Por Juan Alfonso Samaja
La película narra los asesinatos en el Condado de Osage en los años ’20, perpetrados contra la comunidad aborigen Osage, en el marco de una complicidad con diversos estamentos del gobierno norteamericano, con el objeto de apoderarse de sus tierras ricas en petróleo.
Crítica
El foco de la historia está puesto en la tragedia protagonizada por Mollie Burkhart Cobb y su familia, cuyas hermanas fueron siendo asesinadas por sus maridos blancos para quedarse con los derechos de una tierra riquísima en petróleo. Sin embargo, la estrategia enunciativa no toma la elección esperable para ese foco, que hubiese sido encarnar la función narradora en Mollie, y que ella fuese descubriendo –junto con el espectador- el tejido de horror que se iba articulando en su núcleo familiar. En lugar de esa elección, que se desprendía de ese cuasi principio que es el foco narrativo, la instancia de enunciador decide delegar esta función en la peripecia y anagnórisis de Ernst Burkhart (Leonardo Di Caprio), esposo de Mollie, y uno de los principales implicados en los crímenes en Osage.
Esta contradicción entre el foco narrativo y el punto de vista que lo expone, hacen del relato en su conjunto una experiencia inquietante, en ciertos momentos incómoda, ambigua y contradictoria.
Al estar, la narración, encarnada en Ernst Burkhart, Scorsese condiciona al espectador a una identificación -problemática, pero identificación al fin- con un personaje moralmente ambiguo. Esto le permite al realizador obtener dos ventajas respecto de la trama: 1) obliga al espectador a hacer un esfuerzo extra por bucear en la psicología de un personaje al que no sólo debe entender narrativamente, sino con el que debe empatizar emocionalmente, en el contexto de un verosímil ético que el relato va desplegando. 2) Permite a Scorsese desviar y hasta establecer ciertas estructuras de retardo en relación a ciertos datos sensibles sobre los eventos, los detalles y los involucrados, que es necesario dejar en la incertidumbre para sostener el ritmo dramático del relato.
Hay un detalle clave en este narrador, y es que se manifiesta como escindido en dos: por un lado, se manifiesta como un narrador equisciente, que va descubriendo al mismo tiempo que nosotros los detalles de la trama; sin embargo, hacia el final del relato descubrimos que era un falso equisciente, pues, en verdad, sabe más que el espectador sobre los eventos representados; al ocultarnos información vital hemos sido engañados, asumiendo que su conocimiento y el nuestro eran el mismo, del mismo modo que asume Mollie que su saber sobre Ernest y lo que Ernest realmente sabe son la misma cosa.
Estas cuestiones vinculadas con las modalidades narrativas, y la ambigüedad moral de los personajes me lleva a establecer otra relación interesante: la cuestión del género narrativo en el que parecen enmarcarse los eventos. Como se desarrolla en Oklahoma, y en un período fundacional de los Estados Unidos, es decir, como es parte del mito del nacimiento de una nación, resulta tentador ubicar la historia en un contexto de Western, y así lo han planteado algunos colegas, según he tenido oportunidad de leer en otros medios (Paula Vázquez Prieto, para La Nación, por ejemplo).
En un primer visionado del film, no parecen haber grandes inconvenientes para reconocer, en determinados indicadores (estéticos y narrativos), lo adecuado de dicha inferencia genérica. En principio, hay conflictos entre colonos y nativos norteamericanos (blancos caras pálidas e “indios, pieles rojas”); tiene, además, un cierto carácter de épica fundacional, pues narra el origen de la comunidad; y hay un cierto maniqueísmo metafísico, que se materializa en una tendencia a dividir en buenos/originarios/nativos vs. malos/recién llegados/extranjeros de la tierra aborigen.
Sin embargo, temporalmente el acontecimiento que se narra está ambientado unos pocos años antes de la depresión, no podríamos ubicarlo de un modo categórico al interior del mito originario del western, asociado al siglo XIX. Por otra parte, si nos ponemos a analizar el film meticulosamente, tampoco hallaremos los tópicos tradicionales del género: no veremos las acciones típicas (duelos, persecuciones); tampoco los objetos que constituyen de algún modo la fisonomía del western (escasa o nula presencia de trenes y caballos); no aparecen los paisajes ni las locaciones donde se desarrollan habitualmente los conflictos en el western: ni la taberna, ni la calle principal, ni los paisajes telúricos, como ríos, montañas, lagunas, etc. En su lugar, prolifera toda una anatomía de lo urbano: en lugar de una taberna, la barbería; en lugar de caballos y trenes, el automóvil; en lugar de las escenas en exterior, escenas en interiores; en lugar del duelo cara a cara y de frente, cuchilladas traperas -y nada épicas- por la espalda; en lugar de ser la acción la que motoriza la historia, son las palabras las que llevan adelante el argumento.
