Por @PabloArahuete
¿Se puede filmar el tiempo?, atraparlo en una imagen parece ser el punto de fuga de este documental autobiográfico de la artista Klaudia Kemper (ver entrevista), quien además comparte la actividad del registro cotidiano (filmó varios meses en su departamento en Santiago de Chile) con sus dos hijas. Una de ellas con su cámara como contrapunto de lo que la mirada de la propia realizadora ofrece. Tal vez el espejo donde se refleje su búsqueda, no tanto como cineasta sino como madre que comparte el vínculo y la experiencia de filmar el tiempo con sus hijas.
¿Para qué hacerlo? El film no lo responde, pero sí esas reflexiones compartidas en la intimidad, desde la más absoluta disputa familiar hasta los silencios, que dicen más que cualquier palabra. En el recorrido por el espacio, los cuartos, las paredes escritas y un puñado de cartas con su padre, Klaudia Kemper recupera por un lado el pasado sin la veta nostálgica, pero con la profundidad y la sensibilidad para hacerlo presente.
Un padre que no puede hablar y que se comunica desde sus escritos (21 años de cartas desde Brasil), una madre que pone en tela de juicio la representación frente a una cámara en ese registro cotidiano como parte de la pérdida de la naturalidad. A la vez, el cuestionamiento sobre la intimidad a pesar de esos acuerdos tácitos que se generan cuando se encaran proyectos donde la familia es el punto de observación.
Compartir todo y no callar nada, ese parece ser el único camino posible para que el tiempo no gane la batalla, para que lo fugaz se celebre en lo cotidiano, en esos momentos irrepetibles como las charlas o las peleas con enojo con Lua, tal vez la más rebelde de sus dos hijas, y aquella que obliga a la reflexión cuando el objeto de estudio es una persona tan próxima a quien lo filma.
El presente (no existe) desde la enunciación se pregunta y duda sobre la propia existencia ¿qué somos si no lo que recordamos en perspectiva?, el tiempo no se detiene y siempre es el mismo, lo inalterable y lo irrepetible se pueden entender no racionalmente, sino con una imagen o con un recuerdo cuando apenas la cámara se prende.