back to top
jueves, 21 noviembre 2024
InicioCríticaLa antena: En dos palabras: sin palabras

La antena: En dos palabras: sin palabras

Por Pablo E. Arahuete

Tras su debut una década atrás con Picado fino, obra conceptual y experimental absolutamente rupturista desde lo narrativo y lo estético, el nombre de Esteban Sapir se alistó dentro del grupo de nuevos realizadores argentinos como Martín Rejtman y otros, cuya radicalidad de estilo y forma dejaba abierta una incógnita sobre lo que vendría más adelante. Directores que apostaron -a veces intuitivamente y otras desde lo emocional- a un cine auto-consciente de sus propias limitaciones, despreocupado por seducir a un gran público en lo referente al gusto, pero interconectado con los otros discursos cinematográficos. Lo cierto es que desde aquella opera prima hasta la concreción de este segundo opus (más ambicioso y que tardó tres años en ver la luz), el cine argentino pasó por un proceso evolutivo con sus vaivenes y contramarchas en pos de definirse ante el afuera y frente al público local; y ahora -a partir de lo presentado en el último BAFICI-, más diversificado que nunca, el retorno de Sapir a la pantalla grande resulta más que regocijante.

Con una creatividad sin límites puesta al servicio de su historia y no de su lucimiento personal, La antena es una fábula retro apocalíptica que funciona como homenaje al cine mudo en todas sus variedades y expresiones, y que desde lo conceptual asume el riesgo de ir nutriéndose de ideas para desembocar en la abstracción absoluta. Sin embargo, lo que a simple vista parecería un juego de citas cinéfilas en el contexto de una historia -que peca de ingenua y rebalsa alegorías y metáforas- no debe analizarse desde su textualidad, sino intertextualmente.

Más allá de las lecturas políticas y religiosas pertinentes en este film, donde el silencio es sinónimo de falta de libertad, la palabra representa el pensamiento libre y por lógica pone en riesgo al poder. Allá por los primeros años de vida del cine ruso, el maestro Sergei Einsestein, padre de El Acorazado Potemkin, concebía la novedosa técnica del montaje intelectual para lograr que las masas analfabetas desarrollaran un pensamiento crítico a partir de la interpretación de las imágenes. El realizador soviético creía que de la yuxtaposición de dos planos sin relación dialéctica surgía, por el juego de asociaciones mentales y emocionales del espectador, una tercera imagen abstracta o idea superadora como resultado de este proceso de choque entre los planos. La antena adopta el mismo recurso para preparar el terreno de la abstracción y entonces obliga a deconstruir los significados obvios de cada plano para encerrar un concepto. Así planteadas las reglas del juego, reducir al descubrimiento de símbolos, como una cruz esvástica o una estrella de David, para decir que allí hay una referencia inequívoca a los nazis y los judíos es tan innecesario como acusar a Sapir de abuso de metamensajes. Y como las leyes generales de la fábula -o incluso de la ciencia ficción- lo requieren, la historia de La antena necesita una lectura alegórica y sus personajes también.

Una ciudad que se quedó sin voz está a merced de un poderoso dueño de una corporación televisiva (Alejandro Urdapilleta). Este siniestro empresario urde un plan para apoderarse de la voluntad de los habitantes de una metrópolis gris y melancólica donde reina el silencio y el consumismo. Sin embargo, existe una mujer sin rostro (Florencia Raggi) con voz propia, quien debe cumplir los deseos perversos del villano para conseguirle ojos a su hijo ciego, quien también tiene voz pero debe ocultarse. Una equivocación pondrá en jaque los planes del empresario e involucrará al antihéroe (Rafael Ferro) en una difícil misión: recuperar las palabras para desarticular el poder de una única voz. Orwelliana y expresionista desde la puesta en escena y el histrionismo de sus personajes; rigurosa en la confección de cada plano, imbuido de algún guiño a grandes directores como Murnau, Lang, Méliès, Vertov y hasta Buñuel; e imaginativa hasta en el uso de los subtítulos. Son suficientes virtudes para decir que La antena es una deslumbrante película fantástica que está muy por encima de su antecesora La sonámbula de Fernando Spiner. Meritoria esta última en cuanto a su propuesta estética pero con grandes desaciertos narrativos.

Por no caer en los mismos errores que aquella y por su virtuosismo visual en perfecta sintonía con la música omnipresente de Leo Sujatovich y el impecable soporte de los rubros técnicos, algunas secuencias finales de La antena dejan sin palabras. Valió la pena la espera.

Título: La antena.
Título Original: Idem.
Dirección: Esteban Sapir.
Intérpretes: Valeria Bertuccelli, Alejandro Urdapilleta, Julieta Cardinali, Florencia Raggi, Rafael Ferro, Sol Moreno y Ricardo Merkin.
Género: Drama, Fantasía, Ciencia-ficción.
Clasificación: Apta todo público.
Duración: 99 minutos.
Origen: Argentina.
Año de realización: 2007.
Distribuidora: Pachamama Cine.
Fecha de Estreno: 19/04/2007.

Puntaje: 9 (nueve)

NOTAS RELACIONADAS

Dejar una respuesta

Please enter your comment!
Please enter your name here

ÚLTIMAS PUBLICACIONES