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jueves, 21 noviembre 2024
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Diamante de sangre: Hollywood y el Tercer Mundo

Por Emiliano Fernández

La progresiva destrucción del continente africano no es precisamente un tema al que Hollywood le tenga mucho cariño. Diamante de sangre (Blood Diamond, 2006) es una rareza, uno de los pocos ejemplares mainstream que hace foco en las complejas guerras civiles que azotan la región desde hace décadas.

El film comienza con el secuestro de un pescador africano, Solomon Vandy (Djimon Hounsou), por parte de las fuerzas rebeldes en la Sierra Leona de 1990. Alejado de su familia y obligado a trabajar en los campos de diamantes, Solomon encuentra una enorme piedra preciosa que decide enterrar para poder conservar. La cosa se complica cuando al mismo tiempo que el salvaje comandante del campo descubre su intención, el ejercito comienza un ataque contra la guerrilla. Ya presos, el comandante increpa a Vandy frente a todos los reclusos y le pregunta por el destino del diamante. Todo llega a los oídos del también detenido y traficante de diamantes Danny Archer (Leonardo DiCaprio), quien a la salida de prisión le promete ayuda a Solomon para dar con el paradero de su familia a cambio de la valiosísima piedra. Pero para cumplir con lo pactado, Archer a su vez debe negociar con la periodista norteamericana Maddy Bowen (Jennifer Connelly), logrando finalmente el acceso a la base de datos de la prensa en relación a los refugiados a cambio de información para un artículo sobre el comercio internacional de diamantes. Los tres juntos comienzan un viaje hacia la concreción de un triple objetivo a través de un país devastado por el hambre, el caos y la violencia.

Uno de los principales puntos a favor de la película es el excelente trabajo de los tres protagonistas, por más que el acento de DiCaprio suene un tanto extraño (su personaje es nativo de Rhodesia, actual Zimbabwe, por lo que su inglés posee un acento indígena). La historia es rudimentaria, algunas frases de los diálogos son bastante tontas y la corrección política está a la orden del día. Por otro lado, la película en su conjunto parece ser una versión hardcore de las historias de aventuras que solían filmar, aunque con más talento, David Lean y John Huston. De hecho, Diamante de sangre toma esa vieja fórmula que nos ilumina sobre “una cultura extraña y una situación social exótica vistas a través de los ojos de un outsider”, el cual, por supuesto, es un anglosajón (para que las audiencias de los países centrales, principal mercado de los tanques norteamericanos, puedan identificarse con los personajes). Aquí estamos ante otro exponente de esta clásica vertiente cinematográfica que coloca en el centro del relato a un antihéroe ambicioso y egocéntrico que deambula por un entorno que le es familiar solo a simple vista, pero que por origen esencialmente le resulta ajeno. Como un paseo turístico virtual, atravesamos todas sus penurias y podemos salir ilesos del trayecto por tierras lejanas.

A pesar de sus deficiencias, Diamante de sangre es un entretenimiento digno que informa con relativo rigor acerca de la explotación que padece el Tercer Mundo por parte de las potencias internacionales. La película, al ser una superproducción, sorprende por su jugada denuncia del estado de guerra permanente que sufre toda África y del papel fundamental que juegan los gobiernos del Primer Mundo, beneficiarios/ instigadores/ mercenarios de todas las batallas sociales, económicas y políticas del paupérrimo continente. Aquí se tratan tópicos como el de los “diamantes conflictivos” o “diamantes de sangre” (los obtenidos en zonas atravesadas por enfrentamientos; verdaderos disparadores de masacres), y el de los “niños soldados” (los secuestrados para ser adiestrados y reconvertidos en maquinas de matar). Si bien el relato solo se centra en la carrera hacia la obtención de la piedra preciosa y no en una posible investigación o denuncia más abarcativa sobre el trafico multinacional, la ruta del dinero y los participantes concretos de las millonarias transacciones, el film por lo menos se explaya con realismo y crudeza sobre la violencia y el horror generalizado que provoca el intercambio constante de diamantes por armas y dinero. Diamante de sangre tiene por mérito el incorporar esta temática a su desarrollo argumental, haciendo que el desesperado Solomon busque a su familia, que el pragmático Archer esté obsesionado con la piedra y que la idealista Bowen pretenda hacer público en Occidente el contrabando de diamantes africanos.

El anodino director Edward Zwick, responsable de otros dramas históricos como Tiempos de Gloria (Glory, 1989), Leyendas de pasión (Legends of the Fall, 1994) y El ultimo samurai (The Last Samurai, 2003), definitivamente no supo corregir un guión desparejo y un final algo forzado, por lo que queda la impresión de estar frente a una película que pudo ser mucho mejor y que quedó trunca. Pero también se debe reconocer que esta aproximación hollywoodense a los complejos conflictos del Tercer Mundo podría haber sido un desastre, algo que Diamante de sangre no es, por suerte. Si bien artísticamente deja que desear, por otro lado nos ofrece interesantes interpretaciones del elenco y pone en el tapete tópicos muy pocas veces tratados desde y en la industria cinematográfica estadounidense, con una capacidad global de llegada de gigantescas proporciones.

Título: Diamante de sangre.
Título Original: Blood Diamond.
Dirección: Edward Zwick.
Intérpretes: Leonardo DiCaprio, Jennifer Connelly, Djimon Hounsou, Arnold Vosloo, David Harewood, Caruso Kuypers, Michael Sheen y Basil Wallace.
Género: Drama, Aventura, Thriller.
Clasificación: Apta mayores de 16 años.
Duración: 143 minutos.
Origen: EE.UU / Alemania / Reino Unido.
Año de realización: 2006.
Distribuidora: Warner Bros.
Fecha de Estreno: 08/02/2007.

Puntaje: 6 (seis)

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