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jueves, 21 noviembre 2024
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El camino de San Diego: Transparencia

Por Luis Pietragalla

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¿A qué cine adscribe Sorín? ¿Lo respalda alguna teoría? ¿Sus últimas tres películas (Historias mínimas, El perro, El camino de San Diego) obedecen a algún criterio rector, más allá de lo que está a la vista?

Tal como lo describe Aumont [Jacques Aumont (1983), “Estética del cine”, Paidós, Barcelona, 1985], hay dos grandes corrientes en el cine: la del montaje y la de la transparencia. Cada una de ellas tiene un estudioso detrás, que nunca se propusieron ser cabezas de esos dos movimientos. Ambos son muy conocidos: Serguei Eisenstein (1898-1948) y André Bazin (1918-1958) propusieron sistemas no compatibles; nunca se conocieron personalmente y jamás debatieron entre sí sus ideas.

El francés proponía un cine donde la realidad debía transparentarse, para lo que no tendría que notarse ninguna huella de fabricación del filme. Los artificios de su construcción deberían pasar desapercibidos al espectador, quien de ese modo apreciaría la realidad tal y como es. Por lo tanto, el montaje no debería hacerse notar (y en algunos casos estaría prohibido) y se privilegiarían procedimientos donde el medio pasase desapercibido, garantizando así el acceso directo a lo que se contara. El plano secuencia y la profundidad de campo fueron defendidos por Bazin como medios adecuados para lograr esa verdad.

El cine de los hermanos Dardenne (El hijo, El niño), por citar ejemplos recientes, sigue esos criterios, a su vez inspirados por Robert Bresson (Un condenado a muerte se escapa, 1956; Pickpocket, 1963; etc.). Es conveniente agregar que André Bazin fue fundador de la mítica revista Cahiers du Cinéma, donde su discípulo favorito fue François Truffaut, quien puso en acto el pensamiento de su maestro. “Para Bazin, si hay un criterio de verdad, está contenido en la realidad misma: es decir, se fundamenta, en última instancia, en la existencia de Dios.” (Aumont: p.81)

Contrariamente, para Eisenstein, no hay realidad que encierre en sí misma su propio sentido; ésta no tiene ningún interés fuera de la lectura que se hace de ella; por ello el cine es un instrumento para esa lectura. De ese modo, “el cine no tiene la obligación de reproducir “la realidad” sin intervenir en ella sino, por el contrario, reflejar esa realidad dando al mismo tiempo un cierto juicio ideológico sobre ella” (ídem: p.81). Para el director ruso “lo que garantiza la verdad del discurso fílmico es su conformidad a las leyes del materialismo dialéctico e histórico” (ídem). La manipulación por el montaje (u otras) para lograr exponer los contenidos serán herramientas válidas para quienes adscriben a esta corriente. David Lynch o Paul Thomas Anderson (Magnolia, Boogie Nights) son algunos de sus tantos epígonos.

Por cierto, ni todos los realizadores son plenamente conscientes de esto, ni la mayoría de ellos sigue a rajatabla los preceptos. Hay una gran variedad de tonos de gris intermedios entre ambas posturas. Pero que ambas existen y tienen vigencia, no cabe duda.

San Diego

Vista de este lugar, no hay duda de las influencias bazinianas en la obra de Sorín. La realidad para este director es ambigua y como tal la retrata; prueba de ello son los finales de sus personajes e historias. Como acaba El camino de San Diego es similar al final de Historias mínimas pero también al de las nombradas El hijo y Un condenado…; lo mismo puede decirse de Los 400 golpes o de la reciente argentina El custodio (Rodrigo Moreno, 2006), así como de toda la obra de Abbas Kiarostami.

Tal vez no corresponda afirmar que Sorín se repita, sino que sostiene un estilo y una temática. Puede criticársele cierta aparente complacencia sobre los actos de sus personajes y que todos, con su candor y solidaridad, parecieran estar en el mejor de los mundos, pese a las condiciones de vida que, más que soportar, simularan disfrutar (o aceptar mansamente su destino).

Pero ése es el cine de la transparencia, donde varias lecturas son posibles, variadas según el público que las vea. Así, la idolatría presente en toda la película puede leerse como hecho pintoresco, pero también como muestra de lo que ocurre cuando los alimentos culturales y las oportunidades de elegir un modo de vida están muy acotadas. Por el dinero se resuelve la historia del perro Malacara y de su amo en Historias mínimas, sin olvidar que quedó -literalmente- un muerto en el camino; otro tanto ocurre con la mujer que gana el concurso de la TV.

En El camino de San Diego la cosa no pasa por la plata, sino por las creencias acríticas. ¿Puede afirmarse que tiene un happy ending? La prueba del estribo: la (excelente) elección de actores no profesionales es ya un clásico en la obra soriniana. él siempre afirma que busca ese instante de verdad en ellos, que asegura que se transmite al espectador.

Ya que estamos visitando a Bazin, podría cerrarse esta nota con una afirmación muy suya: “Las películas son como la mayonesa: cuajan o no cuajan”; ésta cuaja; pero también las de Eisenstein, Lynch, Anderson, Buñuel y tantos otros.

Título: El camino de San Diego.
Título original: Idem.
Dirección: Carlos Sorín.
Intérpretes: Ignacio Benítez, Carlos Wagner La Bella, Paola Rotela, Silvina Fontelles y Miguel González Colman.
Género: Comedia, Drama.
Clasificación: Apta todo público.
Duración: 98 minutos.
Origen: Argentina.
Año de realización: 2006.
Distribuidora: Fox.
Fecha de estreno: 14/09/2006.

Puntaje: 8 (ocho)

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