Por Pablo Arahuete
En don Luis y en Paco se consuman dos miradas sobre un mismo objeto, en realidad sobre muchos objetos que los rodean en esa casa donde las antigüedades de colección prácticamente ocupan todo el espacio pero también el tiempo que transcurre liviano día a día. Uno practica desde su propia mirada la fascinación por el objeto mirado, el otro no puede dejar de ver otra cosa que la potencial herramienta para ser vendida, y así ayudar a su amigo en su supervivencia cotidiana.
La fascinación implica un adorable puente (como reza el tema de Gustavo Cerati) para la sensibilidad y en ese sentido si la sensibilidad aparece, también lo hace la vida y el sentido de vivirla. Porque la vejez y la soledad no perdonan. Por eso, don Luis no puede desprenderse de su increíble cantidad de objetos entre muñecas de porcelana, muebles viejos pero caros y figuras de santos en tamaño natural. Paco, su amigo, lo cuida, lo acompaña y ya ni siquiera quiere ver fotos. Sin embargo, en la compañía descansa el secreto de su vitalidad y en esos ratos donde el pasado vuelve en forma de recuerdo Paco interviene, sentencia, opina.
Ambos también comparten la música y a veces películas en un televisor viejo. Don Luis ejecuta el piano como un verdadero artista, a pesar de sus 90 años no ha perdido el tacto para acariciar las teclas con precisión quirúrgica, pero también con esa esencia necesaria para transmitir emociones al tocar. Paco canta afinado y el director Alex Jablonskis capta los momentos sin intervenir y en eso reside su propia fascinación por los personajes que aparecen en su ópera prima.
El eje de este relato, el protagonista habla a cámara o la cámara lo deja para dejarse llevar por la fascinación de sus relatos, busca acompañar a don Luis y repasar, junto a sus historias familiares, su vida. A sabiendas que es el último acto y que a pesar de su saludable lucidez, el cuerpo acusa el paso del tiempo. Dilatar el final parece ser la idea oculta en don Luis y tal vez su recuerdo de Sherezade -narradora de Las mil y una noches– enfatice la idea. Lo que no se puede negar es su magnetismo y carisma en cámara, da gusto escucharlo, porque su relato no presenta delirios o fisuras. Son simplemente recuerdos que descansan en su mente, como los objetos en esa casa, repleta de fantasmas.
Por ese motivo, cada objeto tiene su historia, su valor afectivo y simbólico, elemento que resignifica la obsesión por guardar, coleccionar y no desprenderse, más allá del valor material de cada uno de ellos, o las visitas ocasionales de anticuarios que buscan sacar provecho y fingen entusiasmo cuando don Luis cuenta. Sin embargo, el protagonista es absolutamente consciente que debe tomar la decisión más difícil de su vida: buscar un heredero, sin familiares a la vista y solamente con la compañía de dos perros, un loro y un cuidador.
Con esa sencilla premisa, Fascinación (2016) se inscribe en el grupo de documentales argentinos que retratan la intimidad de la vejez desde un lugar no solemne, como por ejemplo ocurriera con Alfredo Li Gotti (2011) o Anconetani (2015), y lo hace con sencillez, sensibilidad y sobre todo respeto por los personajes para extraerles su cualidad innata de personas y crearles así el espacio cinematográfico para que protagonicen -por última vez- su propio viaje de la memoria.
Título: Fascinación
Dirección: Alex Jablonskis
Intérpretes: Luis María Meregoni, Guillermo Abala
Calificación: Apta para todo público
Género: Documental
Duración: 79 minutos
Origen: Argentina
Año de realización: 2016
Distribuidora: Independiente
Fecha de estreno: 15/09/2016
Puntaje 7 (siete)