Por Pablo Arahuete
A veces resulta de suma importancia para dimensionar un hecho cotidiano o aislado tener un panorama del contexto en el que tal fenómeno se produce. Al cine por lo general le alcanza con un par de datos referenciales como lugares y fechas, que de inmediato nos adentran en el mundo o recorte elegido por el cineasta. Así, se ahorra -en términos narrativos- tiempo de exposición y se gana cinematográfica y dramáticamente.
Sin embargo, en contadas ocasiones una película traspasa la barrera contextual y se erige ante el público de cualquier parte como alegato o denuncia social y rara vez política. Cuando esto se consigue sin anularse el vínculo estrecho con un determinado escenario social (cuyas referencias históricas aportan elementos significativos para el espectador, pero bajo ningún concepto lo marginan en su rol de observador y logra mantenerlo conectado emocionalmente) sin dudas estamos hablando de una obra maestra. Ese es el caso paradigmático de 4 meses, 3 semanas, 2 días, segundo opus del rumano Cristian Mungiu, ganador de la Palma de Oro en la última edición del Festival de Cannes.
En primer lugar, el estreno de este contundente alegato despojado de juicios morales y maniqueísmos berretas se une estilística y estéticamente hablando con dos filmes compatriotas como La noche del señor Lazarescu (2005, Cristi Puiu) y Bucarest 12:08 (2006, Corneliu Porumboiu), confirmando el gran boom de la nueva ola rumana. Si bien las tres obras son diferentes por naturaleza y temática podría decirse que confluyen en dos aspectos: estilo realista, directo, de una solvencia narrativa admirable y alusiones histórico-políticas sin subrayados panfletarios que inteligentemente dosificadas pasan casi desapercibidas y no dispersan el eje del relato.
Por eso, a la hora de sumergirse en el microclima de 4 meses… es clave remitirse al momento donde se desarrolla el relato, el año 1986 y el espacio delimitado geográfica y dramáticamente en que una sórdida habitación alberga a dos mujeres, Gabita (Laura Vasiliu) y Otilia (la increíble Anamaria Marinca) en el medio de una conversación trivial. Ambas jóvenes están a punto de partir de allí sin quedar muy claro su destino. Otilia y Gabita intercambian palabras y marcas de shampoo o cigarrillos y así dejan entrever que detrás de cada charla banal hay un silencio escondido, una tensión que gracias a la cámara no invasiva de Mungiu se va descubriendo lenta pero con gran intensidad y en tiempo real. El plano-secuencia como recurso directo -y no un capricho de su realizador- somete a los protagonistas a una pendiente dramática, que luego de dos horas parece no tocar fondo. Y esa sensación de no encontrar un piso, ese devenir que transita las aristas de la condición humana con sus miserias, contradicciones, vulnerabilidades y desamparos se enquista en la pantalla como un tumor sin chances de poder extirpar.
Cuando un tema controversial se trata con brutal honestidad, se aborda sin prejuicios pero sobre todo sin demagogia emocional, nos desestructura tanto como nos obliga a reflexionar. Pensar, sentir, cuestionar, juzgar, en definitiva participar de un fenómeno aislado que se ficcionaliza para llegar a más gente. Ficcionalizar sin esquivar la controversia ni perder esa distancia tan sutil que separa la profundidad de la superficialidad es la virtud más sensible y menos valorada en estos tiempos de filósofos fast-food y muchedumbres sedientas de historias predigeridas o moralina descartable.
La aparente trivialidad de 4 meses… se pierde al instante en que las cartas se ponen en juego sobre el cruel azar de la vida. En el mazo quedan muchas cartas por descubrir: estamos en la Rumania de fines del régimen comunista de Nicolae Ceausescu, donde la práctica del aborto es penada con prisión tanto para quien la realiza como para la mujer que decide abortar. A Gabita no le queda otro camino que la clandestinidad y el peligro que conlleve cualquier inconveniente durante el traumático acto. El inescrupuloso enfermero que la asiste a cambio de dinero –y algo más- le advierte sobre los enormes riesgos a los que se expone tanto ella con más de cuatro meses de embarazo (de ahí el título) y su amiga Otilia en calidad de cómplice.
Sin embargo, el punto de vista predominante en la trama es el de Otilia en su doble rol de testigo y partícipe, pasajera a la fuerza de este viaje hacia el fondo de la condición humana. Con una precisión quirúrgica, economía de recursos y puesta en escena, Cristian Mungiu entrega -en un alicaído año para la cartelera cooptada por lo mismo de siempre- una perturbadora e inolvidable joya cinematográfica.
Título: 4 meses, 3 semanas, 2 días.
Título Original: 4 luni, 3 saptamini si 2 zile.
Dirección: Cristian Mungiu.
Intérpretes: Anamaria Marinca, Vlad Ivanov, Laura Vasiliu, Alexandru Potocean.
Género: Drama.
Clasificación: Apta mayores de 18 años.
Duración: 113 minutos.
Origen: Rumania.
Año de realización: 2007.
Distribuidora: Pachamama.
Fecha de Estreno: 06/12/2007.
Puntaje: 10 (diez)
El Staff opinó:
–Ascética, contundente y feroz, la historia atrapa con su realismo y deja planteada la polémica sobre el tema del aborto (que de todos modos no es lo principal de la película). Magistrales todos los actores y muy especialmente la increíble Otilia de Anamaria Marinca.- Diego Martínez Pisacco (8 puntos)
–La reciente ganadora en Cannes tiene mucho de documental de observación: cámara en mano, planos secuencia y close-ups fulminantes. Sorprende la maestría visual de Cristian Mungiu, aunque molesta un poco el tufillo moralista y contradictorio de la historia: se busca condenar al aborto pero mostrando las horribles consecuencias que genera su prohibición. Sobre la imprescindible legalización, nada de nada. Más allá de denunciar al salvaje régimen de Ceausescu, la película es fundamentalmente un drama humano sostenido casi en forma exclusiva por la excelente labor de Anamaria Marinca. Mungiu no se decide entre emular al genial Lars Von Trier o a los aletargados Jean-Pierre y Luc Dardenne. Todo esto ya se vio. Directa e interesante.- Emiliano Fernández (7 puntos)