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miércoles, 12 febrero 2025
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Paul Newman: La trilogía que define su personalidad

Por Celín Cebrián, corresponsal de Nueva Tribuna España

El 26 de enero pasado se celebró el centenario del nacimiento de Paul Newman, día grande para todos los cinéfilos amantes del Hollywood Dorado.

De Newman siempre recordaremos su primer plano, indistintamente de su edad, ya que su presencia era imponente y dominaba la pantalla por la fuerza de su personalidad. Ha sido uno de los grandes actores de la historia del cine, si no el mejor. Consiguió tres Oscar: uno por su papel en la película El color del dinero (1986) junto a Tom Cruise, otro honorífico y un tercero por su labor humanitaria.

Nacido en enero de 1925, era hijo de un escritor frustrado que regentaba un comercio de artículos deportivos, un hombre culto y alcohólico, y de una madre obsesiva y maniática que veía a su hijo como uno más de los objetos decorativos de su casa, que tuvo que lidiar con la complicada y distante relación entre sus progenitores, sobre todo con la relación con su nociva madre. De ahí que Newman a veces nos haya descubierto a un hombre confuso, inseguro, traumatizado, adúltero y alcohólico, que vivió parte de su vida distanciado de sus emociones. También la huella que le dejó su hijo mayor Scott con sus problemas con las drogas y con su muerte. Incluso la reivindicación de su parte judía, herencia de su padre. Pero también fue franco y honesto, un filántropo con gran sentido del humor, que se interesó por los derechos raciales y se involucró en las injusticias y las luchas políticas de su época. A lo que añadir la fuerza que le dio su segunda esposa, Joan Woodward, y compañera hasta el final de sus días, una relación fundamental en su vida, aunque no fue un camino de rosas. Y el apoyo y la colaboración de su hermano mayor, así como de sus amigos: John Huston, Elia Kazan, George Roy Hill, John Foreman y Martin Ritt.

Con una filmografía tan extensa como la del actor que nos ocupa, es difícil elegir unos cuantos títulos a la hora de hacer una reseña de cada uno de ellos. Echando un vistazo por encima, nos aparecen títulos como Butch Cassidy (1969), El gato sobre el tejado de zinc caliente (1958), El juez del patíbulo (1972), La ciudad frente a mí (1959), Camino a la Perdición (2002)… O por qué no hablar de Será justicia (1982) de su amigo Sidney Lumet, una de las películas menos conocidas de Paul Newman, pero, sin lugar a duda, uno de sus mejores trabajos, uno de esos largos y apasionantes dramas judiciales en los que David Mamet adaptó la novela de Barry Reed y en la que nos presenta a un abogado alcohólico, Frank Galvin, interpretado magníficamente por un Newman en estado de gracia. Lo que está claro es que en cada una de ellas podemos apreciar el trabajo bien hecho, como le gustaba a Paul, pero la hora de elegir, al ser una filmografía repleta de grandes títulos, aparecen las dudas: ¿Qué tres películas escoger como las favoritas? ¿Cuáles dejar fuera del análisis? Difícil elección. Mis opciones, decididamente pasan por El Audaz (The Hustler, 1961), La leyenda del indomable (Cool Hand Luke, 1967) y El Golpe (The Sting, 1973).

Paul Newman despuntando el vicio en El Audaz (The Hustler, 1961).

En El Audaz todo queda explicado de manera concisa, magistral e irrepetible. Quizás nunca Paul Newman ha estado mejor como en esta película, en la que también está acompañado de personajes memorables. Eddie Felson, al que llaman el “Relámpago”, es un tahúr del billar y su objetivo no es otro que desafiar al “Gordo de Minnesota”, considerado el mejor jugador de la época, que en los últimos diez años no había perdido ninguna partida. El fondo de esta narración no es otro que el billar, una excusa fascinante para crear ese ambiente irrepetible de aquellos tiempos. Ya en los primeros compases vemos quién es Jackie Gleason, el “Gordo de Minnesota”, su vestimenta, sus gestos, en perfecto contraste con el joven buscavidas, interpretado por Paul Newman. Un mundo caracterizado por el juego, el alcohol y el dinero.

Tras caer derrotado por el “Gordo” y tener solo 200 dólares, Eddie Felson decide abandonar a Charlie, su socio, con el único objetivo de conseguir el suficiente dinero para volver a desafiar al jugador de Minnesota. Y en esa búsqueda, conocerá a Sarah Packard (interpretada por una portentosa e inolvidable Piper Laurie) en la cafetería de la estación de autobuses, en una secuencia resuelta de manera eficaz con cinco planos. Ella, en un principio, desconfiará del buscavidas y le rechazará, para después regresar a la cafetería a buscarlo y comprobar la atracción que hay entre los dos, además de darnos cuenta de que ambos se necesitan, sobre todo cuando salen de la estación abrazados, iniciando así una tortuosa relación. Pero aquí lo curioso es que cada plano es consecuencia del anterior. El director, Robert Rossen, tiene esa habilidad de narrar. Tengamos en cuenta que era un excelente guionista.

