Por Omar Tubio
Pedro Almodóvar, además de dirigir y producir sus propias películas, a veces se da el gusto de apoyar con su nombre y sus divisas a otros directores de la península Ibérica. Lo ha hecho con Alex de la Iglesia y con Guillermo del Toro en su momento y ahora le ha tocado el turno a Isabel Coixet, una talentosa catalana cuyo trabajo (hasta ahora) permanecía inédito. Films como Cosas que nunca te dije o A los que aman, ni siquiera se consiguen en video, por lo que Mi vida sin mi se convierte en su carta de presentación en la Argentina.
Ann es una joven de 23 años con una vida nada fácil. Con dos hijas pequeñas y un marido sub-ocupado, su único ingreso proviene de la limpieza que realiza por las noches en la Universidad. El matrimonio convive en un trailer que se halla en el patio trasero de la casa de su madre -con la cual no mantiene una buena relación- y su padre, al que hace años que no ve, está preso.
Ante un repentino malestar y creyendo estar nuevamente embarazada, Ann consulta a un médico quien le da una terrible noticia: lo que ella tiene es un tumor en los ovarios, ya ramificado, y por ende muy poco tiempo de vida. Ante este hecho tan rotundo y terminal, la joven decidirá que rumbo tomar. Primeramente no comunicar su enfermedad a nadie (la excusa es una anemia pasajera) y en segundo lugar confeccionar una lista de las cosas que desea hacer antes de morir; algunas tan triviales como colocarse uñas postizas o cambiar su imagen, pero otras tan complejas como lograr enamorar a alguien o hacer el amor con otro hombre para saber que se siente. En este punto es donde la película define su estilo y abre un interrogante. ¿Es censurable su determinación? ¿Es un acto egoísta o un acto de amor?
El film no se ocupa de dilucidar estas dudas ni de juzgar el comportamiento de sus personajes. Quizás por eso el derrotero de Ann nos resulte tan visceral y tan creíble y justifique plenamente cada uno de sus actos. Cuando su marido (a quien ama sin rodeos) la abraza de la manera más tierna y le agradece el que ella jamás se haya quejado de ninguna privación, comprendemos sin más su profunda necesidad de saciar esos deseos casi pueriles. Ocuparse de encontrar una mujer que tome su lugar con su hombre y con sus hijas y tener, paralelamente un amante, habla del vértigo en el que se encuentra y de la avidez por cubrir todos los flancos. Por último, reencontrarse con su padre y limar asperezas con su madre, la reconciliarán con su propia historia.
La trama argumental poseía todos los ingredientes melodramáticos como para temer lo peor y sin embargo la joven directora se las ingenia, con inteligencia y buen gusto, para sortear uno a uno todos los clichés y lugares comunes que la historia servía en bandeja. Y aunque le sobren ciertas licencias que el guión se toma, como por ejemplo esos redundantes monólogos de Ann ante el micrófono de su grabadora para despedirse de cada uno, se agradece por otra parte el evitar caer en el golpe bajo y lograr conmover o emocionar con armas genuinas.
Sarah Polley (El dulce provenir) brinda un trabajo actoral de esos que no se olvidan. La actriz lleva la carga total del film sobre sus espaldas y no le pesa. Sin estridencias, sin forzar la más mínima expresión, su Ann es la demostración fehaciente de que a veces menos es más. Todo el resto del elenco (Ruffalo, Speedman y Watling) acompañan en la misma tesitura logrando una cohesión dramática sin fisuras. No es extraña el ala protectora de Almodóvar en esta película. Ni él la hubiera hecho mejor.
Título: Mi vida sin mí.
Título Original: My Life Without Me.
Dirección: Isabel Coixet.
Intérpretes: Sarah Polley, Scott Speedman, Mark Ruffalo, Amanda Plummer, Leonor Watling, Deborah Harry, María de Medeiros, Alfred Molina.
Género: Drama, Romance.
Clasificación: Apta mayores de 13 años.
Duración: 106 minutos.
Origen: España/ Canadá.
Año de realización: 2003.
Distribuidora: Alfa Films.
Fecha de Estreno: 01/04/2004.
Puntaje: 8 (ocho)