Por Pablo Arahuete
Primero fue el devaneo del plano contra plano pero como en toda buena película la riqueza pasa por el detalle, esa marca distintiva que abre el abanico al corazón, la razón, la emoción y la mirada desprejuiciada. Seguimos a fondo en este plano detalle de Maximiliano Curcio.
P.E.A.: – ¿Considerás que cada película debe contemplarse de acuerdo al contexto y tiempo en que se ha realizado o debería omitirse el contexto y solamente ponderar los valores cinematográficos?
Maximiliano Curcio: -Considero que es indivisible la película de su contexto; toda obra de arte es hija de su tiempo y capta, de alguna manera, aquello que está pasando a su alrededor y se pronuncia al respecto. Un film toma referencia y tamiza de subjetividad su alrededor. Es inevitable, por otra parte, como autor uno ejerce una escritura que corroe la realidad. Sino perdería sentido. En lo particular, en el cine se han dado una serie de fenómenos dignos de mención, a través de los cuales, un fino límite separa la postura ideológica que toma la película y cómo ésta se relaciona con su contexto, para hacer un instrumento de aquello que está latente a su alrededor y sobre lo que se pronuncia.
O, por el contrario, para convertirse en un vehículo ideológico cuestionable: la película es eco de una realidad y no significa, necesariamente, que su mensaje tenga que avalar aquello que demuestra. Como, por ejemplo, citando la polémica que se suscitara con el estreno de la película de Oliver Hirschbiegel, “La Caída” (2004), en donde Bruno Ganz interpreta a un Hitler al que muchos tildaron de humano. En realidad, lo que este film histórico de denuncia estaba mostrando -y qué otros movimientos teóricos de la vanguardia expresionista como Siegfred Krakauer o Lotte Eisner se habían encargado de demostrar mucho antes- era la perversión humana. Un ejercicio de intelectualizar sobre la figura de Hitler, como referencia de lo abominable del nazismo y qué circunstancias hicieron posible semejante barbarie. De ciertas coyunturas sociales y culturales. Lo que trataba el director es comprender a su personaje, acaso no consentirlo. Los alemanes hablan del ‘stimmung’, refiriéndose al alma de una época; a su estado de ánimo. No significa que la personificación de Ganz lo consienta, ni qué abrace su ideología, no obstante desde algún lugar se posiciona para intentar llegar a su humanidad y comprender -aún desde su mecánica perversa, monstruosa y deleznable- aquello que sucedió; y que el cine intenta reflejar a través del acto estético.
El caso contrario ocurre con cineastas que han utilizado una cuestionable ideología para avalar dichas conductas a través de su arte, como sucedió con Leni Reifhenstal, hábil arquitecta de la gramática visual y, a la postre, documentalista propagandista del nazimo o con David Wark Griffith, personaje que presenta un caso sumamente singular, porque, a lo condenable de su mensaje racista y xenófobo -en “El nacimiento de una nación”- se contrapone como una real paradoja para la historia del lenguaje cinematográfico: incontables polémicas suscitó con motivo de que, el film en cuestión, sentará las bases del cine maduro e instaurara las leyes de montaje y narrativa por lo que hoy conocemos el vigente modelo institucional.
En una óptica similar, otro caso paradigmático sucede con la figura pública de los directores sobre cuyas decisiones en la vida privada terminan contaminando el espíritu de la obra. Pensemos en los problemas legales a los que se vio sometido Roman Polanski y como ello repercute en la actualidad. De igual forma, las delaciones a colegas comunistas perpetradas por Elia Kazan durante los años ’50 empañaron su legado en Hollywood. En definitiva, la obra cinematográfica implica un mundo de subjetividades alrededor de sí. El escritor tiene la obligación, inconsciente pero imprescindible, de hablar acerca de aquello que sucede a su alrededor, debe ser congruente consigo mismo. Su escritura es acción que decodifica aquello que ‘está ocurriendo’. Lejos del conformismo y la previsibilidad, cualquier forma de arte (y la escritura como dispositivo) que se aventure a desentrañar los sentidos del lenguaje explora y se compromete con aquello latente en su cosmovisión, siempre sujeta a su mirada personal, irrenunciable de su subjetividad.
