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domingo, 24 noviembre 2024
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Regresados: El boulevard de los sueños rotos

Por Pablo E. Arahuete

Ya era hora de que el cine nacional empezara a contar historias centralizadas en la clase media, sector que tuvo que postergar sus sueños a raíz del nefasto corralito del 2001. A veces las secuelas de una crisis sólo se dejan ver con el tiempo en los pequeños detalles o simplemente desde la vida cotidiana. Reunir en un puñado de anécdotas el reflejo de lo que quedó después del vendaval socio-económico ayuda, hoy por hoy, a tomar una verdadera dimensión de un conflicto que en el transcurso de estos años fue decantándose en un cúmulo de frustraciones, fugas hacia otros países o nada más que el diario ejercicio de sobrevivir. Cuando se hace no sólo con inteligencia, sino con ironía, saludable cinismo y virtuosa capacidad de síntesis el resultado no puede ser más que alentador. Nunca mejor pensada la idea de reproducir las secuelas de la última crisis económica argentina a partir de la reunión de egresados de un colegio. Pasaron veinte años y cada uno hizo de su vida lo que pudo; alguno triunfó, pocos realizaron sus proyectos y vieron pasar el tren del otro lado del andén.

Flavio Nardini y Cristian Bernard, la dupla de 76 89 03, vuelven a la carga con este segundo opus, Regresados, un relato coral menos humorístico que su ópera prima pero mucho más maduro y reflexivo. Quién busque el humor adolescente de 76…, lo encontrará en pequeñas dosis y quizás salga defraudado, porque esta película no es precisamente un film para reírse, sino más bien para reflexionar, mientras que aceptemos mirarnos a un espejo que muchas veces refleja el patetismo, otras la ternura pero que siempre deja una marca indeleble en la conciencia. Esa auto conciencia es la que permite que a partir de un guion sólido, los directores se las ingenien para narrar en una noche un derrotero de veintitantos años, con la nostalgia por los viejos jingles de propagandas –la brillante idea de incluir como banda sonora a Les Luthiers-, con la crudeza de un paseo por una ciudad hostil y agobiante. Hay imágenes en el film tan precisas que recuerdan a un dibujo de Quino, cuando en un solo cuadro se logra sintetizar un contexto y un estado de situación que no necesita palabras ni explicaciones, como en el caso de la madre que amamanta mientras mira Gran Hermano y quizás no acuda a la reunión del colegio para no perderse las nominaciones; como aquel chico de la calle que apunta con sus dedos y dispara su mano de juguete devenida en arma de fuego.

Estamos en el 2002, por eso la reunión del colegio tiene un gustito particular para cada uno. Están los desconocidos de siempre iguales a aquellos años y los que animan la velada recordando, por ejemplo, la miserable vida de “Pequeño” (el chivo expiatorio del curso). Uno es un director de cine independiente, enrolado en un discurso para el cual el público no está a la altura de sus propuestas pero que no figura ni en los suplementos de espectáculos y perdió sus ahorros destinados a un nuevo proyecto; el otro es un desocupado, forzado a quedarse como “amo de casa” y lidiar con la rutina doméstica y conciliar el sueño gracias a las pastillas que ayudan un poco; y están los ex novios, un flaco devenido gordo y una madre que exhibe las fotos de su hijo como lo único que pudo conseguir tras ver desvanecido su sueño de cantante. Como no podría ser de otra forma, hay algunos a los que les fue bien y ese es el caso del que verdaderamente regresa de España y forma parte del directorio de uno de los Bancos que cerraron sus puertas y se llevaron sus activos al exterior. El otro personaje esperado por todos es Lacrose, ahora entrenador de rugby y fiel seguidor de la mística de Paulo Coelho, quien en un pasado fue responsable de las pesadillas del pobre “Pequeño” recluido en otro corralito -literalmente hablando-. Sólo tienen una noche para recuperar el tiempo perdido, compartir sus experiencias y hasta quizás reavivar la llama del amor en el caso de los ex novios, aunque en el caso de Lacrose la obligación moral con “Pequeño” es un peso difícil de cargar.

Esas historias irán hilvanando un relato que en el micro-clima de Regresados adopta un registro de humor negro mezclado con genuina melancolía en un tono deliberadamente realista. El comentario acertado, los diálogos precisos y no enfáticos, un elenco proveniente del teatro under con fugaces colaboraciones de Diego Capusotto y Roberto Carnaghi (entrañable su tanguero crepuscular) se amalgaman internamente y sostienen una trama rica en alegorías y metáforas que en forma constante resignifican la historia. Nardini y Bernard concibieron uno de los filmes más profundos sobre la crisis del 2001 sin apelar a la bajada de línea política y absolutamente coherentes con su modo de hacer cine y pensar. Regresados es un soplo de aire fresco en un cine necesitado de nuevos horizontes.

Título: Regresados.
Título original: Idem.
Dirección: Flavio Nardini y Cristian Bernard.
Intérpretes: Diego Capusotto, Roberto Carnaghi, Luciano Cazaux, Carlos Garric, Diego Leske, Constanza Marino, Carlos Issa, Francisco Nepomuceno, Luis Sabatini, Marcelo Sein.
Género: Drama, Comedia negra.
Calificación: Apta mayores de 13 años, con reservas.
Duración: 90 minutos.
Origen: Argentina.
Fecha de realización: 2007.
Distribuidora: Distribution Company.
Fecha de estreno: 20/03/2008.

Puntaje: 8 (ocho)

El staff opinó:

En un país como el nuestro, sin identidad cinéfila propia y en el que palabras como CINE e INDUSTRIA no pegan ni con moco de invierno, Flavio Nardini y Cristian Bernard no podrían haber hecho más de lo que intentaron con la película Regresados para amalgamar ambos conceptos y familiarizarlos el uno con el otro. Lamentablemente en nuestro suelo no existe un público con suficiente confianza en su propia cinematografía; o mejor dicho, uno con la capacidad de acercarse a una sala de cine por motivos que transciendan lo estrictamente publicitario. Regresados, es triste decirlo, no tuvo una difusión mediática ni un éxito comercial directamente proporcionales a su inmensa capacidad de emocionar y en los tantos aspectos que lo logra, y quizás por ello el marco más propicio para disfrutarla (carajo, si yo lo habré hecho…!) terminó siendo el Festival de Cine de Mar del Plata (2007), donde la gente suele querer ver películas de manera indiscriminada ignorando jerarquías y la orgía de afiches en display. Recuerdo, como detalle anecdótico, que en aquel entonces el póster de la película no era tan negro ni tan anónimo como el que conocemos ahora, a un año de su exhibición en mardel. Por eso, nomás para compartirlo con todos aquellos que se tomen el laburo de leer estas -probablemente inútiles- palabras, abajo adjuntamos lo más grande que pudimos el cartelón con el que algunos conocimos Regresados por las épocas en donde su –merecido- estreno formal era tan incierto como el hecho de que en Argentina en algún momento de la historia se pueda hablar de industria cinematográfica…- Juan Blanco (9 puntos)

Después de ver la película, salí de la sala con paso cansino y me costó bastante volver a levantar el ánimo. Y esto no se debió a que la película no me gustara, sino a que, por el contrario, desde sus “pequeños grandes” elementos cotidianos vi reflejadas situaciones propias y ajenas que me hicieron sonreír y entristecer al mismo tiempo. Nardini y Bernard son dos directores que una vez más demuestran que, para filmar una buena película, no se necesitan ni efectos ni grandes estrellas o inmensos presupuestos. Sólo un guion bien pulido e inteligente donde poner el corazón.- Diego Saladino (9 puntos)

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