Por Emiliano Fernández
Construir un comentario sumario sobre la última película de David Lynch no es una tarea fácil. Aquello que agrupa sinopsis, interpretación y juicios de valor mucho no ayuda a la hora de describir tanta radicalidad temeraria e inconformismo cínico. El norteamericano de 61 años, hastiado de Hollywood y disfrutando de un cómodo exilio europeo, logró con Imperio (INLAND EMPIRE, 2006) una obra tan inclasificable, desconcertante, magnífica y adictiva que cualquier intención de reducirla a un molde cartesiano se esfuma desde el comienzo. Lo único que queda claro, en lo que hace al proceso concreto de realización, es que contó con una libertad artística y creativa absoluta, lo que generó uno de sus films más coherentes, ricos y complejos desde el punto de vista conceptual. Lo paradójico del caso es que esta integridad intelectual surge de lo que claramente es una genial improvisación desatada al azar y luego condensada y reagrupada a través de la edición, siempre garantizando múltiples capas significantes y la misma lógica retorcida.
Ya no basta decir que el principio rector es el de los sueños o las pesadillas. El mundo dentro de otros mundos que propone Lynch va mucho más allá y parece incluir una vigilancia panóptica y descentralizada sobre el devenir de todos los yo posibles de lo que a simple vista es una entidad unificada, la atormentada protagonista. Como diseccionando aparentes certezas, aquí se proyecta una superposición de identidades más o menos opuestas, paralelas y/o complementarias que se mueven dentro de un contexto tan fantástico como terrorífico, tan laberíntico como grotesco. Si todo se transforma en un juego de espejos en inquietante desviación, las facultades cognitivas se ven trastocadas, la ampulosidad surrealista se come al relato y predomina una constante sensación de un deja vu horroroso e incontrolable relacionado con ese sub-universo oculto al que ingresamos con morbosa satisfacción. Este es el razonamiento, si se le puede asignar ese término, detrás de INLAND EMPIRE y de gran parte de la producción de Lynch, ahora soportada por un bello video digital que busca desprenderse del viejo celuloide y experimentar con las posibilidades de un formato diferente, mucho más accesible, menos costoso y fácil de manipular.
Ahora bien, la coherencia del film pasa más por una inducción sostenida en una gran cantidad de ejemplos visuales y sonoros de situaciones alienantes-focos de interrogantes, que por la deducción narrativa a través de entimemas o hasta silogismos completos. Apenas si se puede sacar en limpio la anécdota de la actriz madura Nikki Grace (interpretada por una Laura Dern todo terreno), que se involucra sentimentalmente con su co-protagonista Devon Berk (Justin Theroux) mientras filma On High in Blue Tomorrows bajo la batuta de Kingsley Stewart (el siempre impagable Jeremy Irons). El proyecto en cuestión es una remake de una película polaca llamada 47, la cual no llegó a concluirse por el asesinato de la pareja protagónica a manos del esposo de ella. De más está decir que este planteo de cine dentro del cine incluye una réplica en la “ficción” de lo que sucede en la “realidad”: la trama reproduce toda esta trágica historia de adulterio, celos y muerte. La Dern está excelente y cumple con creces en la proeza de poner la piel a tres o quizás cuatro personajes entrelazados, cada uno una suerte de contracara maldita del anterior. En pequeños roles encontramos a colaboradores habituales del realizador como Harry Dean Stanton, Diane Ladd y Naomi Watts. Por otra parte, conviene no adelantar demasiado en lo que hace a las configuraciones específicas del arsenal fantástico con el que nos bombardean en tanto espectadores; sólo diremos que hay desde una hilarante coreografía al compás de Locomotion ejecutada por un escalofriante aquelarre de prostitutas, hasta personajes vestidos de conejos manteniendo conversaciones alucinadas por televisión.
Otra vez la percepción del tiempo y el espacio vuelve a desdibujarse para rápidamente pasar a segundo plano frente a los predominantes sentimientos encontrados de los distintos espectros que vemos circular con toda la incertidumbre, pasión, furia y venganza a cuestas. INLAND EMPIRE puede ser tomada como el cierre de una trilogía temática sobre el mundo del espectáculo en general y Hollywood en particular. Pero también es posible pensarla como un punto extremo en lo que respecta a un lenguaje zigzagueante, sumamente abstracto y portador de un sentido que se encuentra en plena concordancia con los contenidos del subconsciente. Si dejamos de lado Una Historia Sencilla (1999), en los últimos tres trabajos de Lynch podemos hallar un aumento progresivo del metraje dedicado a las desviaciones del patrón narrativo clásico. Es decir, mientras que en Carretera Perdida (1997) y El camino de los sueños – Mulholland Drive (2001) el trayecto onírico/psicológico/misterioso estaba limitado al final y a la segunda mitad, respectivamente, en Imperio nos topamos con una bestial, desproporcionada y apabullante meditación surrealista de tres horas, en donde el recorrido lineal no pasa de los 30 minutos; llamativa reducción si consideramos las otras dos entradas.
