Título: Ochentaisiete
Dirección: Anahí Hoeneisen, Daniel Andrade
Clasificación: Apta para mayores de 13 años
Duración: 87 minutos
Género: Drama
Distribuidora: Obra Cine
Origen: Ecuador, Argentina, Alemania
Intérpretes: Michel Noher, Nicolás Andrade, Stefano Bajak, Francisco Pérez, Daniela Roepke, Jessica Barahona, Andrés Álvarez, Fernanda Ponce
Año de realización: 2014
Fecha de estreno: 18/02/16
Puntaje: 6 (seis)
Por Pablo Arahuete
La fragmentación narrativa es un recurso demasiado tentador para contar una historia en la que se busca sostener un misterio y de cierta manera manipular al espectador, a veces con armas nobles y otras con un chantaje emocional. Ochentaisiete es un ejemplo de los problemas que genera este recurso cuando el único objetivo es no revelar el enigma.
No obstante, la película funciona como retrato generacional y melancólico de un grupo de amigos (Pablo, Andrés, Juan y Carolina) separados por las circunstancias de la vida y que en el reencuentro consabido años después exhiben sus fracasos y sus maneras de sobrellevar un episodio traumático (excelente afiche) coincidente con los años del título.
No hay que dejar de mencionar ciertos apuntes políticos que tratan de construir, a la par de la trama de estos amigos, un contexto lo suficientemente sólido para justificar algunas actitudes que desencadenan situaciones y repercuten en un presente que la película de los directores Anahí Hoeneisen y Daniel Andrade yuxtapone de manera permanente con el pasado.
El Ecuador se asocia tanto a ese presente como pasado, siempre desde el espacio de la intimidad para que la cámara encuentre a sus personajes en esa deriva ferviente de la adolescencia, planteando un sutil triángulo amoroso, rivalidades propias de la amistad y conflictos con el mundo adulto, lugar de reencuentro tras exilios forzosos o no, queda a criterio del espectador.
Tal vez el mayor problema de este segundo opus de los realizadores ecuatorianos sea precisamente el laberinto en el que se desarrolla la trama y la falta de rumbo, una vez que las cartas se juegan sobre la mesa sin otra chance que la de someterse al capricho de un guión y un relato que por momentos parece conducirnos sin pedir permiso.