Por Emiliano Fernández
A contrapelo de gran parte de la industria cinematográfica del norte, Clint Eastwood continúa fiel a su estilo y hoy por hoy analiza maravillosamente un acontecimiento insólito desde la mundanidad del protagonista, esquivando por completo lo que podría haber sido un caso de grandilocuencia vacua…
El regreso de Clint Eastwood a la dirección, luego del díptico compuesto por Jersey Boys (2014) y Francotirador (American Sniper, 2014), rankea en punta como una de las propuestas más humildes y minimalistas que haya entregado en mucho tiempo, más allá de los preconceptos que uno pueda llegar a tener con respecto a un tópico de base vinculado a los accidentes aéreos, sin duda un rubro que Hollywood suele leer -desde la década del 70 hasta el presente- en función de la pomposidad y el maquillaje visual. Como ejemplo de lo anterior basta recordar El Vuelo (Flight, 2012), de Robert Zemeckis, una obra maniquea sostenida en una duración muy excesiva y un Denzel Washington apenas correcto como un piloto alcohólico y cocainómano que aterrizaba un avión con desperfectos técnicos, al tiempo que se consagraba a ese círculo de autodestrucción/ descubrimiento personal al que recurren muchos cineastas que gustan de los atajos y la cantinela del burgués melancólico.
Aquí Eastwood y el guionista Todd Komarnicki demuestran que con la misma anécdota, ahora inspirada en un hecho verídico, es posible crear un film que respete la integridad dramática del personaje principal, ofrezca un retrato certero de las investigaciones que se derivan a partir de eventos de este tipo y hasta permita comprender los intereses que entran en juego en el mercado del transporte aéreo de pasajeros. El eje del relato es el amerizaje forzoso en el Río Hudson que el Capitán Chesley “Sully” Sullenberger (Tom Hanks) y el Primer Oficial Jeff Skiles (Aaron Eckhart), dos pilotos a cargo de un Airbus A320, deben llevar a cabo el 15 de enero del 2009 -pocos minutos luego del despegue- por la aparente avería de los dos motores debido al impacto de una bandada de aves. Si bien ninguno de los pasajeros y los miembros de la tripulación pierde la vida, la interpelación posterior se centra en la decisión del Capitán de no regresar al Aeropuerto de La Guardia, en New York.
Mientras que los abogados y testaferros de la aerolínea, la aseguradora y las autoridades estatales insisten en el hecho de que -según los resultados que arrojan los simuladores- una vuelta al punto de partida era efectivamente viable y deseable, lo que implicaría que no había necesidad de arriesgarse a amerizar, los dos “acusados” enfatizan que el contexto fue mucho más complejo y el margen de maniobra más limitado, en especial considerando el poco tiempo con el que se contaba para tomar una resolución que sería crucial para el destino de los involucrados. Estructurado a través de flashbacks y flashforwards que nos pasean por el antes, el durante y el después del episodio, el guión es increíblemente sencillo y carece de estridencias porque adopta un naturalismo sincero con condimentos de humor. Hanks, en este sentido, está muy contenido bajo el ala de Eastwood y así deja de lado sus tics actorales para construir a un hombre más cerca del ascetismo laboral que del heroísmo.
En lugar de entregarnos una epopeya mainstream en torno a la indulgencia del adalid, sus paradojas o cualquier faceta del individualismo canchero y grandilocuente al que están abonados los estudios hollywoodenses, aquí el director apuesta por otra historia humanista sustentada en los detalles, en las pequeñeces que constituyen la vida diaria de las “personas comunes” (las llamadas telefónicas a la esposa, las conversaciones con los colegas, los instantes de soledad, los encuentros con extraños, los intercambios que se producen cuando se cuestiona el desempeño, etc.). Una vez más el mayor mérito de Eastwood es esa misma paciencia -ganada gracias a décadas de experiencia en el séptimo arte y al haber contado con maestros como Sergio Leone y Don Siegel- que el realizador traslada a Sullenberger, en un juego de espejos que lo coloca por encima de casi la totalidad de los cineastas de la actualidad porque el susodicho confía en sus protagonistas y pone el acento en el corazón.
Hasta cierto punto en el trayecto final, en el cierre de las audiencias por la investigación, la película recurre a un par de latiguillos no del todo logrados que no llegan a desestabilizar la inteligencia de fondo ni los éxitos acumulados. Ahora bien, la ideología de derecha del octogenario director es de lo más peculiar, ya que a pesar de que se la puede tachar de conservadora y en algunos aspectos de patriótica por demás, el enfoque suele ser sensato y medido, sin abrazar ese chauvinismo barato y desproporcionado que pretende vislumbrar el “glorioso” espíritu norteamericano en las carnicerías y las estupideces más injustificables. En Sully (2016) el señor se permite ironizar sutilmente acerca del canibalismo de los medios de comunicación y le dedica unos buenos palazos a las comisiones designadas para encontrar un chivo expiatorio: la importancia del “factor humano” es la matriz primordial de la realización, por sobre el eficientismo ciego y despiadado de los tecnócratas de hoy…
Título: Sully, hazaña en el Hudson
Título Original: Sully
Director: Clint Eastwood
Intérpretes: Tom Hanks, Aaron Eckhart, Laura Linney, Anna Gunn, Sam Huntington, Autumn Reeser
Género: Basado en hecho real, Drama
Calificación: No disponible
Duración: 96 minutos
Origen: Estados Unidos
Año de realización: 2016
Distribuidora: Warner Bros.
Fecha de estreno: 01/12/2016
Puntaje 8 (ocho)