Respondiendo tu pregunta, contemplar de acuerdo a tiempo y contexto es imprescindible. La industria, por otra parte, suele lavar sus propias culpas y redimir minorías, a tono con la necesidad del relato contemporáneo. A costa de ceder calidad en el producto, Hollywood ha reflexionado sobre los males que afectan a su sociedad durante el último siglo, mediante films prescindibles. En la reciente premiación anual de la industria (Oscar y Golden Globes), films de dudable calidad fueron incluidos: la reivindicación de las minorías orientales (“Locamente Millonarios”) o la superación de las barreras raciales (“Green Book”), se muestran como ejemplares esquemáticos y previsibles de lo políticamente correcto, seguros de ser premiados y validados, funcional a un relato que dilapida calidad en pos de convertirse en un instrumento aleccionador. Paradigmas del mensaje opacado por el soporte y su concepción (como viene sucediendo con el 3D y su primacía) anteponiendo artificio a contenido. No obstante, y buscando equilibrar la balanza, Hollywood vive tiempos de mayor apertura ideológica comparado a otras épocas, proveyendo igualdad de oportunidades sin discriminar géneros actorales, algo que nos resulta bienvenido y necesario.
P.E.A.: – Imagino que estarás acomodándote en este momento de enorme cambio en el tema medios y comunicación a partir de los lenguajes de las redes y el presente incierto de internet ¿Cómo ves de acá a muy pocos años el contrapeso entre escribir sobre cine y opinar de películas?
Maximiliano Curcio: -Esa pregunta te la puedo contestar, tanto desde mi lugar como escritor independiente, como desde mi rol llevando adelante un medio, como director de la revista cultural Siete Artes. Nos encontramos en un momento de absoluta bisagra; como sociedad y como seres humanos. En donde nos encaminamos a fuertes cambios de paradigma: hoy en día contamos con una grandísima cantidad de información a las que tiene acceso el público, sin restricción alguna. A través de una infinita cantidad de medios y ofertas, el acceso a un caudal de información sin filtro alguno te brinda, por un lado, la posibilidad de apropiarte, de forma simple y directa, de una fuente de conocimiento que siempre puede resultar provechoso para aquella persona que sea curiosa en conocer, en aprender y enriquecerse. Solventando esta mirada, cuanto más amplia sea la oferta más amplia será la capacidad de elección sobre qué tipo de información quiero nutrirme. Por ende, nos encontramos con un discurso pluralista, y es algo para celebrar.
Lo cierto es que, como consumidores de arte, como lectores o cómo actores de la cultura, nos encaminamos hacia un relato cada vez más fragmentado: desde la cantidad de redes a través de las cuales se ramifica nuestro mensaje, pasando por la proliferación de pantallas y culminando en el vértigo incesante en el que vivimos. Circunstancias que han llevado a una licuación de la información, en donde todo se sintetiza, en donde todo se mediatiza, en donde todo se difunde, expande y masifica. La instantaneidad es el signo de nuestro tiempo. Aturdidos de estímulos visuales, nos encontramos con que las nuevas generaciones no sólo han perdido el hábito de leer, sino que gran cantidad de ha perdido la capacidad de sostener su atención sobre un texto en extensión y en profundidad. Lo vivo como comunicador y como docente. Entonces, nos dirigimos hacia contenidos cada vez más edulcorados y más suavizados, más fáciles de digerir. Con lo cual, puede sonar un tanto pesimista, pero se pierde profundidad y la mediocridad se vuelve costumbre. Ahí tenés un gran peligro.
Finalmente, se pierde capacidad de análisis y se debilita la ejercitación intelectual. En mi rol de crítico cinematográfico, a lo que al séptimo arte respecta -y probablemente extensiva, también, a cualquier expresión artística- la capacidad de renovar el interés de bucear en los entresijos del lenguaje es algo clave. Bajo el paradigma actual, nos vamos orientando hacia un discurso cada vez más banal y superfluo, más automatizado y -a la vez- escindido, entre quienes leen y producen textos, característica tendiente a una escasez de interacción in crescendo, suelo observar. La red es una herramienta maravillosa, pero hay que saberla utilizar para potenciar sentidos.
