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sábado, 23 noviembre 2024
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El Cisne Negro: Danza con lobas

Por Pablo Arahuete

Los personajes torturados tanto emocional como psicológicamente son afines al cine de Darren Aronofsky, si bien con su anterior película El luchador el director de Pi se alejó un tanto de ese universo traumático ahora con El cisne negro vuelve a cargar las tintas sobre la gradual transformación y metamorfosis que sufre su protagonista, Nina (gran desempeño actoral de Natalie Portman).

Ella es una joven bailarina clásica, obsesionada por la búsqueda de la perfección en un mundo altamente competitivo y destructivo como el de una compañía de ballet. Admira secretamente a la experimentada Beth (Winona Ryder), cuyo cuarto de hora de fama ha llegado a su fin porque así lo dispone la dinámica del ballet siempre en busca de sangre joven y nuevas caras. Las candidatas a reemplazarla recién comienzan a sentir la presión y se disputan la atención del director de la compañía.

Si bien la rivalidad con Lily (Mila Kunis), con quien debe medirse en los ensayos para ver quién termina siendo la elegida para interpretar a la reina Cisne en una nueva versión de la pieza El lago de los cisnes, es una amenaza latente, el mayor conflicto para Nina está relacionado con sus propios demonios internos que le revelan un costado de su personalidad diferente al que exterioriza en su vida cotidiana. Ese encuentro con lo más oculto de su ser; con la oscuridad que la habita y la seduce comienza a manifestarse sutilmente en un camino de introspección, en contraste con el de observación permanente (una cámara que acecha y espia) al que es sometida Nina, quien depende de la mirada del otro; de su aprobación o rechazo, para huir de sus fantasmas y obsesiones, alimentado por las terribles exigencias del director de la compañía Thomas Leroy (Vincent Cassel). Para él Nina debe dejarse llevar por el deseo más que por la técnica del baile y así desentumecer su cuerpo para fluir con el movimiento, la sensualidad y la intensidad de la fragilidad.

Todo eso representa El cisne negro no sólo desde la dialéctica de opuestos con el contrapunto explicito desde lo visual entre blancos y negros; luces y sombras, espejos y dobles que se van distorsionando levemente para romper la frontera entre realidad y alucinación, pero que unidos -gracias a una eficaz puesta en escena- conforman el universo de la protagonista en quien el cineasta ancla el punto de vista del relato y de alguna forma dirige la mirada del espectador para no perder de vista el verosímil, en constante ruptura al introducir elementos fantásticos que desvían la historia hacia zonas de mayor ambigüedad de las que habitualmente puede proponer un thriller psicológico focalizado en el enfrentamiento y lucha despiadada entre dos bailarinas, o en un simple relato de autodestrucción como el que podía plantearse en Réquiem para un sueño.

Sin embargo, para Nina perder el control sobre sus actos supone un riesgo que se va trasparentando en pequeños rasgos de imperfección de su cuerpo: marcas visibles de esa metamorfosis que pretende esconder ante la presencia invasiva de una madre (Barbara Hershey) sobreprotectora, quien ha depositado en ella todas sus frustraciones por no poder seguir la carrera de bailarina al tener que darla a luz.

Celos y castraciones de todo orden van dejando sus cicatrices y detonan los mecanismos de autoflagelación que se vinculan estrechamente con el proceso de asimilación de la obra, donde por un lado deberá interpretar al cisne blanco, pura, virginal y frágil y por otro a su antagonista el cisne negro desinhibida, sensual, trágica. Y en paralelo la metamorfosis se consuma en tres actos o comportamientos -que aquí no se revelarán- estableciéndose un principio de simetría entre los personajes de la historia del ballet propiamente dicho y aquellos que deben encarnarlos en el escenario.

Simbólica y psicológicamente las represiones que padece Nina se conectan también con la incapacidad de sentir y con el despertar sexual también ambiguo en cuanto al género, aunque en realidad sufre una enorme represión y castración maternal que trasparenta en su errático deambular y su percepción paranoica del entorno.

