Por Emiliano Fernández
La segunda mitad del ambicioso proyecto retro Grindhouse (2007) resulta un despropósito desde todo punto de vista. Death Proof quedará en la historia como un lamentable acto fallido a cargo de un Quentin Tarantino soso, repetitivo y auto- indulgente. Se supone que en un principio el plan venía por el lado del homenaje a las road movies contraculturales de los ’70, pero parece que en el largo y sinuoso camino de la realización prevaleció el ego inflado del norteamericano. Todas aquellas características que alguna vez fueron representativas de una época están completamente ausentes: lo único que queda es una tenue cáscara formal con poco y nada de contenido valioso, más allá de la clásica celebración de la condición de “autor” por parte de un señor que a esta altura del partido ya no tiene nada para decir en lo que respecta al espíritu errante del periodo considerado.
Para aquellos que no lo sepan, estamos ante dos conversaciones de 40 minutos cada una rematadas con sendas secuencias de acción. Un doble de riesgo apodado Stuntman Mike (Kurt Russell) es en verdad un psicópata desquiciado que disfruta asesinando a mujeres hermosas con su auto especialmente preparado para persecuciones cinematográficas, un vehículo “a prueba de muerte”. Así las cosas, dos grupos de damas indefensas hablan y hablan y hablan sobre trivialidades pop en carreteras, bares y estaciones de servicio para luego padecer el acecho del veterano conductor durante un par de minutos en el primer acto y unos 15 minutos en el segundo, “broche de oro” del film. La historia se reduce a un villano cool con una súper cicatriz en el rostro y distintas caras bonitas que parlotean diálogos escuálidos de seudo liberación femenina bajo la batuta de un machista encubierto.
Como ocurría en Planet Terror, la estética sucia remite a una infinidad de obras de culto de subgéneros marginales, productos exploitation y representantes ilustres del cine clase B de décadas pasadas. Pero hasta allí llegan las similitudes: a diferencia del opus de Robert Rodríguez, Death Proof no consigue transmitir el impulso dramático extasiado y la anarquía enajenada de aquellas propuestas. Sin lugar a dudas esta es la peor película de Tarantino, un artista otrora movilizante y hoy apenas un diletante hueco del artificio posmoderno… ese mecanismo ridículo de construcción fílmica que consume millones de dólares para que el pastiche resultante luzca añejo, incluya determinado ABC estilístico o reenvíe sin más a un catalogo caprichoso de ítems considerados infaltables. Más allá de la frustración general, el atavismo paralizante se condice con la trayectoria recorrida.
Debido a la influencia del director y su relativa aceptación popular, debemos analizar aunque sea brevemente cómo fue que llegamos a este punto. Si como se suele afirmar “Tarantino fue al cine de los ’90 lo que Beck a la música”, entonces el componente novedoso de Perros de la calle (Reservoir Dogs, 1992) y Tiempos violentos (Pulp Fiction, 1994) pasaba más por el collage ecléctico y la apropiación continua que por la creación de elementos característicos singulares. Triple traición (Jackie Brown, 1997), por su parte, significó el agotamiento de esta estrategia en lo que al policial se refiere. Los Volúmenes 1 (2003) y 2 (2004) de Kill Bill representaron un bienvenido shock de adrenalina y una reformulación acotada: ahora la coctelera mezclaba spaghetti westerns con wuxia y hacía gala de muchísimas referencias explicitas que como siempre arrancaban en los ’60- ’70.
Lo que tenemos en la actualidad es la culminación de un proceso destinado a fagocitar su propia cabeza. Ya ni siquiera existe una ensalada interesante como en los primeros años o una fuga explosiva hacia delante como en la etapa adulta; en esta oportunidad las cansadoras extrapolaciones están acompañadas únicamente por la megalomanía y el individualismo excesivo del realizador. Todos los ingredientes han expirado, no cumplen su función o hasta molestan en su pedantismo insignificante: verborragia florida, fracturas repentinas en el desarrollo, bajadas de línea inconducentes, obsesión con tópicos específicos y arranques de violencia furtiva. Mientras que antes, con el contexto a favor, el combo convencía en su pretensión revulsiva, hoy muestra su cara avejentada y espanta gracias a su alarmante falta de ideas. El tiempo pasó… han plagiado al maestro del plagio.
Por supuesto tampoco ayuda que para su estreno internacional haya agregado media hora a un film que inicialmente duraba 90 minutos. El corte original, visto sólo en Estados Unidos, también fue defenestrado. Por momentos las dos horas de esta Death Proof se hacen eternas: damos por descontado que numerosos espectadores saldrán insultando de la sala. Podríamos argumentar que nunca hubo una intención de agradar al público masivo aunque aquí el norteamericano cae en el extremo opuesto, la burla por la burla en sí. Engañar a los fans con sonseras arty sin siquiera contar con la capacidad de despertar una sonrisa cómplice puede resultar muy caro a corto plazo. El film fracasa como obra multi- género debido a una trama inexistente y una morosidad en el ritmo que lleva al tedio y/ o la indiferencia. En tanto gesto kitsch trasnochado se estanca en anacronismos superfluos.
