Por Pablo Arahuete
La sátira política es un recurso más que poderoso para apuntar los dardos sobre ciertas temáticas que Hollywood trata de solapar o tergiversar -en el peor de los casos- para evitar el ataque de sectores poderosos bajo la acusación de ser anti-norteamericanos. Y como el cine es antes que nada un gran negocio, los dictámenes del mainstream obligan a “retocar” guiones y proyectos, o para decirlo sin eufemismos, “adaptarlos” a lo permitido, siempre que los trapitos al sol se sequen al calor de la ingenuidad, la falsedad histórica o hasta en raptos de amnesias espontáneas para un público que desconoce su propia historia y, claro, la ajena. Sin embargo, se pueden contar con los dedos las películas inteligentes y audaces que mediante lo satírico o la farsa supieron desmarcarse de la corrección política. Así, quedaron en los anales de la historia del cine reciente la insuperable Dr. Insólito de Stanley Kubrick o la cercana Bullworth de Warren Beatty entre otras. La pregunta que se desliza tras estos ejemplos notables es si antes no había grupos de poder capaces de controlar o presionar a los grandes estudios. Podríamos decir que incluso eran más fuertes que hoy, donde las circunstancias han transparentado hasta en los productos mediocres alguna que otra crítica política, como la penosa Leones por corderos. El mecanismo se repite una y otra vez: las historias funcionan como una purga de conciencia frente a los errores ya cometidos con un fuerte componente reivindicatorio del héroe ordinario sin ahondar en causas, efectos y consecuencias.
Tratándose de Mike Nichols se podía esperar algo mucho más consistente de esta blanda sátira estrenada comercialmente aquí bajo el título Juegos de poder, que cuenta además con el renombrado Aaron Sorkin (creador de la serie The West Wing) en el guión. Si bien es cierto que el director de El graduado no había podido sacarle el jugo a Colores primarios (otro intento de acercarse a lo político, en aquella ocasión a la figura de Bill Clinton caricaturizado por John Travolta), en esta oportunidad parece haber tenido sobre sus hombros la preocupación del qué dirán si me la juego. Por lo tanto, una vez más los vientos de la moderación y las nobles intenciones soplaron y despejaron todo rastro de progresismo hasta reflotar la arcaica idea del peligroso enemigo comunista. Claro que en tono de farsa esta reflexión final suena un tanto exagerada, pero eso no significa que no exista como planteo recurrente.
Contextualizada en épocas de Reagan y de la Guerra Fría, Nichols nos introduce de lleno en el universo del congresista Charlie Wilson (Tom Hanks), quien levanta la mirada por encima del hombro de una stripper de las Vegas para ver la tele. Las imágenes captan el horror de los refugiados afganos, indefensos frente al avance del ejército soviético. Champagne, jacuzzi, senos y cocaína no combinan con las imágenes de la guerra y por eso Wilson abandona la diversión por un rato. En su despacho en Washington recibe el parte del día. Siempre lo escolta un grupo de secretarias sexys, encargadas de desmentir frente a la prensa cualquier rumor vinculado con el estilo de vida de Wilson, aún preocupado por el sufrimiento del pueblo afgano. Al punto que decide tomar cartas en el asunto cuando descubre la nula participación de Estados Unidos en el conflicto. De este modo, el congresista demócrata organiza una operación militar encubierta para proveer armas a los afganos. Operación exitosa gracias a la logística aportada por un agente de la CIA (Philip Seymour Hoffman), anticomunista y nexo para las triangulaciones de armas con Israel, Pakistán y Arabia Saudita. El otro vértice de este triángulo no amoroso es una millonaria derechosa de estirpe aristocrática (Julia Roberts), quien aporta unos cuantos millones y mueve resortes para conseguir más dinero.
Entre whiskys, viajes secretos al exterior, personajes oscuros, pasos de voudeville y diálogos punzantes se va desvirtuando la sátira del poder por una comedia complaciente y demagógica, y con un Tom Hanks correcto pero funcional al concepto cobarde de estos días. Juego de poder termina entreteniendo por su ritmo y tono licencioso, pero no deja de ser otro ejemplo consumado de que muchas veces nos venden gato por liebre.
Título: Juego de poder.
Título Original: Charlie Wilson’s War.
Dirección: Mike Nichols.
Intérpretes: Tom Hanks, Julia Roberts, Philip Seymour Hoffman, Amy Adams, Ned Beatty, Emily Blunt, Om Puri, Brian Markinson, Rachel Nichols.
Género: Biografía, Comedia, Drama.
Clasificación: Apta mayores de 13 años.
Duración: 102 minutos.
Origen: EE.UU./ Alemania
Año de realización: 2007.
Distribuidora: UIP.
Fecha de Estreno: 24/01/2008.
Puntaje: 5 (cinco)
El staff opinó:
–Los entretelones de la participación de los Estados Unidos en la contienda bélica ochentista entre Afganistán y la Unión Soviética han sido empaquetados para regalo por la poderosa dupla Mike Nichols/Aaron Sorkin. La pericia del creador de El graduado está sustentada en un guión gratificante donde las ironías, el sarcasmo y la crítica política confluyen armoniosamente. Hay algunos reparos puntuales sobre el personaje que encarna con toda su sapiencia Tom Hanks, pero no alcanzan a opacar los resultados de una comedia satírica con momentos francamente inolvidables, como la escena vodevilesca en la cual un cada vez más genial Philip Seymour Hoffman entra y sale del despacho del diputado Charlie Wilson mientras éste intenta resolver un problema personal asistido por sus bellas secretarias (un auténtico harén). Cuando Nichols y Sorkin sintonizan fino la obra se eleva al más glorioso clasicismo del género. Hollywood ya no hace películas como esta…– Diego Martínez Pisacco (7 puntos)