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jueves, 21 noviembre 2024
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En enero llega el estreno de “Mi Último Fracaso” al Malba

Todos los sábados de enero se podrá disfrutar en Malba Cine del estreno de Mi Último Fracaso, la opera prima de la directora Cecilia Kang, que formó parte de la competencia argentina en el 18° BAFICI, y fue proyectada en el 31° Festival Internacional de Cine de Mar del Plata. Las proyecciones se realizarán los sábados a las 20hs en el Malba (Av. Figueroa Alcorta 3415).

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El próximo sábado 7 de enero se estrena Mi Último Fracaso, la opera prima de la directora Cecilia Kang, que formó parte de la competencia argentina en el 18° BAFICI, y fue proyectada en el 31° Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, en la sección Panorama Nuevos Autores. El film se verá todos los sábados de enero a las 20hs en el Malba, ubicado en Av. Figueroa Alcorta 3415.

En enero llega el estreno de Mi Ultimo Fracaso al Malba 2

En Mi último fracaso, Cecilia Kang realiza un registro sutil, sensible y pudoroso de su entorno: como mujer argentina de origen coreano, viaja a Corea acompañando a su profesora de arte, pero además se sumerge en la historia de vida de su propia hermana, que superó una grave enfermedad y eligió la vida que quiere vivir, más allá de los mandatos. Este es un film sobre migraciones, relaciones familiares, destinos y rebeldías, en el que la sensibilidad femenina de Kang invita al espectador a espiar un costado del alma humana que apenas se deja entrever.

En un país a la vez extranjero y propio, el recorrido a través de las relaciones sentimentales de tres mujeres de la colectividad coreana en la Argentina nos lleva a comprender las distintas maneras en que nuestra identidad cultural afecta nuestras decisiones más íntimas.

CECILIA KANG – BIOFILMOGRAFÍA

Nació en Buenos Aires, en 1985. Estudió Realización en la E.N.E.R.C. Fue becada en el “Lab de Cine”, dictado por Martín Rejtman y Andrés Di Tella, en la UTDT. Participó en el Workshop “El trabajo en una sola toma”, dictado por Harun Farocki y Antje Ehman. Realizó varios cortos que participaron en diversos festivales internacionales, entre los cuales se destaca Videojuegos que participó en más de treinta festivales alrededor del mundo (Berlinale 2015, Competencia Oficial “Generation”; Festival Internacional de Cine de Biarritz 2015, Competencia Internacional; Festival de Cortometrajes de Oberhausen, 2015; entre otros) Durante el 2016, estrenó Mi último fracaso, su primer largometraje, en la Competencia Argentina del 18º BAFICI (2016). Profesionalmente, se desempeña en el área de dirección para cine y publicidad.

MOTIVACIÓN DE LA DIRECTORA

Nací en el seno de una familia coreana. Fui el fruto del reencuentro entre mis padres, luego de que estuvieran ocho años separados por el intento de mi padre de una búsqueda de mejoras económicas y de estima personal que su país le había quitado. Nací en el año 1985, en una Argentina en donde se comenzaba a vislumbrar una libertad institucional que Corea aún veía subyugada por un gobierno dictatorial. Como yo, muchos jóvenes nacieron y crecieron en el país, fruto de deseos inconclusos y del desarraigo como única salida ante el desasosiego social y económico. En este lugar, nuestros padres fueron construyendo una colectividad basada en el trabajo como valor principal, para lograr el progreso. La mayoría de las familias comenzaron negocios textiles, que crecieron y hoy día sus hijos manejan.

 

Tuve una infancia no muy particular, inmersa en el intento de mis padres por una inclusión social en un lugar que les era ajeno, pero que deseaban para sus hijas como futuro hogar. Fui una niña tímida, mis primeras amistades nacieron en el corazón de la colectividad: la iglesia, la catequesis de los domingos. Mis primeras amigas fueron coreanas. Luego, la primaria, donde me encontré con argentinos de mi edad que me incluían en las actividades sociales acordes a ese presente que vivíamos: los cumpleaños, las reuniones después del colegio, los asaltos… con el tiempo me vi discriminando las amistades por “coreanas” o “argentinas”. Mis amigas coreanas las veía los fines de semana, en la iglesia, a mis amigas argentinas en el colegio. En la secundaria, me cambié de colegio. Me vi envuelta en un ámbito social nuevo, conocí gente diferente y con creencias distintas. Viví a su vez, una experiencia que cambiaría radicalmente mi forma de pensar las cosas. Atravesar una experiencia atípica me dio licencia para pensar y hacer cosas que fuesen excepcionales, fuera de lo establecido por mis padres, por la colectividad. Comencé a tomar más distancia de mis relaciones coreanas, sintiéndome más identificada con lo otro; lo otro, era sentirme especial por ser diferente. No sé por qué, pero ese lugar me resultó más deseoso de ocupar, mientras veía cómo se desdibujaba mi papel de chica de colectividad coreana, a diferencia de mis amigas de toda la vida. Tuve una adolescencia, como la de cualquier persona, conflictiva, llena de contradicciones y pujas, de amores y odios. En este caso, la cuestión cultural (familiar) y mis diferencias fueron decisivas y marcaron muchas de las formas que ahora me hacen la persona que habita esta vida.

 

Con el tiempo, opté por una carrera profesional y una vida personal muy dispar a la cual mis padres veían en mí, o aún mis amigas coreanas, como un espejo que refleja aquello que no se espera o no se desea ver.

 

Hablo de mis amigas coreanas, porque para mí son el espejo que mejor refleja aquello que abandoné ser. Si bien mi documento expone claramente que soy un sujeto de nacionalidad argentina, aún hoy no puedo dejar de sentir un poco de pudor ante la ambigüedad que transito a la hora de discernir de dónde soy. Mis raíces, las raíces implantadas, son de un pueblo tan lejano, alejado por mares y continentes de distancia. Socialmente me considero argentina, mis amigos o mi pareja dicen que soy una porteña de pura cepa. Sin embargo, entro al hogar familiar, y soy una hija coreana. Esa dualidad vivirá siempre en mí. Por más que quiera cambiar ese destino, pensado a veces como rico y exótico, otras como un rumbo complejo y descarriado, es algo a lo que no podré huir, nunca. Y no pretendo con este proyecto tratar de revertir ese destino.

 

En consecuencia, este film habla de aquello que no puedo asir pero que me rodea. Habla de ese destino mío, como el de tantas otras personas, dual, imposible de categorizar. De mi cuestión identitaria. Quisiera mostrar el punto donde estoy parada, aquel que está en el medio, ambiguo: el ser occidental o el ser oriental, o la imposibilidad de ser ambas cosas. Cuestionar dicha imposibilidad, o ver si realmente la pertenencia a una colectividad implica un contrato de exclusividad, impidiendo la pertenencia al contexto que la rodea. Si en el amor uno es a través de los ojos del otro, ¿qué varía si aquellos son diferentes de los propios? ¿es posible mirarte con otros ojos, distintos a los míos? Esta pregunta es inacabable, se reformula cada vez que posamos la mirada en una persona diferente. El aliento de la película radica en responderla.

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