El más ambicioso de los filmes de Clint Eastwood es también uno de los mejores por su sabia mano para desentrañar los más ocultos pliegues de unos personajes tan complejos como fascinantes. Un halo de trascendencia y de profunda tristeza decreta el fin del “american way of life” en este inolvidable thriller…
La vasta trayectoria de Clint Eastwood como hombre de cine supo de buenos y malos tiempos. Como actor nunca fue muy respetado ni reconocido de forma unánime por la industria. El público, en cambio, siempre le aceptó de buen grado su imagen de tipo duro, brutal, lacónico a más no poder. Molesto e irritante para algunos –recordemos que la célebre periodista Pauline Kael no hesitó en acusar de fascista al filme Harry, el sucio-, venerado hasta la obcecación por otros, nadie osaría negarle al viejo Clint su inconfundible estilo. Ese que tantos policías, cowboys vengadores –con o sin nombre-, malvivientes, marginales y cazadores de recompensas, entre muchos otros inolvidables personajes, ayudaron a depurar a lo largo de casi cinco décadas de trabajo. Su debut en la realización con el thriller Obsesión mortal (1971), no le redituó muchos elogios públicos pero fue un paso fundamental para empezar a formarse como artista. Recién bien avanzados los años ochenta, Hollywood tomó conciencia del lugar que legítimamente se había ganado este californiano concienzudo. A partir de Bird (1988), la carrera de Eastwood como director pegó un giro impensado al involucrarse con temáticas muy diferentes a las que solía frecuentar. Cazador blanco, corazón negro (1990) sorprendió todavía más y con Los imperdonables (1992) llegó la consagración oficial de Hollywood: el Oscar a la mejor película y al mejor director así lo demuestran (faltó el del mejor actor que fue a parar a las manos del desaforado de Al Pacino). Títulos posteriores como la romántica Los puentes de Madison (1995) o la extravagante Medianoche en el jardín del Bien y del Mal (1997) no hicieron más que enfatizar el eclecticismo del cineasta en su madurez. Río Místico, su opus más reciente y desde ya un candidato de fierro para las nominaciones de la Academia del próximo año, es una tragedia que se vive con una angustia casi palpable desde su presentación ambientada en Boston allá por 1974 hasta la seca violencia del clímax que dirime la suerte de los protagonistas en tiempo presente.
No es aconsejable ahondar demasiado en los aspectos argumentales de Río Místico para no echar a perder el poderoso encanto de su historia. Por ende, sólo voy a contar que, cuando eran unos niños, Jimmy Markum (Sean Penn), Sean Devine (Kevin Bacon) y Dave Boyle (Tim Robbins) solían jugar juntos en las calles de su barrio de clase obrera como tantos otros chicos de su edad. Un desafortunado día unos extraños que aseguraban ser policías obligaron a Dave a subir a su coche y lo mantuvieron en cautiverio por cuatro días abusando sexualmente de él. El muchacho logra huir y, a continuación, se produce una elipsis de veinticinco años. Todos ellos aún viven en el vecindario. Jimmy es propietario de un minimercado, está casado y tiene tres hijas; Sean se hizo policía aunque su vida familiar no es la ideal ya que su mujer, embarazada de varios meses, lo abandonó sin dar explicaciones; por último, Dave, mantiene a duras penas a su mujer e hijo mientras combate como puede a los fantasmas del pasado. El atroz crimen de la hija adolescente de Jimmy sacudirá los cimientos de esa antigua amistad dejando al descubierto emociones largamente reprimidas con consecuencias devastadoras.
Río Místico es el film más ambicioso de Eastwood por lejos. La profundidad de la trama, la minuciosa elaboración de los personajes, la majestuosa solidez de los climas que se van sucediendo in crescendo con un pulso maestro o la meditada economía para resolver una escena compleja sin caer en el regodeo visual (como la del accidente donde son introducidos los policías encarnados por Kevin Bacon y Laurence Fishburne) delatan, como en pocas oportunidades se ha visto, su intención de aplicar de una buena vez todas las habilidades adquiridas en películas no tan redondas como ésta. Para lograr su objetivo, Clint usufructúa su dominio del policial clásico para investirle una estructura reconocible a Río Místico. Esta decisión creativa, que presumo ya estaba en la novela de Dennis Lehane, es la que impide que el guión se descauce. La investigación detectivesca es el hilo conductor indispensable para clarificar las distintas líneas de acción que se van entrecruzando hasta la puntada final que ya se intuye desde un rato antes. En mi opinión unos pocos detalles que hacen al esqueleto policial están algo descuidados, como si no importaran demasiado. Así, se van encolumnando en demasía las casualidades, los falsos culpables, las trampitas arbitrarias que le son tan caras al género, etc. Al recurrir en su forma al policial hecho y derecho, no había manera de evitar correr ese riesgo. Es el talón de Aquiles de Río Místico y, para mi gusto, el motivo por el cual no me atrevo a considerarla de obra mayor. Sí, una gran película, magníficamente actuada –deslumbrantes Tim Robbins y Sean Penn-, soberbiamente dirigida y destinada a perdurar en la historia del cine.
Título: Río Místico
Titulo Original: Mystic River
Director: Clint Eastwood
Género: Basado en novela, Drama, Policial, Thriller
Intérpretes: Sean Penn, Tim Robbins, Kevin Bacon, Laurence Fishburne, Marcia Gay Harden y Laura Linney
Duración: 137 minutos
Origen: Estados Unidos
Año Realización: 2003
Calificación: Apta para mayores de 16 años
Distribuidora: Warner Bros.
Fecha Estreno: 27/11/2003
Puntaje 9 (nueve)