Por Emiliano Fernández
El binomio compuesto por Mariano Cohn y Gastón Duprat regresa con la excelente El Hombre de al Lado (2009), ahora invirtiendo la polaridad de El Artista: si antes el eje pasaba por una “avivada popular”, hoy tenemos en primer plano las miserias burguesas.
Guste o no, una de las grandes verdades del mercado cinematográfico argentino es que el espectador promedio no ve más de tres o cuatro exponentes locales por año. La complacencia se la cedemos a los entusiastas de siempre y a sus socios en las cúpulas, bien que hicieron una bandera de unos jirones aislados: nuestra “industria” -si aceptamos la pertinencia del término- se mueve como un péndulo entre los mamotretos de inclinación televisiva y los bodriazos costumbristas/ existenciales, los primeros aportando su granito de arena al sonambulismo masivo y los segundos destinados al consumo de un puñado de diletantes del esnobismo arty.
Nunca estará de más recalcar lo precedente y hacerse eco de voces alternativas para que en un futuro el panorama cambie y de a poco surja un cine popular de calidad, ajeno a los caprichos de los directores y las tristes entidades estatales.
Un camino posible para salir del atolladero es predicar con el ejemplo, una táctica bastardeada en la actualidad en el ámbito de la prensa debido a que de un tiempo a esta parte los criterios de juzgamiento han caído a niveles muy preocupantes (la pereza suele ir de la mano de la estupidez).
El Hombre de al Lado (2009), el nuevo opus de Mariano Cohn y Gastón Duprat, viene a confirmar todos los éxitos formales y de contenido de la también irreverente El Artista (2008), sin dudas uno de los mejores films argentinos de la década. Aquí vuelven a unir fuerzas con Andrés Duprat para ofrecer un retrato de la burguesía académica de las grandes metrópolis: recuperando aquel minimalismo expresivo, hoy el equipo de realizadores combina los comentarios sociales símil Claude Chabrol con un estudio de personajes que recuerda al de las películas de los hermanos Joel y Ethan Coen.
Ya la secuencia inicial de créditos deja en claro de qué va el convite: mientras que una maza golpea con insistencia un muro dividido en dos, las vibraciones progresivamente repercuten en la otra mitad, ese espacio simbólico propiedad del vecino. La historia está narrada desde el punto de vista de quien padece en un primer momento la intromisión, el diseñador y profesor universitario Leonardo (Rafael Spregelburd).
Nuestro protagonista, al igual que su homólogo de Un Hombre Serio (A Serious Man, 2009), es un canto viviente a la pasividad, la resignación y la autoindulgencia: más allá de que su hija y esposa no le presten atención y en conjunto sean casi tan insufribles como él mismo, para dimensionar su egolatría sólo basta con señalar que habita la Casa Curutchet, una de las obras más representativas del legendario Le Corbusier (la acción transcurre por completo en el lugar).
En este caso el “extraño”, ese que al destrozar la medianera para colocar una ventana desencadena el conflicto, es el vendedor de autos usados Víctor (Daniel Aráoz), un rústico miembro de la clase media- baja. Sin demasiado interés en los estatutos legales pero con un carácter arrollador, el hombre lo único que desea es un poco de sol para que se justifique el dineral invertido en las reformas de su hogar.
La propuesta evade con inteligencia la típica escalada de las peleas comunales privilegiando en cambio un ritmo sereno, meticuloso en su quietud, que desnuda las miserias y preconceptos con respecto al Otro inaprehensible, no como fundamento antropológico abstracto sino como presencia concreta. Leonardo entra en crisis cuando se percata que está prisionero en la frontera que separa a su “morada perfecta” de la urgencia cotidiana contigua, esa para la que no posee respuestas válidas.
Así es cómo la metáfora central, de índole edilicia, adquiere su pleno sentido y comienza a desarrollarse en el escabroso entramado de la hipocresía social (la Casa Curutchet es el espejo magnificado de una mentira sostenida en la más pura intolerancia). El film trabaja sobre distintos rasgos de la nunca bien ponderada “imbecilidad burguesa”, desde la indiferencia adolescente y la superficialidad femenina hasta las fantasías infantiloides de los hombres o su persistente cobardía.
Los maravillosos Spregelburd y Aráoz componen a seres de una penetrante complejidad en función de un núcleo que abraza el realismo satírico y coquetea con referencias oportunas a la Bauhaus, De Stijl y el constructivismo ruso. Mención aparte merece la fotografía, una vez más a cargo de Cohn y Duprat: este no es un paneo turístico por la residencia de La Plata, la dispersión se impone como principio rector.
Título: El hombre de al lado
Dirección: Gastón Duprat, Mariano Cohn
Intépretes: Rafael Spregelburd, Daniel Araoz, Eugenia Alonso
Género: Comedia, Drama
Duración: 110 minutos
Origen: Argentina
Año Realización: 2009
Distribuidora: Primer Plano
Fecha Estreno: 02/09/2010
Puntaje 9 (nueve)