Por @PabloArahuete
Hace unos años tuvimos el privilegio de charlar extensamente con este gran director argentino en un ida y vuelta de ideas y reflexiones sobre el cine y su poética. Pasaron muchas cosas desde ese momento, quizá preguntas que quedaron flotando. Por eso con motivo del reciente estreno de La Madre, su nuevo trabajo de ficción, reavivamos la llama de la curiosidad para sumergirnos en otra charla rica e intensa que amerita ser compartida.
Pablo E. Arahuete: – ¿Podrías definir tu cine como una poética del fragmento?
Gustavo Fontán: – Tal vez sí. ¡Del fragmento y de los intersticios! Me gusta la belleza, el dolor o la ternura, la simpleza que se puede encontrar en un fragmento, en una zona de espacio, en una pared acariciada por la luz, en un rostro. Pero me interesa mucho lo que se produce en el intersticio, en la fisura entre dos fragmentos. En ese sitio esquivo del sentido: realmente humano, siempre abierto…
P.E.A.: – Podríamos decir, entonces, que aparece el elemento de la grieta muy fuertemente. La grieta en el sentido simbólico. También como esa línea difusa que separa lo real de lo imaginado, recordado, soñado. ¿Qué opinás al respecto?
Gustavo Fontán: – Lo señalás muy bien, en varios sentidos. La grieta es fuga y es frontera. Eso nos permite intuir una realidad más compleja. El espectador está obligado entonces a participar, a tomar partido. Mucho del sentido se juega en su intervención.
P.E.A.: – ¿Cómo construiste el guión de La madre?
Gustavo Fontán: – En principio teníamos unas cuantas hojas, digamos unas ocho carillas. Con ellas empezamos un período de ensayo de tres meses con los actores. Eso nos permitió definir los personajes y los conflictos y generar una serie de circunstancias sobre las que trabajaríamos en el rodaje. Al empezar a filmar teníamos definidas las circunstancias generales y las ideas rectoras. El guión, a partir de El árbol (2006), para mí es eso: un conjunto de precisiones que habilitan una búsqueda en el rodaje.
P.E.A.: – ¿Cuál es el límite de esa búsqueda? ¿Pasa por lo estético o lo conceptual?
Gustavo Fontán: – En principio, creo que no deberíamos señalar diferencias entre lo estético y lo conceptual. El desafío está en definir los recursos que uno cree que pueden ser los más efectivos para investigar un tema. Cuando esto ocurre, cuando fondo y forma son una sola cosa, una unidad indisoluble, la imagen adquiere una potencia única. No hay otro modo de decir “eso”. Eso en particular, no eso en general. Con respecto a los límites, no los hay dentro del marco. Lo que quiero decir es que es una búsqueda direccionada, que la definición de las ideas rectoras es vital para el trabajo grupal.
P.E.A.: – ¿Cómo encaraste el trabajo con los actores, teniendo en cuenta que uno de ellos (Federico Fontán) es tu hijo?
Gustavo Fontán: – Fue muy lindo, creo que la pasamos bastante bien. Es un cine complicado para el actor, porque no hay una continuidad en su acción dramática al momento de representar. Pero los tres, Gloria, Federico y Marisol entendieron enseguida el código y desde ahí aportaron mucho. Es cierto que Fede es mi hijo. Pero tiene una amplísima formación como actor y es muy profesional. Por otro lado, ahora pienso, me interesa el vínculo que hay con el actor. Me interesa el actor pero también me interesa la persona.
P.E.A.: – Si tuvieras que elegir un elemento de poética que resuma o defina tu película ¿Cuál sería y por qué?
Gustavo Fontán: – Trabajamos mucho sobre la idea de laberinto. Lo que provoca angustia es una mirada (la de la madre) que está donde debería ausentarse. Real o imaginada: mirada (dolorosa, demandante, puro chantaje) de la madre sobre el hijo; mirada (preocupada, extraviada) del hijo sobre la madre. Y ya estamos: un laberinto de espacios y de tiempos. De percepciones…
P.E.A.: – ¿Lo laberíntico también podría encontrarse en las obsesiones mentales y soliloquios de esa madre en un segundo nivel de percepción?
Gustavo Fontán: – Efectivamente. Y esto nos lleva de nuevo al tema de la grieta y de las fronteras. ¿Sueños? ¿Hechos vividos? ¿Alucinaciones? No me atrevería a afirmar ninguna de las opciones. Sólo a asegurar el nivel de realidad, desde el dolor, que esto tiene para la madre. Porque en cualquiera de los casos, la angustia es algo constatable.
P.E.A.: – Te saco un segundo de la película en particular para preguntarte a vos sobre tus propios laberintos…
Gustavo Fontán: – ¡Ninguno que alcance la gravedad de la que hablamos! (Risas)
P.E.A.: – El tratamiento de la luz natural es sin dudas uno de los mayores méritos de esta obra. Contános cómo encaraste este aspecto y qué privilegiaste a la hora de poner la cámara.
Gustavo Fontán: – Tengo la suerte, la inmensa fortuna, de hacer películas con un mago: Diego Poleri. Ya habíamos investigado esto en El árbol (2006) y acá repetimos: la búsqueda, la espera, el descubrimiento, de la luz natural. Uno no deja de sorprenderse: los matices, las posibilidades que ofrece? Un mismo espacio se vuelve, en el contacto con la luz, una serie casi infinita de revelaciones.
P.E.A.: – A veces te comparan con algunos directores como Sokurov y hasta Ozu. ¿Te sentís identificado con alguno de ellos y desde qué lugar?
Gustavo Fontán: – Los dos son dos directores muy, muy admirados. Por lo tanto, si algo encuentran de ellos en mis películas es un elogio que debo agradecer mucho.
P.E.A.: -¿Qué esperás que se lleve el público después de ver tu película?
Gustavo Fontán: – Uno espera siempre que el público se lleve algunas inquietudes, algo para pensar, para debatir con los seres queridos. También me gustaría que se lleve algo de belleza.
P.E.A.: – Actualmente estás trabajando en un nuevo proyecto ¿Podrías darnos un anticipo sobre la temática y si va a ser nuevamente ficción?
Gustavo Fontán: – El árbol estuvo pensada desde el principio como la primera parte de una trilogía que llamamos “El ciclo de la casa”. Estamos trabajando ahora en la segunda de las películas de la trilogía: Elegía de abril (2010). Filmamos en la misma casa, están mi madre y su hermano en la película, pero también están dos actores muy queridos: Lorenzo Quinteros y Adriana Aizenberg. Entre la ficción y la realidad esperamos encontrar algunos fragmentos más de emociones sinceras.