Acerca del contrapeso entre analizar el lenguaje y opinar sobre películas, la disquisición entre crítica y mera opinión es algo que circunda nuestro oficio. Mi análisis personal tiene que ver con lo que te contestaba anteriormente, con respecto a que no es lo mismo un cinéfilo que un espectador. De la misma manera no es lo mismo alguien que pueda estudiar concienzudamente e intentar explicar los sentidos del lenguaje a alguien que opine sobre películas sin tomar con seriedad el oficio. No cualquiera está capacitado para opinar sobre películas y hacer un análisis o el hecho de hacerlo no quiere decir que está formando juicio crítico. Asimismo, esto alcanza a colegas del medio -y no voy a ser políticamente correcto con lo que te diga de aquí en más-, la chatura imperante contamina un nivel de análisis promedio, y solemos ver insuficiente riqueza teórica que exhiben algunos escritos en medios hegemónicos que denotan la competencia de sus responsables y la superficialidad de la que te hablaba anteriormente, poniendo en circulación textos con poca seriedad, bajo un canon en demasía elemental.
Por supuesto que hay excelentes plumas dignas de leer, hay mucho talento allí que está esperando ser descubierto y buscando su lugar dentro de la crítica. El cine es un poderoso instrumento pedagógico para comprender la vida y aquello que sucede a nuestro alrededor. La labor del crítico entendida como un facilitador de sentidos debe tender puentes y no generar grietas. Es indispensable la participación de un espectador activo, en última instancia el eco personal que suscite en él determinada obra completará su sentido.
P.E.A.: – ¿Creés que internet como medio global aún puede considerarse plural y democratizador de saberes e información? ¿Cómo se integra eso a la cultura?
Maximiliano Curcio: -Sí, creo que sí puede considerarse plural y democratizador y lo relaciono directamente con la pregunta que acabo de contestarte. Me sucede como director de un medio que es autogestivo, que no se vale de publicidad y que está hecho a pulmón de la misma forma que sucede con el tuyo; que en ese medio trabaja gente que lo hace crecer día a día, que le otorga ideas y textos con total desinterés y con la profunda vocación y la intacta pasión por el oficio de escribir. Si yo, a través de mi medio, le puedo dar lugar a escritores muy talentosos e injustamente desconocidos, si tengo esa posibilidad, cuento con un vehículo maravilloso. Hay muchos escritores que no encuentran forma de acceder o darse a conocer a través de sitios hegemónicos o masivos de comunicación y pueden hacerlo a través de este tipo de publicaciones digitales, como tantas muchas otras hay; me parece sumamente loable.
Vivimos un momento histórico interesante de analizar y lo asumo como una mirada positiva acerca de los medios digitales de comunicación y la proliferación de ofertas online de revistas culturales. Como responsables de un medio debemos facilitar el discurso de gente muy talentosa que busca un canal de expresión a través del cual ejercer el oficio. Por eso, creo que la globalización nos lleva hacia un lugar de compartir los saberes y también, a la vez, cada vez más interdisciplinario. Lo cual también genera, en consecuencia, más competencia. Sabemos el rol que juegan las redes al respecto: los sitios que pueden autoabastecerse, los que no y a quienes les cuesta más o menos llegar al gran público (y qué ofrecer a cambio), porque no cuentan con un plan de gestión económico para solventar publicidades. Esto también incide de modo fundamental, en una ecuación que, a veces, complica el posicionamiento de los medios autogestivos.
En lo personal, desde mi lugar como comunicador y cómo editor de contenidos de la revista Siete Artes, estímulo a mis compañeros en esta aventura a escribir por placer y ejercer el oficio de la escritura que tanto les apasiona. En definitiva, es el deseo aquello que nos moviliza y las herramientas tecnológicas están allí para sacarle provecho. La globalización de los medios digitales nos brinda una poderosa apertura y -como sucede en otros ámbitos de la vida-, en última instancia los instrumentos están para ser usados positivamente; como vehículo de ideas superadoras aunque a veces la ambición y la codicia humana se empecinen en demostrar lo contrario.