Por Emiliano Fernández
A pesar de que sólo necesitamos dos palabras -casa embrujada- para construir un mínimo marco descriptivo en relación a El canal del demonio (2016), lo verdaderamente interesante de la propuesta pasa por la perspectiva elegida para explotar el tópico, sin duda uno de los más antiguos del cine y del arte en general.
Ivan Kavanagh, director y guionista de The Canal (2014), esquiva los artilugios remanidos de los últimos años del terror mainstream y opta en cambio por una lectura alternativa y sutil que hasta no hace mucho tiempo también estaba de moda, la correspondiente al J-Horror de décadas previas: en un mismo movimiento cinematográfico, el irlandés se saltea la “reinterpretación hollywoodense” de la vertiente y retoma algunos de sus cimientos fundamentales, en especial El Círculo (Ringu, 1998) y Dark Water (Honogurai Mizu no Soko Kara, 2002), los dos neoclásicos de Hideo Nakata.
La anécdota central es muy sencilla y gira alrededor de los padecimientos de David (Rupert Evans), un archivista fílmico que descubre que su esposa Alice (Hannah Hoekstra) lo está engañando con un tercero. A partir de la misteriosa desaparición de la susodicha, David experimentará una suerte de paranoia de rasgos alucinatorios que se agudizará con el transcurso de los días hasta llegar a un punto de “no retorno” cuando la policía encuentre el cadáver de Alice. Mientras intenta hacerse cargo de su pequeño hijo Billy (Calum Heath) con la ayuda de Sophie (Kelly Byrne), una niñera adolescente, el protagonista hará todo lo posible para desentrañar el origen de lo ocurrido, investigación que lo conducirá hacia unos viejos rollos de celuloide de principios del siglo pasado. Con un ritmo fracturado y sórdido, la historia va atrapando al espectador gracias a una espiral muy sigilosa de acontecimientos.
En cierta medida se puede afirmar que la obra retoma a conciencia determinados ítems de una pluralidad de fuentes, a saber: aquella defensa filial de The Babadook (2014), las citas intra cinematográficas de Sinister (2012) y una concepción comunal -y bastante trash- del infierno que parece una versión soft de la de Hellraiser (1987). En este sentido, se agradece el trabajo preciso en fotografía de Piers McGrail y lo hecho por Stephanie Clerkin en materia de un diseño de producción estupendo, dos rubros que ayudan mucho a sostener y enriquecer el desarrollo de una premisa como la presente, tan vista en el género con anterioridad, orientada a un balance narrativo entre el deterioro psicológico del protagonista y la aparición esporádica de sombras y figuras humanas fantasmales. Aquí Kavanagh evita el esquema repetido de la heroína y apunta a una masculinidad cada vez más desesperada.Otra estrategia interesante es la utilizada para con Billy, el vástago de David, quien en lugar de transformarse en el eje de la conexión con el “más allá” (cliché agotado de este tipo de films), hoy en cambio funciona como un niño adorable que no entiende del todo lo que está ocurriendo, planteo que le otorga una bienvenida capa de realismo a una epopeya que siempre mantiene los pies sobre la tierra, enfocándose tanto en la crisis familiar como en el acoso de las entidades del averno (el final es excelente en este punto). Ahora bien, así como la ejecución de Kavanagh eleva la propuesta por sobre el resto del terror actual, no alcanza para aportar algo en verdad novedoso porque esas recurrencias del tiempo que afligen a David -el reincidir en lo ya hecho en el pasado- son también las que sufre la propia película, no en términos de “maldición” sino en un excesivo respeto hacia los cánones del género…
Título: El canal del demonio
Título original: The canal
Dirección: Ivan Kavanagh
Intérpretes: Rupert Evans, Antonia Campbell-Hughes, Hannah Hoekstra, Steve Oram
Calificación: Apta para mayores de 13 años
Género: Terror
Duración: 92 minutos
Origen: Reino Unido, Irlanda
Año de realización: 2014
Distribuidora: Alfa Films
Fecha de estreno: 03/11/2016
Puntaje 6 (seis)