Darle a Aronofsky la posibilidad de bucear en el mundo interior de un personaje tan complejo y exquisitamente construido por Mark Heyman, Andres Heinz y John McLaughlin en un guión sin subrayados que desborda matices y derriba estereotipos implicaba el desafío de encontrar el tono indicado para la tragedia y la actriz capaz de desdoblarse dramática y corporalmente. Por eso lo de Natalie Portman sin dudas marca la distinción y se transforma en el mejor papel de su carrera, aspecto que seguramente le valga el Oscar ya que se destaca y carga con el film sobre sus espaldas desde el primer minuto hasta el último, completamente transformada y creíble para este quinto largometraje de un talentoso realizador que recién comienza a desplegar sus alas.

Título: El Cisne Negro.
Título Original: The Black Swan.
Dirección: Darren Aronofsky.
Intérpretes: Natalie Portman, Mila Kunis, Vincent Cassel, Barbara Hershey, Winona Ryder, Benjamin Millepied, Ksenia Solo y Sebastian Stan.
Género: Drama, Thriller.
Clasificación: Apta mayores de 16 años.
Duración: 108 minutos.
Origen: EE.UU. Año de realización: 2010.
Distribuidora: Fox. Fecha de Estreno: 17/02/2011.

Puntaje: 9 (nueve)

 

El staff opinó:

El extraordinario Darren Aronofsky vuelve a sorprender con El Cisne Negro (Black Swan, 2010), una fascinante mixtura de Las Zapatillas Rojas (The Red Shoes, 1948) y Repulsión (1965). Ya desde el mismo prólogo queda explícito que no seremos testigos de un proceso de enajenación progresiva sino más bien de la manifestación visual de un desfasaje interno: respetando los parámetros del nihilismo a la Stanley Kubrick, todo está perdido desde el comienzo por lo que se torna imperativo trasladar en imágenes la esquizofrenia elemental (así la creatividad y el talento pasan al servicio del horror más sutil, el de la represión engendrada por innumerables ataques externos). Mientras que El Luchador (The Wrestler, 2008) era una obra humanista acerca de un deporte marginal, aquí tenemos su opuesto exacto, una pesadilla freudiana con ribetes existencialistas y tono claustrofóbico sobre un arte extremadamente snob. La labor de Natalie Portman y la secuencia final de la “transformación” son en verdad apabullantes.- Emiliano Fernández (9 puntos)

Con El Cisne Negro los detractores de Darren Aronofsky seguirán teniendo sus motivos para odiar a este talentoso, inteligente y algo presuntuoso director de cine. Huelga decir que sus fanáticos lo van amar un poquito más y quienes recién lo descubren seguramente correrán a conseguir una copia de Pi, Réquiem para un sueño, La fuente de la vida o El luchador, todas ellas grandes películas. En su nuevo opus es tan absorbente el papel que interpreta con exquisita sensibilidad Natalie Portman (en el rol de su vida, sin duda) que casi todo lo demás pasa a un segundo plano, incluyendo a los buenos actores que interpretan a los personajes que interactúan con ella (Vincent Cassel, Mila Kunis, Barbara Hershey). La actuación es tan descomunal como para que algún fundamentalista le sugiera plantearse el retiro: ¿para qué seguir si artísticamente es insuperable? Un tour de force impensado en una actriz que parecía haber llegado a su pico con obras como mucho correctas mezcladas con bastante mediocridad de todo tipo. La imaginación de Aronofsky para la puesta en escena -especialmente en el último acto-, la tétrica ambientación de Thérèse DePrez, las texturas y climas obtenidas por el genial DF Matthew Libatique y el aporte siempre bienvenido del compositor Clint Mansell le dan el marco ideal a esta oscura fábula sobre la búsqueda de la perfección y la represión sexual. Tuvo que pasar casi medio siglo para que Repulsión ya no esté tan sola.- Diego Martínez Pisacco (9 puntos)

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