Por Pablo E. Arahuete
Como se dice en la jerga popular, la nueva ficción de la TV pública Ultimátum estrenada a las 22.30 hs . en el día de ayer (se emitirá todos los martes a la misma hora), ha puesto toda la carne al asador. La primera sensación la marca el ritmo que no tiene otra intención que darle una dinámica al formato de la sitcom, por lo cual el reparto convocado para el convite es redondo en el sentido de las dicciones y la velocidad en el remate verbal de las situaciones.
En pocas series argentinas se entiende todo cuando hablan los personajes, en pocas ese tiempo que se cuela entre la pausa y el remate es tan ajustado como en el caso de Ultimátum y por lo que se vislumbra será uno de los puntos clave para acercarse a esta propuesta, que apuesta a la reflexión sobre las relaciones de pareja y su interacción con el entorno desde la mirada humorística.
Sin embargo, el foco de atención no debe solamente concentrarse en la química entre Julieta Cardinali y Fernán Mirás, cuyas constantes peleas arrastran el paso del tiempo, las diferencias de carácter y la instalada inmadurez que domina el clima familiar, sino en los hijos de la pareja. Ellos demuestran más sentido común que sus progenitores, pero afortunadamente no entran en el estereotipo de niños adultos o niños sabios para explotar su naturalidad y modo de entender la realidad. Pertenecen a la generación de las redes sociales y su comunicación con el afuera no hace otra cosa que reafirmar -conceptualmente hablando- la incomunicación de una familia que no se escucha; que no ve al otro más allá de percibirlo por ocupar un espacio o formar parte de ese murmullo constante que trata de sobrevivir a los gritos de un lado y del otro.
Esa es a grandes rasgos la esencia de Ultimátum, una sitcom de rápida identificación y con una identidad propia que la hace apetecible a los ojos.