Por Juan Blanco
¿Qué es el miedo? ¿Una sugestión alimentada por nuestras propias fantasías en directa relación con algún recuerdo infantil? ¿Un mecanismo de defensa ante algo que sospechamos dañino para nuestra salud? ¿El resultado de algo extraño que ante su inclasificación nos sume en un estado de desconfianza extrema? ¿Nuestra imaginación proyectada en la oscuridad? Quizás sea un poco de todo eso, o quizás la pregunta sea tan imposible de responder como lo es controlar al miedo mismo. El cine (algo también inclasificable), como una de las últimas fuentes de mitos, intentó cristalizar a dicha sensación en un género ficticio llamado Terror (algo incluso más allá del miedo); nunca lo logró del todo. Y si hoy se piensa en términos de terror cinematográfico, lo más probable es que se termine identificando un conjunto de sustos o espasmos involuntarios en el público, producto de algún prodigioso recurso estético, en lugar de encontrar la verdadera posada del miedo.
En Hollywood, y casi no haría falta mencionarlo, los mejores chuchos se registran en los 70, década satánica si las hay. Tal vez porque los temas que se procuraron para enervar a la audiencia vivirían en la ambigüedad por siempre, como la religión (El Exorcista, La Profecía), o bien la insistencia en la misma presencia del mal como algo incomprensible y atemporal (Halloween), y en eso radicó el secreto de tales éxitos. Lo cierto es que con los años, el terror comenzó a servirse cada vez más de explicaciones racionales capaces de polarizar al miedo en meros sustos y recursos triviales; sobre todo en los EE.UU.
Los mitos y las fábulas cambiaron por adolescentes con las hormonas alborotadas, que alegan demencia ante sus actos, y que sangran y mueren como cualquier cristiano. Tal vez algo atemorizante, pero nada realmente aterrador. Si tengo que mencionar dos o tres títulos contemporáneos con la apuesta fuerte a los orígenes del miedo y a lo inexplicable, diría que Candyman es un buen ejemplo, El proyecto Blair Witch tal vez también haya hecho lo suyo, y definitivamente Jeepers Creepers es una de las más jugadas, con una amenaza tan mitológica como la gárgola. Pero ojo, lo que en el Oeste hoy resultan apenas un par de casos aislados, en el Este, más precisamente en Japón, se traduce en toda una noción del terror compuesta de mitos más viejos e infinitos que el universo, heredero de la tradición del teatro Kabuki, y que cada vez se acerca más a la raíz del miedo; algo que llegó a su máxima expresión con la saga literaria de los 80 Ringu, Rizo y Espiral, del escritor Kôji Suzuki.
Como uno de los últimos referentes de las leyendas urbanas de horror en oriente, Ringu, la historia de un video que mata a sus televidentes exactamente una semana después de la experiencia, resultó, gracias a la adaptación cinematográfica de Hideo Nakata de fines de los 90, todo un ejemplo de miedo plasmado en celuloide, y con un alto grado de transmisión de frecuencia. Entre surrealista, ambiguo y desesperante, el video de Ringu resultaba tan inclasificable como pavoroso, al igual que la muerte que les confería a sus espectadores a través de la TV. Después de Ringu, de los dos libros restantes apenas se intentó adaptar el segundo (en principio por otro director y más tarde por el propio Nakata), pero ya sin alcanzar a la original. Los que siguieron por Japón fueron una serie de films pequeños, desde una precuela hasta plagios varios, todos proyectos deudores de la maldición del anillo que jamás superaron la amenaza del señor televisor.
Ahora, en carácter de remake de Ringu, los americanos ofrecen La Llamada, una versión High Tech de aquella historia de fantasmas. Lo que en Ringu era un video surgido de las entrañas del mal y con presencia difusa, en La Llamada pareciera un crío de David Lynch (y lo paradójico es que la brillante actriz protagónica, Naomi Watts, es la misma de El Camino de los Sueños), o un pariente lejano de Un Perro Andaluz de Buñuel; aunque no por distinto menos estremecedor. Quizás más explicativa, estéticamente explícita y menos arriesgada que Ringu, La Llamada le debe tanto al folklore eterno del miedo como a las fórmulas narrativas de Hollywood. Sólo que más allá de sus formalidades estructurales, concebidas para la cómoda aceptación del público, el realizador Gore Verbinski acierta en dejar abierta la posibilidad de que el horror trascienda cualquier parámetro racional y, en este caso, tecnológico; “El Mal” como una especie de monstruo con vida propia. Hoy La Llamada no tendrá la riqueza experimental de aquella joya oriental, pero aún se funda en una gran idea, y lo suficientemente bien ejecutada como para aterrar, y mucho.
Título: La llamada.
Título Original: The Ring.
Dirección: Gore Verbinski.
Intérpretes: Naomi Watts, Martin Henderson, Brian Cox, David Dorfman, Daveigh Chase, Sara Rue, Lindsay Frost, Amber Tamblyn, Rachael Bella, Shannon Cochran.
Género: Terror, Misterio.
Clasificación: Apta mayores de 13 años.
Duración: 115 minutos.
Origen: EE.UU.
Año de realización: 2002.
Distribuidora: UIP.
Fecha de Estreno: 30/01/2003.
Puntaje: 7 (siete)