Por Pablo Arahuete
A veces el duelo, la pérdida intempestiva de algo amado, puede ser como un río. Interminable e insondable, con un cauce desconocido, que al transitarlo deja estelas, huellas que rápidamente desaparecen. El río que separa las dos orillas, la de la memoria en uno de sus márgenes y la del olvido en el otro, es el espacio donde no hay tiempo, o por lo menos en el que la cronología se encuentra abolida. Eso no significa suspendida, quieta, sino simplemente que no hay una dirección única para navegarlo.
El cine y la literatura, cuando se fusionan, también generan este tipo de propuestas, con su río y orillas propias. Gustavo Fontán lo conoce de memoria, explora en cada una de sus películas esa intemperie, incerteza y ahora le suma a este viaje una nueva narrativa en la imagen.
El limonero real (2016) es el punto de partida de El limonero real. El juego de palabras no es un reduccionismo sino todo lo contrario, porque el primer limonero obedece a la novela que el santafesino Juan José Saer escribiera allá por 1974 y su destino de llegada, el segundo, es la película de Gustavo Fontán. No la adaptación cinematográfica de la novela, es otra cosa: el Gustavo Fontán lector (vaya a saber cuántas veces habrá repasado o leído cada capítulo de la novela) tradujo sus impresiones e impactos desde su rol de director. Eligió compartirlo con aquel espectador dispuesto al desafío desde la herramienta que más posibilidades le genera en términos narrativos, el cine.
Se trata de la apuesta al lenguaje cinematográfico para sondear el lenguaje poético de Saer, desde la novela, pero también desde la esencia de esa historia mínima sobre un duelo, protagonizada por Wenceslao, el primer navegante en el río del luto, su esposa que no puede elaborar ese dolor y entonces mantiene, desde la propia ausencia –ni siquiera se conoce su nombre-, la ausencia de su hijo fallecido, mientras todos los familiares que viven cerca del río se disponen a celebrar el 31 de diciembre.
No importa la época, tampoco el contexto más que desde un punto de vista referencial, en el que la naturaleza cobra protagonismo como personaje en sí. Para la novela de Saer, esa geografía implica una riqueza de descripciones, atmósferas y cierta circularidad que encierra el propio relato, literal y alegóricamente hablando, para hacer énfasis en el no paso del tiempo desde una linealidad. Algo que en la película solamente se libra al poder de la fragmentación de la imagen.
Parte de la poética de Gustavo Fontán se nutre -en un breve recorrido por sus películas- de la riqueza del fragmento y de lo cotidiano, sin ánimo naturalista o realista per sé. Es la percepción sobre la compleja realidad lo que domina su obra, no el ojo atento que trata de atraparla en la imagen como el mero registro de lo que pasa a su alrededor y más allá de lo que alcanza a ver. Esa dualidad, y nuevamente la idea de orillas atravesadas por un río, hacen de su cine un instrumento ideal para la poesía y la poética integradas en el plano.
Uno de los elementos a los que Saer hace referencia permanente en El limonero real (1974) es la luz, describe con una belleza y una precisión los hazes de luz y las sombras. La luz durante la primera parte de la película es fundamental y su correspondencia con ese tiempo que parece no pasar también lo es.
Cabría preguntarse, entonces, ¿cuál es la primera huella que deja la ausencia?, tal vez sea una imagen antes que un sonido; antes que un olor o perfume. En el film de Fontán las imágenes no deben leerse de manera aislada, no deben encandilar a los ojos, pese al brillo, porque son las que narran entre otras cosas el silencio, son las que abarcan los cauces insondables. Se construyen con un punto de fuga, con un horizonte determinado y fluyen a la par de la polifonía de sonidos, tanto de la naturaleza como de las voces de aquellos fantasmas que siempre acompañan en el transcurrir de la vida.
El pasado recupera para ese limonero real de Gustavo Fontán un espacio más significativo que el de un flashback y deja abierta la puerta a la interpretación desde diferentes realidades yuxtapuestas. Atmósfera difusa que encuentra un puente narrativo importante en lo difuso del agua, en ese río turbio descubierto desde el bote con la cámara anclada a ese viaje. No es siempre mansa esa corriente que arrastra, no es mansa tampoco la confrontación con la naturaleza, sobre todo al caer la noche, con el agobio, el ahogo y luna de testigo como le pasa a Wenceslao (gran elección de casting en Germán De Silva) en algún instante del film.
Hablar de principios y finales sería demasiado antojadizo, de lo que se debe estar seguro es que no es una condición sine qua non haber leído la novela de Juan José Saer para dejarse llevar por esta nueva película y navegar junto al dolor y a las distintas maneras de asimilar que el tiempo, como los muertos, no regresa.
Título: El limonero real
Dirección: Gustavo Fontán
Intérpretes: Germán de Silva, Patricia Sánchez
Calificación: Apta para todo público
Género: Drama, Cine de autor, Basado en novela
Duración: 77 minutos
Origen: Argentina
Año de realización: 2016
Distribuidora: Independiente
Fecha de estreno: 01/09/2016
Puntaje 9 (nueve)