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viernes, 8 noviembre 2024
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Mi padre y yo: A través del cristal

Por Maximiliano Curcio

Odisea es el nombre que mejor le cabe a la vida de Leopoldo Torre Nilsson (Piel de Verano, La Casa del Ángel, Días de Odio), uno de los cineastas más destacados de nuestra industria, e integrante de una estirpe ilustre, que incluye a su padre Leopoldo Torres Ríos (Pelota de Trapo, Aquello que Amamos, La Vuelta al Nido). Quien se dispone a contar detalles de la trayectoria de Torre Nilsson, así como el vínculo de sangre que los une, es Pablo Torre, su hijo, nacido en 1953 y hermano menor de Javier. Ambos siguieron la tradición familiar, convirtiéndose en consagrados directores.

El conmovedor documental Mi Padre y Yo comienza indagando en un puñado de antiguas cartas. Desde Cannes, misivas destinadas a la entonces esposa de Torre Nilsson cruzan el océano y llegan a Argentina, testimoniando la lucha y celebrando el ansiado reconocimiento. Leopoldo se codeaba con los grandes de la cinematografía mundial; un triunfo que se asemejaba a las hazañas de Fangio. Por aquellos años, conseguía otro hito mayúsculo: la revista Times lo colocaba entre los diez más grandes directores del mundo, junto a figuras del tamaño de Orson Welles, Michelangelo Antonioni, Federico Fellini, Alan Resnais y François Truffaut. Algunos medios, aunque desacertados, no resistían la comparación: ¿el Bergman de Sudamérica?

Los sellos de las mencionadas cartas bocetan un camino que se extiende hasta agosto del ‘78, en Madrid. Pocos días después, Leopoldo fallecería, a sus tempranos 54 años de edad. Pablo rastrea los últimos instantes de su padre, intentando colocar en su justo lugar recuerdos que asemejan a piezas de un rompecabezas, con ánimo de reconstruir una existencia itinerante que transitó la fama, el lujo y la opulencia. Y para ello el director de films como La Mirada de Clara recorrerá las calles de Buenos Aires, buscando, en vano, la estrella de Avenida Corrientes. Llamativamente, no será la única omisión. Tal vez, porque el olvido funciona de forma extraña, tal vez porque no sabemos valorar a nuestros auténticos monumentos. Así, la leyenda de Torre Nilsson también se inscribe entre homenajes a medias y placas mal escritas. Es Torre ‘sin s y Nilsson con dos’, corrige el autor.

Para dirigir películas hay que aprender a mirar, indica Pablo, y casi como en un efecto espejo, descubre la temprana fascinación de su padre por el oficio: el cambio de expresividad en un rostro es algo que pocos elegidos saben percibir y captar. En este sentido, destaca un aspecto singular, y es la condición de miope de Torre Nilsson, evidente al momento de filmar una escena. La lente de la cámara pareciera penetrar a los personajes, de forma directamente proporcional a su innata curiosidad. En la inmediata cercanía, las propias características personales acaban forjando un estilo.

Mientras tanto, Pablo sigue espiando a través de la hendija que conduce hacia su propia historia de vida; ser hijo de alguien famoso puede convertirse tanto en una bendición como en un peso. Recuerda su propia infancia y la imagen paterna se vuelve difusa. ¿Artista proscrito o genio? Difícil es crecer siendo hijo de… En busca de testimonios que otorguen diversidad a la propuesta, se propone adentrarse en rodajes como el de Para Vestir Santos (Argentina Sono Film), fenómeno de convocatoria a su estreno. Asimismo, incorpora profuso metraje de impostergables joyas del cine nacional. De labor incansable, Torre Nilsson transitó decenas de sets de filmación, para luego afirmar que dichas instancias se llevaban un pedazo del alma.

La radiografía que Mi Padre y Yo lleva a cabo describe al mítico realizador de forma íntegra, con sus luces y sombras, aciertos y debilidades. Torre Nilsson es uno y todos a la vez; aquel que concretó sus obras al borde de la ley, aquel crítico de las normas burguesas, aquel que atrajo a productores de Hollywood sin ceder antes sus imposiciones, aquel hombre taciturno en la intimidad, aquel ferviente lector en horas de soledad, aquel a quien el exilio transformó de forma inexorable. Sin embargo, Pablo se pregunta si conoció realmente a su padre, más allá del artista.

Capítulo definitorio en la vida de Torre Nilsson constituye su relación sentimental y profesional junto a la escritora Beatriz Guido (miembro de la Generación del ’55), con quien compartió numerosos proyectos cinematográficos. Pareja sinónimo de glamour y prolífica dupla creativa, se conocieron en la casa de los Sábato y los uniría el amor por el cine y la literatura. Su legado en común está constituido por una serie de colaboraciones notables: La Mano en la Trampa, Fin de Fiesta y La Caída, entre varios títulos.

La voz en off de Pablo corresponde a la que a su oído dicta, culminando un retrato pormenorizado, cuyo desenlace se ve enmarcado en los horrores de la dictadura. Tiempos oscuros que se confunden con el progresivo proceso de enfermedad que atraviesa Torre Nilsson y la censura de una última película, Piedra Libre (1976). Todo se vuelve inevitablemente triste, mientras el recuerdo de una sala ya extinta dimensiona un fundamental episodio: un genio del cine se despide de este.

Astilla del mismo palo, Pablo concreta un homenaje sensible, honesto y catártico. Con producción de Silvana Jastreb Torre y distribución de Gorki Films, Mi Padre y Yo continúa visitando circuitos de exhibición dentro del país, rumbo a formar parte del próximo Festival Internacional de Mar del Plata.

Título: Mi padre y yo.
Título original: Idem.
Dirección: Pablo Torre.
Edición: Liliana Nadal.
Género: Documental, Biografía.
Calificación: No disponible.
Duración: 84 minutos.
Origen: Argentina.
Año de realización: 2024.
Distribuidora: Gorki Films.
Fecha de estreno: 25/05/2024.

Puntaje: 9 (nueve)

 

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