Por Juan Blanco
En la actualidad existe en el cine un mal creciente que se cierne sobre la experiencia de mirar una película. Este mal es la incesante repetición de fórmulas acompañado del sinsabor de la previsibilidad. De hecho, es muy común pensar que hay historias que ya no se pueden volver a contar, que hay temas que no se deberían intentar abordar más y hasta géneros que ya no tiene sentido visitar. Esta escéptica conjetura se sostiene con la lógica de que la capacidad de asombro del espectador moderno es casi nula y la capacidad de ingenio de muchos artistas también. Por esto siempre es bienvenido alguien dispuesto a buscar más allá de lo obvio, de lo trivial. Alguien capaz de demostrar que las ideas no se acabaron y que los recursos cinematográficos son infinitos. Más concretamente, alguien como Danny Boyle.
Ya lo había probado con La Playa y Exterminio; puede que a simple vista algunas de sus películas parezcan, o incluso intenten parecer, más convencionales de lo que son. A lo lejos, La Playa asomaba como un relato de aventuras con tintes de thriller en el marco del eterno cuento de la vuelta del hombre al primitivismo en una isla desierta. La imagen del Leonardo DiCaprio post Titanic en el afiche reforzaba este apriorismo de fenómeno pop que hizo a mucha gente acercarse -despreocupada- hacia un film que luego sorprendió, desencantó y desorientó por partes iguales. Hoy La Playa se recuerda como uno de los films que contribuyó a definir las fronteras del auténtico y bizarro territorio Boyle.
En sus tierras, los protagonistas de las tantas historias son algo más que simples personajes de ficción; parecen personas reales y se muestran complejas y contradictorias. Pueden ser a la vez heroicas y egoístas, resueltas e improvisadas, valientes pero con momentos de cobardía y tan cuerdas como desquiciadas. Y a partir de estas “personas cinematográficas” se empieza a definir el modelo Boyle, que más tarde cristaliza con las dinámicas de grupo imperfectas que exponen al hombre a su igual de imperfecta naturaleza. Esta teoría de la perpetua incomunicación social del hombre quedaba aún más clara en Exterminio, una falsa “película de zombies” en la que el foco no estaba puesto sobre la amenaza viral o los monstruos con rabia, sino sobre el hombre en esa dinámica de grupo imperfecta capaz de llevar a la humanidad a una sistemática y segura auto-destrucción.
El modelo Boyle suele partir de una situación adversa que pone al hombre en jaque mate consigo mismo dada su incapacidad de interactuar con sus pares para resolver un problema. Este punto de partida era, por ejemplo, el intento de exilio a una playa remota para escapar de los males de la sociedad moderna en La Playa, la epidemia viral que convertía a las personas en bestias en Exterminio, y lo es la muerte inminente del sol -y por defecto de la humanidad- en Sunshine – Alerta Solar. Es a partir de estos eventos que incitan a la humanidad a luchar por su supervivencia que Boyle pone a prueba la capacidad del hombre como ser racional, cuestiona sus valores éticos y morales y pone en crisis su sentido de lealtad y sacrificio por sus semejantes. La pregunta obligada de Boyle a sus criaturas en al menos tres de sus más significativos largometrajes es: –¿Qué estarías dispuesto a hacer para sobrevivir y/o procurar la supervivencia de tu especie?- Y la mejor respuesta hasta el momento la da en Sunshine, la película más extrema y desesperanzadora del realizador.
–El sol se está muriendo y la humanidad se enfrenta a su extinción-, nos dice Robert Cappa, el físico responsable de la bomba nuclear que reactivará el sol y salvará al hombre en la tierra. Esto, claro, si la tripulación del Icarus II consigue llevar a cabo su misión de plantar dicho explosivo en la estrella dorada antes de que sea demasiado tarde. Pero para ello, estos ocho científicos deberán lograr convivir en una nave espacial por años y superar una enorme cantidad de obstáculos que los obligarán a tomar decisiones jodidas, de esas que pondrían en riesgo a toda la humanidad. Así se pone en marcha una vez más el modelo de dinámica de grupo imperfecta de Boyle y surge esta claustrofóbica historia de supervivencia maquillada de cine de ciencia ficción. Lo que en apariencia sería otro cuento espacial de “misión salvataje de la humanidad”, es en realidad el escenario para un relato existencialista con el hombre luchando para salvarse a sí mismo de un mal que él mismo engendró. Como se dijo, la poesía Boyle en movimiento una vez más.
Pero no es todo; no obstante sus prioridades intelectuales, Sunshine es también un tren narrativo extraordinariamente físico con una pesada carga de adrenalina muy difícil de encontrar en el cine contemporáneo. La tensión crece, se agiganta y desborda al compás de las situaciones límites, del delineamiento mismo de los personajes y, en última instancia, del empleo de estos recursos narrativos y estéticos anti-sensacionalistas que el director siempre maneja con precisión y acierto.
Como ya es costumbre, Boyle va más allá de las fronteras del cine de género y confirma la autenticidad de una cinematografía que le es propia. A este estilo magnífico, a este increíble talento para el redescubrimiento y la reelaboración a partir de lo ya obsoleto, yo lo bautizo “Boyleazo”.
Título: Sunshine: Alerta solar.
Título Original: Sunshine.
Dirección: Danny Boyle.
Intérpretes: Cillian Murphy, Chris Evans, Michelle Yeoh, Rose Byrne, Troy Garity, Cliff Curtis, Hiroyuki Sanada, Benedict Wong y Mark Strong.
Género: Thriller, Ciencia-ficción.
Clasificación: Apta mayores de 13 años.
Duración: 107 minutos.
Origen: EE.UU./ Reino Unido.
Año de realización: 2007.
Distribuidora: Fox.
Fecha de Estreno: 19/04/2007.
Puntaje: 8 (ocho)