Por Emiliano Fernández
Han pasado 9 años desde que el gran Milos Forman nos entregó El Mundo de Andy (Man on the Moon, 1999). Por fin llega a la Argentina su último opus. Los Fantasmas de Goya (Goya’s Ghosts, 2006) marca el demorado regreso de un cineasta fundamental, dobla en ambición sus proyectos de los ’90 y nos retrotrae hacia las geniales realizaciones de los años 80. Específicamente recuerda a la multipremiada Amadeus (1984) y la subvalorada Valmont (1989): la primera por esa falsa biografía que se mezcla con un retrato suntuoso de época y la segunda por el tono melodramático que sobredimensiona y expande el relato. Otra vez el foco está puesto en la Historia misma, el período español de 1790 a 1815 que va desde el reinado de Carlos IV y la revolución francesa, pasa por la invasión napoleónica a España y la guerra de independencia, para finalizar con la decisiva intervención inglesa, la expulsión de los franceses y la restauración en el trono de Fernando VII. Estamos ante una épica tan brillante como meticulosa que desmenuza las complejas estructuras del poder y juzga con sabiduría la moral hipócrita detrás de los avasallamientos y pesares cotidianos.
El film propone una trama que tiene a Francisco de Goya (1746- 1828) no en el centro sino como una suerte de observador que sólo esporádicamente participa en los acontecimientos. Inés (Natalie Portman), una de las musas del pintor, es acusada de herejía por los tribunales de la Inquisición a cargo de la Iglesia Católica. El supuesto delito es “practicar el judaísmo” y el indicio de la falta es el haberse negado a comer cerdo en una taberna pública… Así las cosas, es “puesta en cuestión” (eufemismo por tortura) para que confiese su “pecado” ante los ojos de “Dios”. Su familia, presa de la desesperación, le solicita a Goya (Stellan Skarsgård) pronta mediación a través de uno de sus poderosos clientes, el Hermano Lorenzo (Javier Bardem), responsable máximo de reflotar la más salvaje ortodoxia punitiva eclesiástica. Mientras que el sacerdote viola a escondidas a la joven en las mazmorras, su padre decide “poner en cuestión” al simpático Lorenzo durante una coqueta cena en su mansión y hacerle firmar una declaración en la que se confiesa descendiente de primates. El documento será destruido a cambio de la inmediata liberación de la pobre cautiva…
La reconstrucción temporal y espacial, como es moneda corriente en los trabajos de Forman, resulta impecable en todos los rubros (decorados, vestuario, maquillaje, etc.). En la producción vuelve a estar el histórico colaborador del director, Saul Zaentz, otra garantía absoluta en lo que respecta a la fotografía y la banda sonora. En esta oportunidad, el habitual cuidado estético está determinado por una perspectiva minimalista sumamente concienzuda que contrasta con el enfoque ampuloso de las obras anteriores del checo. Esto se explica por el status de los protagonistas, todos de “segunda línea” y dependientes del favor oficial de las grandes planas monárquicas, políticas, militares y religiosas. En una escena un Goya ya sordo malinterpreta una expresión de Lorenzo y cree haber recibido el apelativo denigratorio “puta”. Luego de la correspondiente increpación, el hombre le dice al pintor que con las modificaciones en las cúpulas cambian los jefes y en última instancia ambos son “putas” del poder. Los personajes principales gozan de una posición tambaleante que desaparece y se recupera con una rapidez y fugacidad insospechables.
