Por Juan Blanco
Exterminio es una película ya vista en muchos aspectos, pero al tiempo distinta, porque esquiva las respuestas más obvias y explícitas a un conflicto cien veces planteado. Toda una rareza dentro de una cinematografía polarizada y muchas veces inconsciente de sus generosas limitaciones.
En 1953 un hombre llamado Richard Matheson publicaba su novela “Soy Leyenda”, un tratado sobre el vampirismo extrañamente enfocado desde un perfil humano y científico por sobre el folklore que, desde siempre, supuso el mito. Para el desinformado, Soy Leyenda narraba la odisea de un hombre solo en un mundo poblado de chupasangres.
El pobre Neville, ermitaño y atrincherado en su casa, se dedicaba a sobrevivir albergando la esperanza de que en algún otro espectro del planeta se encontrara más gente como él, descontaminada. De esa novela se desprendió un nuevo utilitario sobre el tema -y sobre el terror en general- que afectó a las generaciones artísticas posteriores, sin tutía. Cuando más tarde en el cine George A. Romero dio vida a su Noche de los muertos vivientes (1968), se inspiró en el pobre diablo de Matheson para dar cuerpo a una historia de zombies ?cual vampiro subdesarrollado- en pleno acecho de un grupo de sobrevivientes encerrados en un recinto domiciliario remoto.
En La Noche…, al igual que en Soy Leyenda, ese nuevo utilitario dramático hacía referencia a la raza humana -casi- obsoleta, producto de la negligencia del propio hombre siempre en pos de la superación de cualquier ciencia. Ya fueran vampiros o muertos vivientes, se concebía la posibilidad de que la destrucción del hombre fuera a causa del mismo, de su accionar ambicioso, promoviendo a una crítica de tipo social rara vez antes explorada dentro del tema. ¿Los humanos responsables del vampirismo? Si, tal cual y de tantos otros males más.
Lo importante a destacar de aquellos dos casos -en apariencia- aislados, es que en su porte dramático y desprovisto del sensacionalismo del género, se llegaba a vislumbrar una faceta más inteligente y realista al respecto; y eso generó aún más miedo, en tanto que de la simple e hipotética posibilidad de los hechos, las emociones del espectador y/o del lector podrían cobrar una fuerza jamás garantizada con el artificio clásico.
Claro está que la fórmula de ahí en más se exprimió hasta el cansancio, restándole carnadura y construyendo a su alrededor una serie de cánones bastardos dispuestos a aniquilarla casi por completo. Tal es así que al día de la fecha resultaba improbable volver a posibilitar el miedo en la audiencia con una de esas historias. Hasta que llegó Danny Boyle, uno de los realizadores más anómalos que supo ofrecer el cine en mucho tiempo, y pronosticó para la raza humana un apocalipsis científico en tan sólo 28 días. El resultado: Exterminio.
Boyle recapitula sobre aquel realismo perdido en un film de terror más cercano al drama que al horror, a pesar de cierto derroche de gore y violencia al por mayor. El miedo en Exterminio surge de la misma posibilidad de que su anécdota cobre vida propia a costillas del artificio que prima en el género contemporáneo.
No se trata de vampiros sedientos de sangre ni de muertos vivos con hambre de cerebros, sino de seres infectados por una rabia extraña. Lo concreto es que en Exterminio las personas sobreviven en pequeños grupos aislados y en porcentajes ínfimos, puesto que la infección se propagó por el mundo a una velocidad aniquiladora (y culpa del mismo hombre creador y destructor). Este -único- punto de vista construye un fuerte desde el cual la infección se ve como una maléfica horda uniforme que acecha y ataca.
Tarde, muy tarde, el hombre se dará cuenta de que él mismo es parte del mal del que ahora corre asustado, de que la rabia no es lo peor que podría pasarle y de que no hay escapatoria posible (para entender bien esto hay que llegar a la secuencia de los militares).
Exterminio asusta y conmueve más allá de sus elementos estándares por el tratamiento sociológico que Boyle les confiere a todos y a cada uno de ellos. En su tono hay una desesperanza con un origen muy concreto, pero acertadamente sin rumbo.
Los personajes en realidad son personas aterradas que se contradicen y traicionan por sus propios miedos porque no saben qué hacer ante una situación que los supera; sólo saben que tienen que seguir marchando, casi por inercia e instinto, ya que no hay un camino marcado ni un sólo final posible, sino muchas opciones de ambos (ojo, eso no justifica el cobarde propósito publicitario de los dos desenlaces alternos). Y de alguna manera Boyle supo transmitir esa desesperanza al espectador, ese miedo ambiguo que se da más allá de los horrores físicos o estéticos, sino que encuentran su cause en formatos psíquicos y por ende más perdurables.
Exterminio es una película ya vista en muchos aspectos, pero al tiempo distinta, porque esquiva las respuestas más obvias y explícitas a un conflicto cien veces planteado. Boyle acierta en dejar al espectador proyectarse sus propios terrores y formularse sus propias preguntas y respuestas a una posibilidad remota, pero tangible; a una historia de terror archiconocida pero nunca trabajada con tal causticidad y compromiso dramático. Toda una rareza dentro de una cinematografía polarizada y muchas veces inconsciente de sus generosas limitaciones.
Título: Exterminio
Título original: 28 days later…
Dirección: Danny Boyle
Intérpretes: Cillian Murphy, Naomie Harris, Brendan Gleeson, Megan Burns, Christopher Eccleston
Género: Terror, Sci-fi, Thriller
Calificación: Apta para mayores de 16 años
Duración: 113 minutos
Origen: Estados Unidos
Distribuidora: Fox
Año de realización: 2002
Fecha de estreno: 16/10/2003
Puntaje 7 (siete)