Avanza la trama y vemos que Eddie acepta la propuesta de Bert Gordon (George C. Scott) de irse con él para enfrentarse a un tal Findley. En compañía también de Sarah, los tres parten en un viaje que servirá para que “Relámpago” madure como jugador y como persona, pero a un precio muy alto. Sarah desconfía de Gordon y Eddie está obsesionado con Findley, al que termina aplastando, momento en el que Gordon se deshace de la muchacha y llama a la policía afirmando que ésta ha decidido quitarse la vida en el cuarto de baño. Eddie se abalanza sobre Bert Gordon, le pide explicaciones… Ya no hay vuelta atrás: Eddie coge los 3000 dólares, lo que le permitirá desafiar de nuevo al Gordo de Minnesota, al que derrotará ante la atenta mirada de Bert Gordon, un personaje incapaz de sentir o de sufrir nada por nadie, también incapaz de olvidar, ya que “en su camino hacia el cielo ha atravesado las profundidades del infierno”. Eddie lo mira y le dice: -” Cuando estoy en racha me siento como un jinete en su caballo”.

“Facha” Newman en La leyenda del indomable (Cool Hand Luke, 1967), uno de sus roles más emblemáticos.

Una película excelente, basada en la novela de Walter Tevis, y un tema que Robert Rossen conocía bien, por eso le atraía, ya que en su juventud pasó muchos ratos en las salas de billar de los barrios pobres de Nueva York. Lo que nos viene a plantear en la película es: ¿Qué precio estás dispuesto a pagar por ganar? Es ese momento en el que nos obcecamos y la ambición por el éxito nos lleva a la pérdida de nuestra propia voluntad. Tengamos en cuenta que Rossen reconoció en 1953 ante el Comité de Actividades Antiamericanas el nombre de sus compañeros que pertenecían al partido comunista en lo que se vino en llamar “la caza de brujas”, llevada a cabo por el senador de Wisconsin Joseph McCarthy. Por último, decir que el billar no es una metáfora de nada y que el objetivo de llegar a ganar no es otro que el dinero, teniendo en cuenta que para ganar hace falta cabeza y valor. Es más, en una sala de billar puede lucirse hasta un inadaptado en la vida real.

La leyenda del indomable (1967) es una película dirigida por Stuart Rosenberg cuya esencia podríamos encontrarla en filmes como El club de la pelea, El salario del miedo o Viñas de ira, además de ser un clásico en el que Paul Newman da rienda suelta a sus instintos, demostrando que es un titán de la interpretación y no porque en una de las secuencia llegue a comerse 50 huevos duros en una hora, sino porque su personaje respira autenticidad y esa naturalidad se va introduciendo a través del objetivo de la cámara, dando la sensación de querer decirnos que “su reino no es de este mundo”. Si echamos un vistazo a su cine, nos damos cuenta de que, con cada arruga, con cada etapa que transcurre, se ha ido haciendo más complejo, más brillante, sin miedo, y capaz de darle capacidad dramática hasta a un papel de fumar. Cada plano es como hacerle un homenaje a un actor sin límites y con una mirada inconfundible, poderosa, capaz de adivinar hasta lo que estamos pensando, de seducirnos, y no digamos si le daba por hacer una mueca o mover una ceja. Un detalle, un gesto… y era más que suficiente. Y esos andares inclinados, como si no fuera capaz de andar en línea recta. O su bigote, sus americanas…, los zapatos lustrosos…, con ese aire de detective privado que luego se ligaba a la azafata del hotel o a la camarera, o a una señorita de clase alta de Boston. Newman tenía dentro de él a un tipo con mucha personalidad y saber estar, y eso se notaba en cada secuencia cuando este gigante empezaba su actuación.

Luke Jackson es un joven rebelde e impulsivo, condenado a dos años de prisión tras causar graves destrozos estando borracho. En la cárcel, su carácter chocará con las rígidas normas de la institución, incluso con el de otros presos, especialmente con Dragline (George Kennedy), líder de los convictos, pero Luke, que es un veterano de guerra, no está dispuesto a ceder. Newman está pletórico en esta película, ayudado quizás por un guion impresionante de Donn Pearcy y Frank R. Pierson en el que vemos a un protagonista al que no le importaba lo que llegaran a pensar de él. No es que sea quizás la mejor película del actor pero sí una en las que mejor se desenvuelve, dada su personalidad, además de ser la más optimista, llena de energía, de esperanzas y de creer en la fuerza del individuo. En la película, Luke es casi un modelo para seguir, porque es quien les llena de esperanza a los demás, quien se sacrifica por ellos y quien lucha sin armas: sólo con su palabra y sus acciones. Estamos en los años dorados de Hollywood y de una película que nos habla de la victoria de los perdedores. No pasará mucho tiempo para que sus compañeros lo admiren, mientras que los guardias intentan poner a prueba la resistencia de alguien que no estaba dispuesto a doblegarse. La película también serviría de metáfora, dado el clima social de una época, aquellos sesenta, marcados por la revolución cultural pero también por un segmento de la población dispuesta a no someterse. Un filme que nos presenta un mundo masculino, de hombres blancos, en el que podríamos citar dos elementos: la mujer y el negro (recordemos que está ambientada en el sur). Hay una secuencia en la que los trabajadores encadenados miran con lujuria a una rubia que enjabona el coche. La cuestión racial todavía resultaba incómoda, como sucedía, por ejemplo, Al calor de la noche (1967) de Norman Jewison.

