Por Francisco Nieto, corresponsal Cine Nueva Tribuna, España.
A lo largo de la dilatada carrera del director de Elle, la poética fílmica de Paul Verhoeven se ha mantenido fiel a una serie de vectores-fuerza que irrumpen, explícita o implícitamente, en todas sus producciones. La violencia y el erotismo son marcas estilísticas de la mirada del director holandés, cuyo recorrido profesional y espacial de ida y vuelta (Europa-EEUU-Europa) no ha mermado ni un ápice sus postulados originarios.
Esta exposición justificada de la violencia como mecanismo de defensa ante la violencia del Poder o de Estado será un tema recurrente en los posteriores filmes del director de Delicias turcas (1973). Así, Robocop(1987) muestra una distopía que ya es real en nuestro presente: la simbiosis que se ha producido en los EEUU entre la industria armamentística y las fuerzas del orden, en este caso concreto la policía de Detroit, una ciudad postindustrial sumida en el caos por laincapacidad de las fuerzas del orden para atajar la violencia, incubada y alimentada por la propia industria armamentística en su propio y futuro beneficio. El darwinismo salvaje entre los ejecutivos de la corporación industrial discurre en paralelo frente a la horda asesina, violenta y popular (de baja estofa, perdularia).
La otra idea fuerza que recorre el cine del director de Showgirls (1995) es el erotismo, aunque bien podía ser este considerado como un complemento implícito de la violencia, como una válvula de escape para canalizar la bestia íntima larvada en el interior de nuestras sociedades. La apelación a lo erótico responde a una lógica liberadora y contestataria de raigambre sesentayochista de las que se nutrió la poética verhoeveniana. La violencia se materializa en la violencia sexual, generalmente ejercida por el hombre sobre la mujer, pero que Verhoeven dota de un significado ambiguo mediante la presencia de unas protagonistas femeninas de recio carácter, independientes y fuertes, refractarias a la dominación masculina, que consiguen sortear mediante su magnetismo sexual.
La violencia lato sensu es el eje axial sobre el que ha erigido su última película, en coherencia con la trayectoria desarrollada. Una violencia que se desparrama por todos y cada uno de los fotogramas del filme, en ocasiones con mayor explicitud; en otras, oblicuamente. Incluso el macguffin inicial, la violación sufrida por la protagonista, se nos muestra en off, mediante sonidos diegéticos que se escuchan a través de un fundido en negro con el que se inaugura la historia.
Para más inri, el final de la oscura secuencia se ofrece al espectador desde la mirada impasible del gato de la protagonista, testigo mudo —como nosotros— de los hechos acaecidos. Con cierta guasa, ella le recriminará su estatismo hierático (“al menos le podías haber arañado los ojos”), actitud felina que será simbólico proceder de su ama a lo largo del metraje. Con cierto desasosiego, hemos comprobado que los gemidos diegéticos no eran (aparentemente) de placer, sino debidos a la agresión sexual.
Posteriormente, los maullidos del gato servirán como catalizadores de un flash-back que nos mostrará la escena hurtada, sin (he aquí la cuestión) lograr que desaparezca la ambigüedad inicial: ¿goce o dolor? La respuesta es goce con dolor. Sí, una inconmensurable Isabelle Huppert (omnipresente en todos los planos, omnímoda en todas las secuencias, demiurga aciaga en un mundo como voluntad y representación), con la que el espectador lidia por intentar identificarse y que ella (Elle) sistemáticamente rechaza a zarpazos e incluso a patadas, carga sobre sí el peso de una narración tan incómoda como irreverente, tan libre como torva, tan iluminadora como oscura.
La polisemia de la violencia que pone en escena Verhoeven a través del personaje de Michèle Leblanc (Huppert) resulta atemperada por la fortaleza de la protagonista, por la retranca e ironía con que ella juzga la fauna y el paisanaje que la rodea. Verhoeven en ningún momento juzga a su personaje. Su personaje constantemente, en cambio, enjuicia todo aquello que la envuelve, y sus juicios de valor, sus palabras —hirientes y cortantes—, sus miradas —gélidas y aceradas—, sus gestos —firmes y pétreos— funcionan como un mecanismo desenmascarador que no deja títere con cabeza, que no permite al (pusilánime) espectador refugiarse en ningún rincón de la amplia pantalla (tal vez por eso se refugiaron en las pantallas de sus móviles y en sus comentarios extemporáneos para soportar lo insoportable. Qué mal educado se está volviendo el público de las salas cinematográficas).
Isabelle Huppert se desenvuelve como una especie de magnética femme fatale que atrae, sin proponérselo, a toda una recua de personajes masculinos, cuál de ellos más presuntuoso, imbécil, memo o tarado. No hay ni un solo varón que salga indemne del filtro de exigencia de la exigente Michèle.
Título: Elle
Dirección: Paul Verhoeven
Intérpretes: Isabelle Huppert, Laurent Lafitte, Anne Consigny, Charles Berling, Virginie Efira,Judith Magre, Christian Berkel, Jonas Bloquet, Alice Isaaz, Vimala Pons, Raphaël Lenglet, Arthur Mazet, Lucas Prisor, Hugo Conzelmann, Stéphane Bak
Calificación: Apta para mayores de 16 años
Género: Drama, Thriller
Duración: 130 minutos
Origen: Francia, Alemania y Bélgica
Año de realización: 2016
Distribuidora:UIP
Fecha de estreno: 16/03/2017
Puntaje: 8 (Ocho)