Ahora bien, si la intención era reconquistar a los sectores intelectualoides de la crítica boba quizás la jugada no le haya salido del todo mal. Esos palurdos de seguro elevarán al mote de “molesta” a una película elemental, inofensiva. Tarantino nunca fue un gran defensor de su carrera a nivel conceptual, se ha dedicado a comentarios cínicos y razonamientos intra- cinéfilos. Allí es donde su conocimiento y profesionalismo salen a la luz: los rubros técnicos están más que bien, la meticulosa fotografía corre por su cuenta y vuelve a lucirse en la dirección de actores. El elenco está compuesto por señoritas conocidas y eficaces: Rosario Dawson, Rose McGowan, Vanessa Ferlito, Tracie Thoms, etc. Sin embargo el que se lleva las palmas es el genial Kurt Russell, un actor excelente que dignifica cada una de las escenas en las que interviene. Si no fuera por él la película alcanzaría el subsuelo.
Nuevamente el cineasta participa delante de cámaras a través de un cameo, inunda la banda sonora con gemas soul y ofrece una secuencia de acción de alto impacto. De hecho, si no fuera por la colisión que cierra el primer capítulo estaríamos preguntándonos acerca del componente gore y el homenaje al terror independiente que supuestamente estaban por detrás del doble programa Grindhouse. La persecución final es bastante patética en su diagramación, va directo al olvido. En resumen, este aporte mediocre pierde terreno frente al simpático ejercicio de estilo del colega Rodríguez. El realizador se encierra en su ciclo de citas personal, abandona sin éxito el sistema narrativo, hace alarde de diálogos poco inspirados y deambula perdido por décadas que agotó hace tiempo en términos discursivos. Nada queda del nihilismo beatnik o la experimentación formal de obras maestras como la monumental Carretera asfaltada en dos direcciones (Two-Lane Blacktop, 1971) del gran Monte Hellman. Sólo el final de ésta última equivale a casi toda la carrera de Tarantino…
Título: A prueba de muerte.
Título Original: Death Proof.
Dirección: Quentin Tarantino.
Intérpretes: Kurt Russell, Rosario Dawson, Vanessa Ferlito, Zoe Bell, Sydney Tamiia Poitier, Rose McGowan, Tracie Thoms, Mary Elizabeth Winstead, Jordan Ladd, Marcy Harriell, Michael Parks, Eli Roth, Omar Doom, Marley Shelton y Quentin Tarantino.
Género: Acción, Thriller.
Clasificación: Apta mayores de 16 años.
Duración: 127 minutos.
Origen: EE.UU.
Año de realización: 2007.
Distribuidora: Pachamama Cine.
Fecha de Estreno: 26/02/2009.
Puntaje: 3 (tres)
El staff opinó:
–Más allá de los amores u odios que despierte, Quentin Tarantino puede ser tildado de muchas cosas pero a esta altura de las circunstancias resulta irrefutable que el director de Kill Bil tiene una capacidad asombrosa para reinventarse y autoreciclarse. Y eso se demuestra una vez más con esta visión personal sobre dos subgéneros bastardeados: el de las películas slasher, que en este caso sólo toma como estructura y reemplaza cuchillos por autos que funcionan como armas letales, y por otro lado las películas de persecuciones automovilísticas como por ejemplo Gone in 60 seconds o Vanishing Point, propias del exploitation de los años 70 donde no existía la magia digital a la hora de concebir coreografías, sino simplemente la magia artesanal y temeridad de sus directores. Además de la auto-referencialidad constante y la cinefilia rabiosa que lo caracteriza, Tarantino amalgama aquellos elementos referenciales del género con un orden diferente a la hora de ponerlo en pantalla. En primer lugar hace gala de su habilidad para construir diálogos que rinden culto a lo trivial y a lo banal, pero que al ser reproducidos por un grupo de chicas -devenidas vengadoras en un segmento y víctimas en otro- provoca un cambio de concepto frente a los códigos que manejaban este tipo de películas donde las mujeres eran simplemente un elemento decorativo o una moneda de cambio en el derrotero del psicópata de turno, quien en este caso irónicamente se trata de un doble de riesgo que viene a reivindicar un discurso contracultural frente a la manipulación digital que domina el cine de acción de los últimos tiempos. Y esa manipulación digital en el caso de este interesante proyecto junto a Robert Rodriguez sirvió no para embellecer o mejorar el artificio, sino para degradarlo y rescatar su esencia. Esa esencia no era otra que la de la ingenuidad y las historias sencillas y berretas como las que se plantea en este film, cargado de adrenalina promediando el final con la auténtica revelación de la doble de riesgo Zoe Bell, quien hace de sí misma y se lleva todos los aplausos junto a Kurt Russell, un psicópata que se excita cada vez que choca su falo mecánico indestructible como aquellos perturbados personajes de Crash de David Cronenberg. A prueba de muerte sin duda marca un punto de quiebre en la carrera del director de Perros de la calle.– Pablo E. Arahuete (7 puntos)