Robert Redford y Paul Newman, una dupla que desbordaba química en un pasaje de El golpe (The Sting, 1973).

Fue una filmación llevada a cabo en entornos naturales y rurales de Florida y California. Esto deja claro que Rosenberg buscaba una realización lo más realista posible. Tanto es así que el equipo llegó a construir un campo de prisioneros para el filme. El campo disponía de cuartel, comedor, torre de vigilancia e incluso perreras. Estamos ante una película y modo de hacer echando mano de los métodos de la vieja escuela.

Por último, decir que las dos únicas mujeres del filme fueron interpretadas por Jo Van Fleet y Joy Harmon. La primera interpreta a la madre de Luke, que le hace una visita en el campo, secuencia en la que tiene un emotivo momento y que no es otro que ése en el que empieza a hablar del temperamento y la familia. Y la segunda, es la explosiva rubia tipo Playboy, que ya hemos citado, que lava su coche. Y todo esto sucede mientras los prisioneros levantan el asfalto de una carretera bajo un sol de justicia.

El Golpe (1973), dirigida por George Roy Hill en la que trabajan juntos Paul Newman y Robert Redford, dos estrellas que demostraron que entre ambos había una química fuera de lo común, en la que el director utilizó un estilo discreto intentando que los movimientos de cámara fueran invisibles. De ahí que no abunden los alardes narrativos. La película pretende transmitir la información de manera rápida, directa y eficaz. Y cuando toda la información no cabía en esa secuencia, el resto se daba a través de los actores y los diálogos, ya fuera una secuencia llena de humor, tensa o dramática. Todas eran filmadas de una forma muy similar y con un estilo muy uniforme. Se trataba de situar al espectador en una época y en un determinado ambiente, y no de manipular los sentimientos. Y es aquí donde la música también puso su granito de arena subrayando sólo los momentos que interesaban. El espectador es trasladado a los años treinta.

Estamos en Chicago. Dos timadores, Johnny Hooker (Redford) y Henry Gondorff (Newman), deciden vengar la muerte de un viejo y querido colega que ha sido asesinado por orden de un poderoso gánster llamado Doyle Lonnegan (Shaw). Para ello organizarán un ingenioso y complicado plan con la ayuda de todos sus amigos y conocidos. Una historia de engaños con un estilo directo y sin segundas lecturas en donde el espectador siempre sabe lo que está sucediendo, aunque entre ellos se estén engañando continuamente.

El Golpe nació casi por casualidad. El guionista, David S. Ward, estaba trabajando en una historia que incluía una secuencia de carteristas. La secuencia inicial se fraguó en ese momento y, a partir de ella, se desarrolló el resto de la trama. Nada más leer el guion, George Hill le rogó encarecidamente a la productora que lo contratara. La película está narrada en forma de capítulos: Introducción, La Preparación, El Cebo, El Plan, El Tinglado, La Gran Jugada, El Golpe… Cabe destacar la genial secuencia de la partida en el tren donde Paul Newman y Robert Redford intentan averiguar quién de los dos hace mejor las trampas y también la de la falsa casa de apuestas donde ha de llevarse a cabo el golpe. Digamos que la película tiene todos los ingredientes para ser un éxito de taquilla con un inteligente entretejido de subtramas para involucrar como corrupto al detective Charles Durning. Todos los elementos aportan credibilidad durante los 129 minutos de duración, sin olvidarnos de la fotografía ni del vestuario. Como anécdota, contar que las manos que aparecen en la pequeña exhibición que Paul Newman le hace a Robert Redford son las de John Scarne, un tipo que hacía magia con los naipes y en particular trampas de juego con cartas y los dados. Cuando Newman recoge las cartas que ha extendido, ya no son las suyas. El cambio es perfecto y en la proyección de la película pasa desapercibido, si bien el actor no se merecía el anonimato, porque Newman era el constante aprendizaje, la dignidad en todo momento y no siempre el polvo lo cubre todo, Hay cosas, hay imágenes con las que no pueden. Son eternas.

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