tantos otros thrillers políticos, aunque no carente de intención ideológica… como tantos otros thrillers políticos.
Título: El Lobo.
Título Original: Idem.
Dirección: Miguel Courtois.
Intérpretes: Eduardo Noriega, José Coronado, Mélanie Doutey, Silvia Abascal, Santiago Ramos, Patrick Bruel, Jorge Sanz y Fernando Cayo.
Género: Thriller.
Clasificación: Apta mayores de 13 años.
Duración: 125 minutos.
Origen: España.
Año de realización: 2004.
Distribuidora: CDI Films.
Fecha de Estreno: 08/12/2005.
Puntaje: 6 (seis)