La película de Forman analiza magistralmente esta transmutación material de las “víctimas” en “victimarios” y viceversa. Si de repente Lorenzo es un clérigo frío y calculador, sumergido sin remedio en un fundamentalismo aberrante, luego se convierte en un fugitivo desdeñable cuando la “autoproclamación” sale a la luz. Y mejor no adelantar bajo qué estandarte regresa a España a la hora de la asunción de José Bonaparte… Liberales y conservadores, izquierda y derecha, se desvanecen en complicidades mutuas, adaptaciones descabelladas y revanchas cruzadas. Lorenzo es el eje central del relato y el ejemplo excluyente de este pragmatismo maquiavélico, despiadado, que sostiene y reproduce todo un sistema social de usurpación, injusticia y desigualdad. Se puede afirmar que algo similar sucede con Goya (de hedonista impasible a defensor de los olvidados) e Inés (de niña mimada de la nobleza a demente obsesionada con recuperar lo que se le ha robado impunemente). Sin embargo en estos casos el subrayado es positivo, implica un no claudicar y acompaña los vaivenes trágicos e incontrolables del devenir narrativo.
El desempeño del elenco es excelente. Stellan Skarsgård, actor fetiche de Lars Von Trier y ya visto en varios productos hollywoodenses, compone sutilmente al inmortal retratista de Fuendetodos. La hermosísima Natalie Portman sorprende con una doble caracterización en la que deja en claro su amplitud interpretativa. Randy Quaid vuelve a lucirse en un pequeño papel dando vida a un hilarante Carlos IV. Ahora bien, el que se lleva las palmas es el siempre glorioso y versátil Javier Bardem. Consigue levantar gran parte del film sobre sus hombros, entretejer una infinidad de inquietudes dramáticas y maravillarnos con un personaje difícil y paradójico. Llama la atención la ausencia de desniveles significativos en lo que hace a la labor del reparto. Para dimensionar el aporte general no sólo se debe tener en cuenta el idioma elegido, el inglés (en función de una obvia necesidad comercial). También hay que considerar el curioso combo protagónico multiétnico: Skarsgård es sueco, Portman israelita y Bardem español. Todos se complementan recíprocamente y logran articular un contexto apabullante en el que dominan la brutalidad y el despotismo.
Tampoco podemos dejar pasar la contribución del guionista francés Jean-Claude Carrière, afamado colaborador de Luis Buñuel durante sus últimos años (la influencia del maestro se siente en varias secuencias). La película nos regala un desarrollo realista y cautivante con toques de comedia negra y un final inolvidable. Aventurándose mucho más allá de los dibujos y las pinturas de Goya, Forman pone en tela de juicio tanto los mecanismos estatales autoritarios como las hipocresías solapadas que se manifiestan en la continua reconversión de roles. Aquí se critica con dureza los sucesivos regímenes aristocráticos, inquisidores y absolutistas que en nombre del significante vacío “pueblo”, de divinidades patéticas o de la misma declaración de los derechos del hombre y del ciudadano, construyeron un andamiaje de muertes, corrupción, intolerancia y soberbia. Los Fantasmas de Goya abre una pluralidad de interrogantes en torno a las diferentes jerarquías e instituciones sociopolíticas. La anécdota que cuenta es apenas una entre tantas: no sólo los que circundan al pintor son “fantasmas”, él también es un espectro perdido en la Historia.
Título: Los fantasmas de Goya.
Título Original: Goya’s Ghosts.
Dirección: Milos Forman.
Intérpretes: Javier Bardem, Natalie Portman, Stellan Skarsgård, Randy Quaid, Blanca Portillo, Michael Lonsdale, Carlos Bardem, Unax Ugalde, Simón Andreu, José Luis Gómez, Fernando Tielve y Julian Wadham.
Género: Drama de época, Biopic.
Clasificación: Apta mayores de 13 años.
Duración: 113 minutos.
Origen: EE.UU./ España.
Año de realización: 2006.
Distribuidora: Alfa Films.
Fecha de Estreno: 24/01/2008.
Puntaje: 9 (nueve)
El staff opinó:
–Bastante despareja desde la primera mitad hasta el final, el film de Milos Forman toma la figura de Goya como un pretexto y se enreda en una madeja de situaciones forzadas, inverosímiles y a veces ridículas. El trabajo de Portman es notable y Javier Barden sobreactúa un registro por encima de lo que su personaje pide.– Pablo E. Arahuete (5 puntos)