Por Francisco Nieto, corresponsal cine Nueva Tribuna, España
Pablo Larraín ha construido una película que puede interpretarse como el estudio artístico de un rostro, al igual que nos fijamos eternamente en los esplendorosos bustos de Nefertiti o de aquella delicada Dama de la permanente de la escultura clásica romana. Su cámara se acerca a la magnética mirada de Natalie Portman y se recrea en su rostro con todas las posibilidades que ofrece el primer plano, lo que supone un riesgo si tenemos en cuenta que el rostro al que da vida Natalie Portman es el de Jackie Kennedy, la eterna primera dama estadounidense.
Desde el comienzo, la estética del film es la de una colección de viñetas que esculpen todos los gestos de un cuerpo, en concreto de una cara, en la que observamos los rápidos cambios de humor, las ráfagas de crueldad, la nostalgia del poder perdido, la solemnidad regia, la cursilería, la prepotencia y, por supuesto, una tremenda tristeza ante la tragedia del asesinato de su esposo, el presidente John Fitzgerald Kennedy (JFK).
Podríamos entender la propuesta de Larraín como un intento de convertir a Jackie en un personaje de igual profundidad histórica que el de su marido; y esta idea es la que gravita en su insistencia por mostrarnos los primeros planos de su personaje, como si de una presencia omnívora se tratara, capaz de inundar toda la pantalla. Sin embargo, la sombra de JFK es siempre alargada, y su mito está tan profundamente asentado en la memoria estadounidense, por lo que Jackie (2016) no consigue escapar a su influjo.
Por todo el film gravita la pesada carga del legado inacabado de una esperanza, la fuerza de un proyecto que fracasó, de una vida que terminó de forma trágica y dejó huérfanos a todos los estadounidenses, el sueño de grandeza total y perfecta que fue la etapa clásica de la historia estadounidense.
JFK, y su asesinato en 1963, fueron el final épico de una época dorada y el inicio de una tenebrosa caída hacia el final de la gloria norteamericana que, aun hoy en día, está terminando de dar sus últimos coletazos con el payaso mediático y tenebroso Donald Trump.
Jackie, Natalie Portman, por supuesto, transmite un magnetismo magistral a través de una interpretación apabullante, pues por su rostro desfilan todas esas ilusiones perdidas, todo el amor sacrificado, toda una existencia vital postrada ante un sueño, o una realidad, la de ese Camelot que se vivió durante dos años en una Casa Blanca de epopeya.
Si algo destaca en la película de Larraín es la facilidad con la que nos transporta a un estado de ánimo dentro de las paredes de ese edificio sagrado para los estadounidenses. Las secuencias que recrean la película que la misma Jackie realizó en vida para mostrar la Casa Blanca a los norteamericanos, son un ejemplo maravilloso de esa facilidad de Larraín para invocar una década inolvidable, de eso no hay duda.
La película contiene un ritmo algo destartalado, aunque parece más un recurso buscado por el director que un descuido. Los insertos con la entrevista de Jackie ante el periodista, la malograda presencia del hermano de JFK, Bobby Kennedy, al que no se le saca toda la fuerza política que tuvo en vida; y, por último, la excesiva alusión al atentado de Dallas, no acaban de encajar del todo con la fuerza épica de Jackie y su solitario deambular por toda la película.
Un personaje en sombras, fuerte y delicado a la vez, al que Natalie Portman aporta una gran fuerza, pero que no acaba de invocar ante nosotros esa mágica Camelot que fue su paso por la historia de Estados Unidos. Con todo y con ello, una muy buena película a contracorriente del cine que Hollywood suele facturar.
Título: Jackie
Título original: Jackie
Dirección: Pablo Larraín
Intérpretes: Natalie Portman, John Hurt, Peter Sarsgaard, Greta Gerwig, Billy Crudup y Caspar Phillipson
Género: Drama, Basado en hechos reales, Biográfica
Clasificación: No disponible
Duración: 100 minutos
Origen: Estados Unidos, Francia y Chile
Año de realización: 2016
Distribuidora: Diamond Films
Fecha de estreno: 09/03/2017
Puntaje: 7 (siete)