Por Pablo E. Arahuete
Tras un fugaz paso por Gaumont, con una buena recepción por parte del público, el documental Arreo comienza a exhibirse en pantallas del interior.Hoy es el turno de San Martín de Los Andes, para continuar en la Patagonia y posiblemente llegar a Córdoba y Rosario. Además, el viernes 6 de mayo en Bardas Blancas se hará una función en La fiesta “Vuelta del Veranador” dedicada a los puesteros que vuelven de la Veranada. Pudimos entrevistar a su director Tato Moreno antes del viaje para compartir su experiencia de un rodaje con sabor a aventura, gran sensibilidad y amor por el cine.
Pablo E. Arahuete: -¿Qué fue lo más difícil a la hora de crear el vínculo con la familia Parada teniendo en cuenta que te ibas a involucrar en una suerte de ritual transmitido por generaciones?
Tato Moreno: -La relación creció de forma tan natural que es difícil decir. De manera gradual fuimos compartiendo charlas, comidas, actividades diarias, hablamos mucho y compartimos silencios también. Se divirtieron viendo cómo yo trataba de convertirme en un jinete como la gente o intentaba tirar un lazo, de cómo trataba de aprender cada cosa con la que me cruzaba. Creo que fui el observado al principio sobre todo. En pocas palabras, me entregué a la experiencia y el vínculo fue fortaleciéndose de manera natural.
P.E.A: -¿Cómo manejaste los tiempos en el montaje para sintetizar esa travesía de los arrieros dado que son muy importantes sus reflexiones a cámara durante los momentos de descanso ?
Tato Moreno: -Aparte de la escena inicial y la escena final, que estaban ya decididas antes de editar, teníamos en claro los tres actos en los que se dividiría la historia, y que además seguiría la cronología del ciclo anual de vida del arriero Ya sabíamos que en el viaje, en los descansos es donde siempre se conversa y se reflexiona. Grabamos muchas situaciones de descanso, fuimos eligiendo las reflexiones que seguían la línea de lo que queríamos contar, pero que fuesen saliendo como se da en el campo, sin forzarlas. Hay una estructura muy cuidada, por ejemplo, en el orden de los temas que van saliendo de cada charla o reflexión.
Queríamos una narrativa simple y sólida que acompañara a los tiempos del campo; el montaje logra eso, acompaña el ritmo del campo, da tiempo a pararse a observar. Queríamos que el espectador se entregase a ese ritmo, a la experiencia, que se permitiese ser parte y estar ahí. De alguna manera, busqué transmitir lo que había sido mi propia experiencia.
La mecánica de post empezó con Claudia, la productora, quien transcribió todos los diálogos, décimas y charlas de las 60 horas de material grabado. Con ese desglose nos repartimos con Ezequiel, el otro editor, una mitad de la película cada uno. El primer corte duraba tres horas.
P.E.A: -¿Cuánto duró el rodaje y con qué equipo contaste?
Tato Moreno: -El rodaje duró 2 años y medio. Por momentos, fuimos tres personas en el equipo: mi hija, Julia Moreno, en captura de sonido, Sergio Martínez, gran fotógrafo y montañista en la segunda cámara, y yo. Pero gran parte del tiempo estuve solo.
P.E.A: -Luego de tu experiencia en la invernada, ¿cuál considerás que es el mayor peligro para que finalmente esta actividad se extinga?
Tato Moreno: -Son tres, que combinados representan un peligro muy real de extinción de la cultura puestera.
El tema de la tierra, el no cumplimiento de la Ley de Arraigo, que los mantiene en un estado de precariedad tal que los puesteros pueden ser expulsados en cualquier momento.
Y también, la intermediación de los compradores de chivos. Por ejemplo, un chivo que el año pasado se le pagaba a un puestero 300 pesos, era vendido a 400 kilómetros por 800 pesos.
La ruta internacional del Paso Pehuenche que sale a Talca en Chile. Este es un camino que está terminando de asfaltarse y que va por sobre la traza que los mismos arrieros crearon hace generaciones. Cuando empiecen a circular los camiones, ellos no van a tener por dónde arrear hacia la veranada.
P.E.A: -¿Cuál fue la mejor enseñanza que te dejó como documentalista el rodaje de Arreo?
Tato Moreno: -Me enseñó a tener paciencia, a saber que lo que se deja crecer con amor, sin pretenciones ni presión, crece bien.