Por Pablo Arahuete
A Emilio Bardi, los personajes que la pelean en el día a día siempre lo movilizan para sacar lo mejor de su actuación y sensibilidad. En Matungo interpreta a Armando y no es la excepción a la regla frente a los desafíos cotidianos y a esa lucha. En esta entrevista exclusiva, nos sorprende con sus conocimientos sobre el mundo del hipismo.
Pablo E. Arahuete: – ¿En qué te identificas con tu personaje?
Emilio Bardi: – La identificación con el personaje es que, de alguna manera, los dos tenemos que pelearla día a día y es como tener que rendir examen permanente para que crean en vos. La pasión, la garra y el mal humor (risas). También, ser fiel a un ideal y las fuerzas para salir de perdedor.
P.E.A.: – ¿Creés que el mundo del turf tuvo mayor importancia en el pasado de Argentina que en la actualidad?
Emilio Bardi: – Creo que en el pasado, el turf tuvo mayor auge porque además se asociaba mucho con el ambiente tanguero. Gardel tenía caballos, Leguizamo le corría el pingo “Lunático”, y no me imagino a Charly García yendo a las ‘reuniones’ (carreras). Creo que antes también se jugaba más porque tal vez uno se podía salvar con una buena ‘cadena’ (cuando se aciertan todos los primeros pingos).
P.E.A.: – ¿Qué te llevó a involucrarte en este proyecto?
Emilio Bardi: – Varias cosas. En un tiempo yo iba a las reuniones de San Isidro, y me gusta este deporte. Pero lo más atractivo es el guión, donde se deja traslucir el mensaje de que todo es posible si uno es perseverante. Además, la vida, como este deporte, también depende de la suerte. Y hablando turfísticamente, la trifecta ‘Andrés, Armando y el caballo’ no pueden perder, jeje…
P.E.A: – Según palabras del director, la indocilidad es una de las ideas que atraviesan a los personajes ¿Por dónde pasa en el caso del que te toca interpretar?
Emilio Bardi: – Creo que la indocilidad de Armando pasa por su historia personal. Hijo y nieto de cuidadores exitosos, en un punto lo hacen un fracasado y en otro, un hombre que sabe mucho, que hace todo lo posible por demostrarlo y al final lo demuestra. Matungo es una historia de final feliz y está bueno que así sea.