Por Pablo Arahuete
Algunos cambios significativos suponían en esta tercera entrega de las Crónicas de Narnia, la saga literaria infantil del escritor C.S. Lewis, un viraje para sortear falencias que se venían arrastrando desde la primera parte, sin corregirse en la segunda y que obedecían excluyentemente a no encontrar el público adecuado para la propuesta y en menor medida al flojo nivel de los guiones adaptados a la pantalla grande.
Los estudios Disney fracasaron comercialmente hablando al obtener tibias recaudaciones para semejante proyecto y ahora es el turno de Fox que tomó la posta de la saga con el director experimentado Michael Apted (las anteriores estuvieron a cargo de Andrew Adamson) y la forzada incorporación del 3D en un film pensado para 2D.
El resultado final deja una sensación ambigua con el interrogante puesto en lo que puede venir de acá en adelante y con las reiteradas fallas que a esta altura de las circunstancias parecen estar vinculadas exclusivamente con el trasfondo religioso y el ferviente catolicismo de su autor, plasmado en su obra. Lo que desde un comienzo aparecía en el terreno de lo subyacente como recreación de los mitos bíblicos en ese reino mágico llamado Narnia, con esta tercera parte de la saga no caben ya dudas respecto a la presencia de elementos emblemáticos de la religión católica: el paraíso, Dios omnipresente (es necesario aclarar que se trata del león Aslan), los 7 pecados capitales y la travesía espiritual como sello de madurez, evitando caer en las tentaciones terrenales. No son necesarios para esta saga 10 mandamientos sino uno solo: creer.
Y entre el creer y el no creer se debate el nuevo personaje incorporado en esta etapa: Eustace, un niño mojigato, excesivamente racional y primo de los dos protagonistas Lucy y Edmund -parias y huérfanos en el mundo real y soberanos en las tierras de Narnia- quien azarosamente se ve transportado a esta nueva aventura marítima, cuyo portal no es un ropero esta vez sino un cuadro viviente.
El otro nuevo personaje no es ni humano ni animal, sino que se trata justamente de un barco llamado El viajero del alba (de ahí el título de esta tercera película) comandado por el ya conocido Rey Caspian (Ben Barnes). El enemigo esta vez no es corpóreo sino que se manifiesta a través de una niebla verde (prima no reconocida del humo negro de la serie Lost), la cual influirá directamente en las conductas de cada personaje en obvia representación de los deseos y los miedos.
Sin adelantar mucho más sobre la trama que mezcla magia, seres de otro mundo, menos animales y menos humanos, se puede decir que la misión consiste en encontrar y destruir 7 espadas que no son otra cosa que la representación de los pecados capitales.
No puede acusarse a esta película de aburrida dado que el relato no presenta complicaciones a la hora de sumar situaciones y personajes, que sin duda enriquecen el universo monotemático de la magia; tampoco faltan escenas de acción donde el despliegue visual y el uso funcional de los efectos especiales no hacen ruido. No obstante, ninguna secuencia -incluso aquellas que suponen movimiento y acción trepidante- deslumbra por su originalidad o elaboración. Este aspecto se ve profundamente desaprovechado al haberse utilizado el 3D como agregado de postproducción y eso se nota en el conjunto.
Título: Las crónicas de Narnia: La travesía del viajero del alba.
Título Original: The Chronicles of Narnia: The Voyage of the Dawn Treader.
Dirección: Michael Apted.
Intérpretes: Ben Barnes, Skandar Keynes, Georgie Henley, William Moseley, Anna Popplewell, Will Poulter, Bruce Spence, Gary Sweet y Tilda Swinton.
Género: Aventura, Familiar, Fantasía.
Clasificación: Apta mayores de 13 años.
Duración: 113 minutos.
Origen: EE.UU./ Reino Unido.
Año de realización: 2010.
Distribuidora: Fox.
Fecha de Estreno: 28/12/2010.
Puntaje: 6 (seis)
El staff opinó:
-Sin dudas el rendimiento por debajo de lo esperado de Las Crónicas de Narnia: El Príncipe Caspian (The Chronicles of Narnia: Prince Caspian, 2008) marcó el fin de las tentativas de Hollywood por encontrar una nueva gallina de los huevos de oro una vez agotada la saga de El Señor de los Anillos (lo que por cierto no quita que hoy todas las miradas se posen sobre El Hobbit). El precedente fue un período en el que exploitation tras exploitation pretendía ocupar el lugar vacante y fallaba miserablemente, tanto a nivel comercial como artístico. Luego de que la Disney se lavara las manos, ahora la Fox toma la posta con la tercera entrada de la tediosa franquicia: al igual que en las anteriores, Las Crónicas de Narnia: La Travesía del Viajero del Alba (The Chronicles of Narnia: The Voyage of the Dawn Treader, 2010) sufre de un tono grandilocuente pero aniñado al mismo tiempo, plagado de referencias cristianas vetustas y muy poca fluidez narrativa. Por supuesto el humor simplón, el pobre desempeño del elenco y la ausencia de imaginación en lo que respecta a las escenas de acción colaboran para que estemos ante otra película rutinaria que, si bien se ubica por encima de bazofias absolutas como las Harry Potter, roba a mansalva elementos de Piratas del Caribe y para colmo desaprovecha el formato 3D. Esperemos que en el futuro regrese la hermosa Tilda Swinton para algo más que un cameo.- Emiliano Fernández (4 puntos)
–En el libro La travesía del Viajero del Alba, el príncipe Caspian y sus hombres se embarcan en busca de siete amigos de su padre que Miraz había enviado a explorar los mares orientales para eliminar cualquier elemento que no le fuera leal. Lejos quedaron la bruja blanca y el tío usurpador; la paz reina en Narnia y, salvo alguna que otra isla díscola, no hay un “enemigo” que derrotar. Salvo, claro está, las miserias y limitaciones interiores de cada uno. Por eso los hermanitos Pevensie, que llegan sumergiéndose en las aguas de un cuadro y acompañados de su primo Eustace, esta vez no son “llamados” sino más bien “traídos” para unirse a la tripulación. El viaje es, además de la búsqueda de los caballeros desaparecidos, una exploración de sí mismos. La aventura a bordo del Viajero del Alba está planteada por C.S. Lewis como una suerte de travesía existencial, un camino para el crecimiento y el perfeccionamiento. Un acercamiento a la divinidad, traducido en la llegada al país de Aslan allende los mares. Los encargados de la adaptación de esta tercera entrega de las Crónicas de Narnia, probablemente para hacerla más efectiva desde el punto de vista cinematográfico, eligen crear un antagonista -algo así como el Mal en sí mismo, incorpóreo, representado con muy poca imaginación por un humo verde en el que es imposible no ver vestigios de Lost- y una fórmula para doblegarlo. A partir de allí, el objetivo del viaje pasa a ser el de derrotar a la fuerza oscura; y más allá de que hay tentaciones, traspiés y aprendizajes para cada uno de los personajes, en medio de las vicisitudes del relato y la adrenalina de la aventura, se pierde de vista que el verdadero peligro está dentro de cada uno, y no fuera. La trama resulta previsible, y sacrifica la profundidad, la sutileza y la fluidez serena del libro en favor de un planteo en el que priman la acción un tanto esquemática, los golpes de efecto y el mensaje simplificador e inequívoco. Más allá de todo esto, la película brinda un buen entretenimiento, y -como ya lo había descubierto Truffaut en los sesenta-, ver crecer a los protagonistas produce una extraña familiaridad, como si los conociéramos mucho más allá de sus aventuras en la pantalla grande.– Silvina Palmiero (7 puntos)