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martes, 3 diciembre 2024
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Pensé que iba a haber fiesta: Pensé que iba a ver una buena película

Por Juan Alfonso Samaja

Lucía y Ana son amigas. Ana ha dido invitada por Lucía para cuidarle la casa por unos días en los que ella estará ausente. Lucía tiene una hija adolescente fruto de un matrimonio anterior con un hombre llamado Ricky con el cual tiene una muy mala relación. De modo casual Ana y Ricky comenzarán a tener una aventura que parece poner en peligro la amistad de las dos amigas.

Crítica

Las actuaciones del film son convincentes sin ser descollantes, y el relato en su conjunto presenta algunas modestas virtudes en el orden de la narración sin llegar a profundizarse el núcleo dramático en un auténtico conflicto cinematográfico.

Confieso que el verdadero inconveniente es un asunto de principio, y como tal, o se asume o no. Por principio, considero que lo sustantivo de un hecho cinematográfico es el desarrollo del conflicto narrativo, el cual se escenifica, se representa hasta el paroxismo, aunque ese paroxismo pueda ser de muy diversos grados en cada uno de los estilos propios que los/las directores/directoras propongan. De allí que la narración cinematográfica se manifieste -según ese mismo principio- como un conflicto en acción, conflicto que surge y se desarrolla hasta cierto grado de intensidad. El tema de su resolución puede tener muy diferentes variantes, siempre según los gustos, pero aún amparados en idéntico principio: a) resolución positiva del conflicto por medio de una acción compensadora que desemboca en una restitución del orden alterado en el inicio, es decir, el llamado “final feliz” que resuelve todas las tensiones que el relato ha presentado; b) resolución negativa del conflicto por imposibilidad de las condiciones suficientes y necesarias para concretar los anhelos de los personajes protagonistas; e incluso la muy atípica y siempre controversial variante c) no resolución del conflicto, o lo que se denomina final abierto, conflicto en suspenso, etc.

El problema del film que nos ocupa no reside en el contenido de su conflicto sino en el modo en que lo expone. Podría argumentarse que bajo el principio mencionado se sigue el axioma siguiente: el desarrollo del conflicto deberá tener una magnitud semejante o superior a la extensión de la presentación de las condiciones iniciales que sostienen finalmente al conflicto, de modo que si la descripción de los personajes, de sus relaciones y del contexto en el que se desenvolverá la trama ocupa “x tiempo”, el desarrollo o incremento del conflicto debiera durar al menos “x tiempo +1”. Por supuesto, este postulado puede presentar algunas alternativas que excusen al realizador de acumular tiempo fílmico; ello consiste, si no en acumular cantidad, en acumular niveles de tensión cualitativos que compensen y sopesen un exceso -de cualidad o cantidad- en la presentación de las condiciones iniciales. En cualquier caso, se tratan de leyes compensatorias que hacen al equilibrio del relato. El film no se deja regir por ninguna de estas premisas, sumiéndose gustoso en el rechazo del principio mencionado.

La realizadora ha elegido priorizar las condiciones iniciales de descripción de los personajes, de las relaciones y del contexto, asumiendo de ese modo una tonalidad narrativa eminentemente paisajística, dejando muy poco tiempo -o ninguno- al desarrollo del conflicto que se plantea. Bien podría haberse mitigado esta situación (que es problemática si es que se asume el principio, como se ha dicho) de haberse planteado un conflicto de una carga conflictiva muy superior al que se ha propuesto. La transgresión que supone la aventura romántica de Ana respecto de su amiga no llega -según todo lo precedente- a compensar de modo suficiente una duración deficitaria del conflicto. El relato se ocupa en exceso de estas condiciones iniciales y cuando el conflicto se desencadena y parece comenzar el asunto más jugoso, es decir, cómo se sostienen las relaciones en el marco de ese conflicto (que es en definitiva el tema propuesto) la experiencia fílmica simplemente se da por concluida.

Insisto, el problema no está preponderantemente en el final abierto o no resolutivo, que es una cuestión de gusto. La experiencia fílmica bien puede concluir pero quedar latente la situación de conflicto en la percepción imaginaria del espectador. El asunto cardinal en este caso es que el conflicto no ha tenido el espacio o el marco suficiente para justificar dicha suspensión y dejar –a -a pesar de ello- una sensación en el espectador de conflictividad latente.

Título: Pensé que iba a haber fiesta.
Título original: Idem.
Dirección: Victoria Galardi.
Intérpretes: Elena Anaya, Valeria Bertuccelli, Fernán Mirás, Esteban Lamothe, Esteban Bigliardi, Abigail Cohen.
Género: Comedia, Drama, Romance.
Calificación: Apta para mayores de 13 años.
Duración: 85 minutos.
Origen: Argentina/ España.
Año de realización: 2013.
Distribuidora: UIP.
Fecha de estreno: 09/05/2013.

Puntaje: 3 (tres)

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