Yo creo que el film tiene un carácter fundacional mucho más profundo que el que parece tener: no en lo que tematiza en la superficie, sino lo que se encuentra cuando se raspa un poco la primera capa de materia narrativa. No se trata de la fundación de una comunidad, ni es una historia de conflictos entre colonos e indios por un territorio, aunque así lo parezca (esa historia ya está resuelta, pues los aborígenes de Oklahoma ya son dueños legítimos de sus tierras, por las que han pagado dinero). Tampoco se narra -como sí lo hace el western- el choque entre un universo de valores tradicionales y otro universo emergente, metáfora de los sucesivos desplazamientos y transformaciones que padecía entonces el territorio del oeste, los pobladores y sus costumbres. Nada de esto hay en el fillm. Los Osage están absolutamente asimilados a la urbanidad; el dinero del petróleo los ha modernizado, por lo tanto los conflictos se dan entre personas que quieren lo mismo. De hecho, la película tematiza otro hecho fundacional muy interesante, y más importante para lo que a mí me interesa: la consagración del FBI como órgano de control y poder de policía. Pero tampoco es éste el tema central.
Pero si no se narra nada de todo esto, ¿qué pretende la película comunicar al espectador? ¿Cuál es el asunto real que Scorsese tiene entre manos? Según mi interpretación, Scorsese está narrando la fundación de ese mundo corrupto donde se despliega el universo narrativo del cine de gángster. De hecho, si se revisa la película, podrá advertirse -sin demasiada dificultad- que todos los asesinatos representados tienen la marca de lo mafioso, el tejido de poder subterráneo y parapolicial, típico del escenario urbano (y nada campesino) de la ciudad moderna. Incluso la relación entre Ernest y William Hale (Robert De Niro) desarrolla la misma dinámica que el cine negro establece entre el “gángster” medio pelo y el capo mafia: el matón, que ingresa a la banda mafiosa, que va ascendiendo en jerarquía, que enfrenta a su jefe, esa especie de padre simbólico, al que deberá matar/destruir, etc. para poder sobrevivir en esa jungla que es la vida social. Ese camino del anti-héroe es paralelo a su decaída moral: cuanto más consigue de la riqueza material, o del poder que anhela, más pierde en lo moral; va descendiendo hacia una corrupción interna, que sin embargo jamás consigue aniquilar esa parte valiosa de su persona, por medio de la cual el espectador puede aun conectar con el protagonista. Finalmente, el enfrentamiento final con el jefe y/o la policía siempre resulta trágico; El anti-héroe del cine negro no conoce la redención: es como la mariposa: apenas alza las alas, se quema con la luz del sol.
El relato va mostrando cada uno de los núcleos de esa red de corrupción que comienza a organizarse para estafar silenciosamente a la comunidad aborigen: desde la indiferencia racista de las autoridades gubernamentales nacionales, que hicieron oídos sordos a los reclamos hasta que no estalló en escándalo el acontecimiento que les explota en la cara; a los estamentos burocráticos, que limitaban la soberanía individual de los aborígenes, controlándoles los movimientos de dinero, como si fueran niños; las corruptas autoridades locales, al mando de William Hale, principal ideólogo de los crímenes de la familia de Mollie; y los comerciantes blancos que estafaban a los aborígenes con un precio vil, por considerar ilegítima esa riqueza con que habían sido beneficiados, casi por accidente.
En este sentido, uno de los aspectos interesantes y muy logrados del film es la naturalización del crimen como actitud, que no se expresa en la actitud banal e infantil de una jactancia por parte del villano, en una exhibición impúdica de su malicia. La maldad se materializa, en cambio, en la necesidad de justificarse, de enunciarse como el bien, y en el convencimiento de esa justificación; por lo tanto, en la imposibilidad fundamental del sujeto moral de percibir el espanto que un Dorian Gray era, al menos, capaz de reconocer. Algunos momentos del film son tan obscenos e incorrectos moral y políticamente, que generan risas en los espectadores: como la escena de Kelsie Morrison, quien habiendo asesinado a una de las mujeres Osage y dejando huérfanos a sus hijos pequeños (ya que también ha muerto su padre), pregunta a un abogado si, en caso de adoptar a los niños y estos morir en poco tiempo, él podría heredar la tierra de los hijos que adoptara. El abogado, no dando crédito a la pregunta, responde “pero eso es como confesar que Ud. los piensa matar”, a lo que Kelsie responde sin inmutarse: “no, si no puedo heredar, no”.
En síntesis: ¿qué tematiza el film? El mito fundacional de la impunidad.
Título: Los asesinos de la luna.
Título original: Killers of the Flower Moon.
Dirección: Martin Scorsese.
Intérpretes: Leonardo DiCaprio, Robert De Niro, Lily Gladstone, Jesse Plemons, John Lithgow y Brendan Fraser.
Género: Drama histórico, Crimen.
Calificación: Apta mayores de 16 años.
Duración: 206 minutos.
Origen: EE.UU.
Año de realización: 2023.
Distribuidora: UIP.
Fecha de estreno: 19/10/2023.
Puntaje: 10 (diez)