Estamos ante una experiencia cinematográfica sin igual, ya no sólo una exquisitez para los ojos sino también una acumulación quimérica de secuencias imposibles, comportamientos imprevisibles, diálogos logradísimos y violencia por momentos ideal, por momentos material. Sólo la originalidad, imaginación y truculencia en la puesta en escena ya serían excusas suficientes para proclamar el invaluable aporte del director al cine actual. A esto hay que sumarle una amplia variedad de metáforas extraordinarias y dardos certeros que en conjunto critican con virulencia al sistema de estudios imperante en Estados Unidos y destruyen sin piedad el patético “american way of life”…; vanaglorias e hipocresías que fueron atacadas sistemáticamente a lo largo de toda su carrera (una maravilla en este sentido es Terciopelo Azul -1986-). Hay tantos componentes y características para aplaudir y celebrar que es preferible limitarse a enumerarlas: el ritmo pausado pero envolvente, el esteticismo visionario, las autoreferencias para seguidores (chequear Rabbits del 2002), la iluminación saturada, el tono tétrico, la estructura mística que remite a los cuentos de hadas, la partitura a cargo de Angelo Badalamenti, el cuidado general en la selección musical, etc. Dentro del triste y pobre panorama contemporáneo sólo Lynch puede despacharse con una aproximación tan brillante y demoledora sobre la inasible psiquis humana, los arcanos mejor guardados y las mentiras que apuntalamos y reproducimos en el día a día. Como afirma esa mujer con una pierna ortopédica mientras interpela al espectador en nombre del cineasta, lo que vemos es Sweet!. En resumen, otra obra maestra. Thank you, David.
Título: Imperio – INLAND EMPIRE.
Título Original: Inland Empire.
Dirección: David Lynch.
Intérpretes: Laura Dern, Justin Theroux, Harry Dean Stanton, Grace Zabriskie, Jeremy Irons, Diane Ladd, William H. Macy, Julia Ormond, Karolina Gruszka, Krzysztof Majchrzak, Jordan Ladd, Mary Steenburgen, Laura Elena Harring.
Género: Drama, Fantasía, Misterio.
Clasificación: Apta mayores de 16 años.
Duración: 180 minutos.
Origen: Francia/ Polonio/ EE.UU.
Año de realización: 2006.
Distribuidora: Distribution Company.
Fecha de Estreno: 13/09/2007.
Puntaje: 10 (diez)
El staff opinó:
-Tan hipnótica como perturbadora, sin dudas la propuesta más extrema de David Lynch. Es un viaje lisérgico por toda su poética entre la que se incluye la difusa frontera entre el cine, la realidad y el sueño con un increíble uso del video digital. Imperio se debe experimentar, no pensar o buscar sentido, como un gran hipertexto que se auto-refleja, una secuencia infinita. Una experiencia cinematográfica difícil de olvidar-. Pablo E. Arahuete (9 puntos)
-Al lado de INLAND EMPIRE, la extraordinaria Mulholland Drive califica como un inocente curso de capacitación para lo que sería la “pesadilla cinematográfica por excelencia” que David Lynch hoy ofrece con este último gran ejercicio cinéfilo. Al igual que aquel film de 2001 (y quizás también que Carretera Perdida, de 1997), se trata de un relato surrealista en “clave de sueño tangible” más digno de apreciar a través de las emociones que de la razón. Un Lynch puro: es decir, artificial, abstracto, perturbador y excesivo; por ende, honesto con sus -ya conocidos- criterios artísticos. Aún así, la propuesta reiterativa –y por demás extrema- que representa Imperio respecto de otros trabajos previos -y menos impermeables- del director, puede que esconda un problema ideológico (en el plano artístico) a asomar pronto en su filmografía: la posibilidad de empezar a confundir la genialidad actual del realizador con la arrogancia propia del artista que concibe –tal vez involuntariamente, pero al fin- sus obras para consumo y orgullo propio. Con cada nuevo refuerzo en las apuestas a lo anómalo, Lynch pareciera a su vez, y por defecto, menos interesado en compartir su creación con un público al que sabe mal preparado para semejantes desafíos… Esto, desde luego, es ampliamente variable y discutible…; y no obstante, no desmerece los tantos virtuosismos de este inimitable autor-. Juan Blanco (8 Puntos)
-No hay cineasta más coherente y honesto que David Lynch. Su último opus lo prueba. Aunque lo radical de su propuesta ahuyente aún a algunos de sus fans, el brillante director sigue fiel a sus principios. Si bien Imperio se inscribe dentro de la línea de Carretera perdida y sobre todo de Mulholland Drive, redobla la apuesta y nos sumerge en la peor de sus pesadillas. Algo reiterativa y desmesurada en su extensión, pero igualmente consigue cautivar a quien se le anime-. Omar Tubio (8 puntos)