Por Pablo Arahuete
Hay varias coordenadas para trazar en la cartografía propuesta por Ariel Rotter en su nuevo opus La luz incidente, la más próxima a la mirada no se halla en la imagen precisamente, sino en lo que cada imagen no resuelve. Ese es un camino posible en el acumulado de las fotos -por ponerle un nombre- que completan un álbum familiar. ¿Qué es lo primero que nos pasa al ver un álbum familiar? El recuerdo de aquello que no está en las fotos. O sea, la huella del ausente. Y si de ausencias vamos a partir en la cartografía de La luz incidente, el mapa de los afectos y las emociones han perdido las fronteras y no son limítrofes esos continentes, más que en un anhelo para rearmarlo. Todo eso es lo que se le pide, implícitamente, a Luisa (Erica Rivas en un gran desempeño), en tránsito de un doble duelo por la pérdida simultánea de un hermano y su esposo en un accidente trágico. Tras ese episodio del que no pudo ni siquiera ser testigo, se desdobló como si se tratara de la imagen y el reflejo. Y esa zona de grises no son otras que la de la tristeza y la inercia que causa un incidente, es decir un acto repentino que no se previó y que no se esperaba de manera consciente.
El incidente, lejos de elaborarse, abre todos los interrogantes posibles al corazón para asimilarlo y entenderlo y así dar vuelta la página. El incidente a veces se explica con una historia que en realidad es una interpretación sobre un hecho, donde la verdad es lo que menos importa y la mentira coquetea con la sanidad porque en la negación todavía no ocurre. La búsqueda viene hacia adentro, el duelo es el de uno y no el de todos. Luisa transita por ese umbral en una película que desde lo estético configura un tiempo para la imagen, otro para el proceso interno del duelo y uno más imperceptible que se encuentra en la fusión de esos dos espacios. ¿Cuánto tiempo hay que darle al duelo?; ¿cómo se filma la transición cuando todo es oscuridad tras el incidente?
Ariel Rotter no busca responder ninguna de estas inquietudes porque su rol desde la dirección es el de acompañante del dolor de Luisa, la distancia entre la cámara y ella es vital y se podría aventurar -sin anticipar el desenlace- que hay un duelo no declarado, tal vez la nostalgia, entre la representación, la imagen y lo que finalmente queda de ese choque. Por eso el blanco y negro que inunda la imagen, reminiscencias del estilo nouvelle vague.
Hay espejos, vidrios traslúcidos en ese departamento aquietado donde las mellizas no alcanzan a cubrir la cuota del sentido de existir en un principio, y las presiones por rehacer una familia con un extraño como Ernesto (Marcelo Subiotto) son igual de invasivas que la luz para una persona que encuentra refugio en la oscuridad. Pero los espejos y los vidrios devuelven el reflejo y no el cuerpo. En la oscuridad, el cuerpo no se ve, el dolor tampoco. En una foto la imagen no devuelve lo que falta, por eso la cámara atrapa la quietud con movimientos imperceptibles. Cuando sale de ese letargo deposita toda la atención en Luisa, y su tiempo, mientras que todo el resto incluido Ernesto, la madre, la música jazz y el cine de los 60, sobran.
Título: La luz incidente
Dirección: Ariel Rotter
Intérpretes: Érica Rivas, Susana Pampín, Marcelo Subiotto, Elvira Onetto, Rosana Vezzoni, Roberto Suárez, Greta Cura, Lupe Cura
Calificación: No disponible
Género: Drama
Duración: 95 minutos
Origen: Argentina, Francia y Uruguay
Año de realización: 2015
Distribuidora: Distribution Company
Fecha de estreno: 01/09/2016
Puntaje 8 (ocho)